Después de empezar a los balazos, en Juntos por el Cambio firmaron una tregua. Ya era un montón de conflicto como presentación en sociedad. No significa que vaya a ser permanente, pero al menos tomaron nota de la inconveniencia de sacar los trapos sucios al sol.
Es la primera vez que el ex Cambiemos tiene una primaria competitiva que atrae todas la miradas. Hasta acá fue 1) un paseo para el macrismo (interna presidencial 2015), o 2) el PRO tiene las figuras y el profesionalismo del siglo XXI, el resto (del siglo XIX) que acate y vaya atrás. Esta vez es distinto. Gane quien gane, van a disputar hasta el último voto ya que es un escenario abierto. Y el que triunfe acumulará mucho músculo para 2023. Pero el que pierda no se va a quedar de brazos cruzados.
Aun cuando el código de convivencia que acordaron pueda resultar un poco naif, es mejor que exista a que no. El horno no está para bollos. Tanto a Juntos como al Frente de Todos hoy les cuesta alcanzar sus respectivos pisos electorales desde 2015 hasta acá. El fastidio con el statu quo político es muy fuerte: el 71 % cree que la grieta le hace mal a la Argentina. Si a la grieta general se le suma una interna, el riesgo de perder independientes y moderados por el camino es importante. Ahí estarán Randazzo y Espert refregándose las manos.
La tregua es solo por ahora porque si las diferencias siguen siendo pequeñas, algún gurka de uno de los dos bandos cambiemitas planteará que hay que sacudir el escenario para dramatizar la pelea y llevar agua para su molino. Lo que no deben olvidar es que en este partido juegan todos, no solo Juntos.
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