Joe Biden dijo ante el Congreso que recibió un país con la peor pandemia en un siglo. La peor crisis económica desde La Gran Depresión. El peor ataque a la democracia estadounidense desde la Guerra Civil con la toma del Congreso. A esto, debemos sumar una crisis climática que podría volverse incontrolable y una guerra comercial y tecnológica contra China, un contrincante mucho más poderoso, sólido y determinado de lo que fue en su momento la Unión Soviética. Biden no se puede permitir una respuesta tibia ni una economía débil en este momento: Estados Unidos debe mostrar que sigue siendo la nación mas poderosa de la Tierra, el epicentro del mundo libre, en especial, tras los eventos del Capitolio y el éxito con el cual China atravesó la pandemia.
Además de las pandemias, sequías, inundaciones y otras amenazas medioambientales y sociales, Biden –tecnócrata de la vieja escuela– enfrentará un mundo con autos autónomos, criptomonedas, escasez de viviendas, altos costos de salud y educación, una nueva carrera espacial, las ambiciones chinas sobre el sudeste asiático y de Taiwán, país de donde provienen los más importantes chips del mundo. Y por si esto fuera poco, los cada vez más seguidos hackeos masivos: el que sufrió el principal oleoducto de Estados Unidos el 7 de mayo del 2021 afectó el suministro de combustibles en toda la Costa Este del país. A esto se suma la tarea de restaurar el sistema de alianzas internacionales de Estados Unidos, tan dañadas durante los 4 años de Trump, determinar de forma fehaciente el origen del Covid-19 y entregar las 500 millones de vacunas comprometidas por su gobierno a los países mas afectados por la pandemia.
Frente a estos desafíos, sus soluciones parecen mas propias de un tecnócrata de la guerra fría, que de un estadista del siglo XXI. Biden tiene claros los problemas, pero sus soluciones carecen de pragmatismo y contienen un exceso de estatismo. Ejemplos:
-Lanzó un costoso programa para enfrentar el cambio climático. En él, el gobierno federal determina la colocación de los fondos. Un impuesto al carbono seria mucho mas eficiente. Para compensar el aumento de los precios a la energía, combustible y otros bienes y servicios provocados por ese impuesto, podría destinar lo recaudado para bajar los impuestos al trabajo. No solo reducirían las emisiones de forma acelerada, también la inequidad aumentando los ingresos de la mayoría de los trabajadores, debido a que el impuesto al trabajo recae principalmente sobre los grupos de menores ingresos. En un contexto de bajas tasas de interés, los privados invertirían grandes cantidades de dinero para reducir sus emisiones y bajar sus costos.
-Propuso un aumento de impuestos a los más ricos que podría perjudicar la inversión, en lugar de disminuir “excepciones fiscales” a fideicomisos, herencias y otros mecanismos legales utilizados para reducir el pago de impuestos. El problema no son las alícuotas, sino las excepciones y la evasión fiscal. Hacer mas complejo el sistema e incrementar alícuotas solo aumentara la evasión fiscal y desincentivara la inversión.
-Planteó una agenda social que incluye créditos a la niñez, subsidios para la cobertura de salud, asistencia para alquiler, cuidado de niños entre otros. Expandir el EITC (crédito tributario por ingreso del trabajo), que complementa automáticamente los ingresos de los trabajadores de menores recursos y medidas para reducir el costo de la salud promoviendo mayor competencia en el sistema resultaría mas efectivo. Reducir la desigualdad con mecanismos que promuevan el trabajo y la libertad es clave en un mundo donde el cambio tecnológico impulsa la inequidad. Y lo seguirá haciendo cada vez más.
-La vivienda. ¿De que sirve subsidiar la demanda si no se aumenta la oferta? Los costos de alquiler y de las propiedades suben por falta de oferta. Si desregulara la construcción para que se pueda construir más en centros urbanos, si estimulara los autos autónomos y la construcción de trenes y autopistas que permitan que las personas vivan mas lejos del centro de las ciudades, resolvería el problema en lugar de encubrirlo. El teletrabajo esta colaborando mucho en ese sentido. En el futuro cercano necesitaremos ir aun más lejos con trenes “hyperloop” que viajan a mil kilómetros por hora en tubos al vacío, lo que elimina la resistencia del aire y les permite alcanzar grandes velocidades. Una persona podrá vivir a 300 kilómetros de una gran ciudad y llegar a una reunión en solo quince minutos. Sería un gran impulso económico frente al creciente problema de la escasez de espacios para viviendas en los centros urbanos. La falta de vivienda afecta a los jóvenes y las clases medias. La experiencia de subsidiar la demanda en lugar de hacerlo con la oferta ya llevó a burbujas en los precios y crisis económicas.
-Biden siguió promoviendo el gasto en escuelas dominadas por los sindicatos. Las escuelas “charter”, financiadas por el gobierno y manejadas por privados -sin fines de lucro- ya demostraron ser más eficientes y aumentar considerablemente el rendimiento académico y la calidad de la educación.
-La agenda de Biden contempla el mayor crecimiento del gasto público en la historia de lo Estados Unidos en tiempos de paz. Bajas tasas de interés y la capacidad de la FED (Banco de la Reserva Federal) de emitir sin generar presiones inflacionarias significativas han permitido financiar este enorme gasto. Pero el paradigma podría estar cambiando como lo demostró el 5% de inflación anualizada del mes de mayo. Puede que el shock inflacionario sea temporal y esté relacionado con las disrupciones en las cadenas de producción por la pandemia, que afectaron la producción de microchips, insumos de construcción, entre otros sectores, pero también muestra que estamos yendo a un mundo con niveles de inflación un poco más altos. En un mundo que envejece, las presiones salariales e inflacionarias podrían aumentar de la mano de la menor oferta laboral y el aumento del gasto público debido a mayores costos de la vejez (jubilaciones y salud). Esto obligará a los gobiernos a ser más eficientes en sus gastos y a tener que incrementar impuestos. Por otro lado, las nuevas tecnologías seguirán reduciendo el costo de muchos bienes y servicios.
La tecnocracia
El estatismo y el endeudamiento tienen sus limites y pronto podremos chocarnos con esta barrera. Las demandas sociales post-pandemia se intensificarán y los programas de estímulo no pueden ser eternos. Esto requerirá de más pragmatismo y mayor eficiencia en el gasto público. La tecnocracia no parece lista para enfrentar estos problemas por su incapacidad para el pensamiento disruptivo.
Los tecnócratas son la clase social que guió el rumbo del mundo tras la Segunda Guerra Mundial y, en especial, tras la caída del Muro de Berlín. Por lo general, son personas formadas en las mismas universidades que promueven el statu quo. Pertenecer a la tecnocracia no se vincula con tener o no educación formal. Hay personas con mucho conocimiento científico y técnico, egresados de grandes universidades, que no son tecnócratas. Está más relacionado con la incapacidad de pensar de forma independiente, sin restricciones y poder expresarlo.
Tener tecnócratas en el gobierno ayuda a mantener la estabilidad institucional, conocimientos y a preservar cierta línea de continuidad, evitando que todo sea un caos. El problema surge cuando constituyen el único eslabón con espacios de poder propio dentro del sistema. Suelen descartar a los que piensan diferente. El problema radica en que, a pesar suyo, están creando un sistema estático, poco pragmático, complejo, con regulaciones y normativas que son incomprensibles para la mayoría de las personas. Este grupo no solo está compuesto por políticos sino también por CEOs de empresas, asesores, abogados, lobistas, representantes de universidades y medios de comunicación. La tecnocracia no puede ser el único eslabón importante de la estructura de comando de una nación.
Tiempo de turbulencias
Nos adentramos en la que puede ser la década más transformadora de la historia debido a la híper aceleración de procesos económicos, tecnológicos y sociales producto de la pandemia. En estos años, muchos de los paradigmas de las últimas décadas pueden ser puestos en duda.
Frente a todos estos desafíos hay algo que no podemos descuidar. La necesidad de proteger las instituciones liberales, el capitalismo y la inversión en ciencia y tecnología. Dos ejemplos recientes nos lo recuerdan. Estados Unidos, con su operación Warp Speed, logró -gracias a la inversión publica de US$ 10.000 millones en sus principales laboratorios (0,05% de su PBI anual)- desarrollar vacunas en tiempo récord e iniciar la mas exitosa campaña de la historia humana. El desarrollo de las vacunas “ARN mensajero” como las de Pfizer y Moderna también fue posible gracias a fondos del gobierno federal norteamericano, otorgados a Moderna en 2013. El segundo ejemplo es Israel, país que gracias a su determinación y constante inversión en tecnología logró construir la cúpula de hierro, también conocida como “el escudo de dios”, el sistema de intercepción de misiles que le permitió detener a la mayoría de los 3.000 misiles que fueron lanzados contra su territorio durante el mes de mayo. Millones de vidas salvadas por la inversión en ciencia y tecnología.
La guerra esta cambiando. Ya no sirven los grandes portaviones, barcos, tanques y rezagos del siglo XX. Hoy la guerra va al mundo cibernético y al espacio. Intercepción de misiles, ataque a los satélites del enemigo, ataques cibernéticos, drones, sabotaje y unidades de despliegue rápido. Tras la caída del Muro, la amenaza nuclear quedo rezagada frente al terrorismo posterior al 11 de septiembre, al que luego se sumó el riesgo de ciberataques masivos que podrían crear un “ciber Hiroshima” que deje países sin internet, combustible, electricidad y mercados financieros durante días.
La otra cuestión que no suelen tener en cuenta los políticos y sus programas es la aceleración de la devastación de la salud emocional durante la pandemia. La crisis de la soledad, ansiedad, depresión e hiperconectividad se agravó en estos meses y muchas personas están al borde de un colapso. El ambiente de trabajo como punto de sociabilización desaparece. No es un tema fácil de abordar. Para empezar, habría que comunicar a nivel gubernamental la situación y compramos un paquete de cigarrillos recibimos una advertencia respecto a sus daños, pero nadie obliga a las empresas tecnológicas a mostrar un aviso con respecto a los riesgos del excesivo uso de redes sociales, un abuso que produce depresión y ansiedad.
Otra cuestión vinculada a la tecnología, será controlar el poder del Estado. Varios bancos centrales están desarrollando criptomonedas gubernamentales. Esto permitiría a los gobiernos eliminar al banco como intermediario, interactuando directamente con el ciudadano poseedor de la moneda. Existiría el riesgo de control social: el efectivo es no rastreable, el dinero digital sí. El dinero podría ser programado para restringir su uso por parte de ciertos grupos, empoderando a autoritarismos. Por otro lado, existe el riesgo de ciberataques. Imaginemos el daño que produciría un ataque al Banco Popular de China, la Reserva Federal u otros bancos centrales que emitan criptomonedas gubernamentales.
Todavía no sabemos cómo funcionaria la economía sin bancos. Jugaron un papel clave en la industrialización de los países al convertir los depósitos en préstamos e inversiones. En un escenario así podríamos imaginar un fuerte aumento del valor del oro, el Bitcoin y las acciones, que podrían ser mas difíciles de controlar.
Pero el cambio tecnológico no termina aquí. En noviembre de 2020, un reactor experimental en Corea del Sur logro mantener la fusión nuclear estable durante 20 segundos. Esta tecnología permitiría proveer energía barata, limpia y prácticamente ilimitada a “toda” la humanidad. Produciría un boom económico por el crecimiento de industrias de alto consumo energético, como las granjas verticales y las que desalinizan el agua, entre otras. El inicio del fin del cambio climático estaría más cerca, pero al mismo tiempo decenas de millones de personas podrían quedar sin empleo en el sector energético. La caída de los precios del petróleo aceleraría el colapso de gobiernos, como el de Vladimir Putin, Arabia Saudita o Venezuela. El combate al cambio climático, la libertad y la democracia liberal podrían ir de la mano. Veremos probablemente la llegada del hombre a Marte y el regreso de la carrera espacial impulsada por tecnologías desarrolladas con la ayuda de computadoras cuánticas e inteligencia artificial. En esta nueva carrera espacial, el sector privado, apoyado con fondos públicos, jugará en rol central, tal como lo hemos visto en las misiones de SpaceX.
Estas transiciones serán potenciadas por el retiro de los Boomers y la llegada de los Millennials a posiciones de poder, y por la irrupción de los Pandemials (nacidos entre 1996 y 2012) en la agenda pública. Cambio climático, no discriminación, rechazo al autoritarismo y el costo de la vivienda y educación serán temas centrales en la agenda pública. Estos jóvenes-protagonistas ahorrarán diferente, estableciendo una fuerte tendencia a invertir en criptomonedas y acciones. Esto cambiará la dinámica del mundo financiero.
La política también cambia de la mano del activismo en redes sociales. TikTok ha tenido un papel clave en el levantamiento Palestino y ha arruinado un acto de campaña de Trump. Reddit fue crucial en el increíble evento de mercado de GameStop.
Estamos entrando en la Década de las Turbulencias de la cual -estoy convencido- emergeremos mas fuertes, mejores.
El proceso será intenso como un viaje de avión a alta velocidad y con fuertes turbulencias. Al llegar a destino encontraremos un mundo mejor que habrá justificado los duros momentos que necesitamos atravesar.
La situación de la Argentina
Ante estos escenarios reales y posibles, Argentina no parece lista para los veloces cambios que se avecinan. En muchas cuestiones tenemos discusiones de mediados del siglo XX, en otras, del siglo XIX; en muy pocas, del XXI. Nuestros políticos deberían mirar muchos de estos programas y cuestiones en discusión en el mundo. Buena parte de lo que hablamos se podría aplicar en nuestro país.
El EITC (Crédito por ingreso del trabajo) podría servir para eliminar todos los subsidios al transporte y la energía, así como reemplazar y unificar planes sociales por un mecanismo que incentive el trabajo. El EITC no solo tiene en cuenta el nivel de ingresos, sino la cantidad de hijos y otras cuestiones. Quita al político la discrecionalidad a la hora de entregar beneficios sociales y eliminaría distorsiones de mercado. Por sí solo no sirve, en conjunto con una reforma laboral masiva que reduzca los impuestos al trabajo y los niveles de judicialización, sin duda, sería mucho más efectivo.
Lo mismo sucede con las “charter schools”: tienen un potencial enorme en nuestro país, reduciendo el poder de los sindicatos y mejorando la calidad educativa.
Otra cuestión a imitar de Estados Unidos es el voto por distrito. En nuestro país votamos listas sábana, no sabemos quiénes son los que figuran en ella. Fortalecer las instituciones liberales requiere el vínculo del político con el votante. Votar el diputado del distrito, elegir el consejo escolar, el comisario del pueblo, el fiscal de distrito, recuperaría el vínculo participativo entre el estado y el votante, la gestión pública no sería una tierra de nadie y los políticos estarían obligados a rendir cuentas.
La otra cuestión: Argentina está llena de impuestos cruzados que recaen sobre los que menos tienen. A los 21 puntos de IVA se suman 10-12 puntos de ingresos brutos (se acumula en la cadena de comercialización), impuesto al cheque y altos costos transaccionales. A esto hay que añadir 40 puntos de costo laboral, más un costo salarial no laboral por indemnizaciones y otras cuestiones que lo vuelven aún más elevado. Estos factores impactan en los precios al consumidor. La lógica del Estado argentino va en contra de la lógica de los países que les ha ido bien. El nivel de empleo público es excesivamente alto en relación a la pésima calidad de sus prestaciones. El costo de la clase política recae sobre los que menos tienen, sobre los trabajadores y quienes destinan la mayor parte de su sueldo al consumo.
Argentina tiene todo para afrontar con mucho éxito la década de las turbulencias. El contexto global favorece al país: tasas bajas, soja por arriba de los 600 dólares, grandes extensiones de campo fértil, litio, pesca, petróleo y gas, turismo, un sector tecnológico que generó 5 unicornios en pocos años, una población joven en un mundo que envejece, vías navegables. Es un país plano en el cual construir infraestructura es fácil.
Sin embargo, no hay soja que alcance si las instituciones no funcionan. La economía no crece hace una década, nuestro PBI per capita es prácticamente el mismo que hace 40 años; cuando el de nuestros vecinos se duplicó. La vacunación es de las más lentas de la región debido a que no se comprenden los mecanismos de negociación con los laboratorios y a un uso político de la pandemia que va camino a costarnos 100.000 muertos. Argentinos y argentinas muertos por no querer acordar con un laboratorio, por cuestiones ideológicas. No importa sin son rusas, norteamericanas, chinas, británicas o si son de producción nacional o extranjera: las vacunas salvan vidas.
Para avanzar debemos volver a mirar al mundo, salir de nuestra burbuja y recordar que en los mejores años de Argentina, allá por finales del siglo XIX, nuestros lideres traían lo mejor de mundo a nuestro país, recorrían el planeta buscando ideas como lo hicieron Alberdi y Sarmiento. Y sobre todo, podían sentarse en una mesa a dialogar de forma genuina con quienes pensaban diferente. La nación estaba por sobre los intereses personales y el sentido común no era el menos común de los sentidos.
En un continente donde las instituciones liberales están en crisis debemos luchar por protegerlas. En Chile, en Perú, en Colombia vemos un resurgimiento del populismo; en Brasil, un presidente populista que solo llegó al poder gracias al miedo a otro populista. Más que nunca los años que vienen requieren de flexibilidad y unidad. Más que nunca las instituciones liberales, el capitalismo, la ciencia y la tecnología deben marcar el rumbo de la nación.
Los países que mejor defendieron estos principios fueron los más exitosos frente a la pandemia, los que más rápido se hicieron de vacunas, los que más rápido salieron de la crisis y los que mejor emergerán tras la Década de las Turbulencias.
*Federico Domínguez es escritor y asesor financiero. Autor de “La Rebelión de los Pandemials: Los Ciclos Humanos y la Década de las Turbulencias” (Editores Argentinos).
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