La grieta que tanta angustia está ocasionando aquí atraviesa el mundo. Mientras que Cristina Kirchner y sus soldados se sienten afines a los regímenes de Venezuela, Cuba, Rusia, China y, en algunos casos, a los teócratas furibundos de Irán y los yihadistas de Hamas que sueñan en voz alta con un segundo holocausto, los líderes de Juntos por el Cambio son defensores ardientes del capitalismo democrático occidental que privilegian las relaciones con Estados Unidos, los países europeos, el Japón e Israel. Aunque es de suponer que en este ámbito por lo menos Alberto Fernández tiene algo más en común con Mauricio Macri que con la doctora, los partidarios de su jefa política están tratando de obligarlo a hacer suyas sus propias prioridades.
Los kirchneristas más fogosos quieren que la Argentina desempeñe un papel importante en la rebelión contra el orden internacional que, luego de la implosión de la Unión Soviética, pareció destinado a ser hegemónico por muchos años más, de ahí los debates en torno del presunto “fin de la historia” que proliferaron casi tres décadas atrás. Sin embargo, después de una pausa pasajera, la resistencia al esquema unipolar que giraba en torno a Estados Unidos se renovó bajo una multitud de banderas: el expansionismo ruso, la voluntad china de reafirmarse como “el imperio del medio” y, claro está, los esfuerzos islamistas por subordinar absolutamente todo a su versión despiadada de lo que para los más fanatizados es la única fe verdadera y por lo tanto la única que están dispuestos a tolerar.
Si bien ha sido modesto el aporte kirchnerista a la lucha contra el statu quo, sus militantes quisieran que el país se solidarizara con quienes se oponen al ascendiente económico, cultural y político de las naciones de tradiciones europeas que durante algunos siglos dominaron el planeta. Lo mismo que tantos otros, buscan una alternativa radical viable a la visión, a su juicio mediocre, de quienes creen que el sistema mixto, en que se combina el liberalismo económico con instituciones democráticas que velan por el bienestar de la gente, que es típico de los países occidentales más prósperos, es por mucho el mejor al que podríamos aspirar. Desde el punto de vista de los comprometidos con “el relato”, la economía es un tema menor que sólo interesa a materialistas. Aunque en el exterior pocos toman en serio las lucubraciones de los pensadores del Instituto Patria, no son más extravagantes que las de los Taliban, digamos, que están librando una campaña sumamente violenta contra todos aquellos que rehúsan someterse.
Para hacer aún más confuso lo que está sucediendo, los rebeldes cuentan con muchos simpatizantes en Estados Unidos y Europa. La sensación difundida en algunos círculos intelectuales de que se ha agotado “el proyecto de la Ilustración” del cual la democracia occidental es una manifestación, y que por lo tanto hay que buscar algo muy diferente, les brinda pretextos para sumarse a los enemigos declarados de las sociedades en que viven. Gracias en buena medida a ellos, en muchos países desarrollados la izquierda se ha transformado en un movimiento de la burguesía contestataria que está atrincherada en las universidades, las burocracias administrativas y los medios tradicionales, lo que ha provocado la reacción negativa de miembros de la clase media baja u obrera que hoy en día son más propensos a votar por partidos conservadores.
En el Reino Unido y el continente europeo, el socialismo está batiéndose en retirada frente a agrupaciones nacionalistas. En Estados Unidos, el ala supuestamente progresista del Partido Demócrata comparte el poder con los moderados, pero corre el riesgo de enojar tanto a sus compatriotas “proletarios” con las medidas que está impulsando para privilegiar a las “minorías” étnicas y sexuales, que Donald Trump logre recuperarse de la derrota que sufrió en las elecciones del año pasado y regresar al poder.
Para el gobierno formalmente encabezado por Alberto, ubicarse en este mundo en ebullición constante no está resultando ser nada fácil. Puede que, por motivos económicos y sanitarios, el presidente mismo quisiera que la Argentina se llevara bien con todos los países occidentales, pero cada tanto los conflictos internos que agitan a la coalición gobernante ocasionan lo que podrían calificarse de malentendidos. Para hacer aún más difícil su tarea, al canciller Felipe Solá le gusta disparar pequeños misiles verbales contra gobiernos que por algún motivo le parecen antipáticos justo cuando Alberto está procurando congraciarse con ellos. Es lo que ocurrió después de la visita presidencial a Portugal, un país que a su entender carece de importancia, y España, que en su opinión “está débil” debido al triunfo en Madrid de la conservadora Isabel Díaz Ayuso.
Huelga decir que la Cancillería no vaciló en agregar su voz al coro que está condenando a Israel por lo que calificó como el “uso desproporcionado de la fuerza” para defenderse de Hamas, una organización terrorista que, basándose en citas coránicas y hadices beligerantes, es tan visceralmente hostil hacia todos los judíos como eran los nazis alemanes. Acaso por temor a los kirchneristas que aplaudían a los yihadistas, olvidó pedir que Hamas también dejara de lanzar miles de cohetes contra el país que tanto odia.
Puesto que días antes de condenar Israel por reaccionar de forma “desproporcionada” frente a la nueva ofensiva islamista, la ministra de Salud Carla Vizzotti y el jefe de Gabinete Santiago Cafiero se habían reunido con una delegación israelí para analizar la posibilidad de desarrollar conjuntamente una nueva vacuna contra el Covid-19, el comunicado de la Cancillería, que a buen seguro reflejó el pensamiento de muchos kirchneristas, desconcertó a muchos.
Sin llegar al extremo de negarle a Israel el derecho a defenderse, todos los gobiernos occidentales preferirían que lo hiciera de manera menos cruenta, pero por desgracia hay límites a lo que es razonable exigir. Aunque los militares israelíes advierten a los civiles que están en los edificios que se proponen demoler para que puedan alejarse a tiempo, los líderes de Hamas no quieren que lo hagan porque saben muy bien que les beneficia la muerte de quienes utilizan como escudos humanos. Para ellos, una foto de víctimas de un ataque aéreo es un triunfo propagandístico. He aquí una paradoja de la guerra de baja intensidad que está librando Israel contra yihadistas que están resueltos a barrerlo, con sus habitantes judíos, de la faz de la Tierra: todas las muertes, tanto las propias como las de árabes, lo perjudican; a ojos de muchos occidentales, y ni hablar de los musulmanes, sólo importan los desastres que pueden atribuirse a la “desproporcionalidad” israelí. En términos publicitarios, por decirlo así, el que Israel haya logrado proteger mejor a sus ciudadanos es una desventaja muy grande.
Hace apenas una semana, en Afganistán una banda islamista asesinó con coches bomba a más de ochenta niñas que salían de un colegio en Kabul; desde su punto de vista, educar a las mujeres es un pecado capital. ¿Hubo protestas masivas en las ca - lles de ciudades europeas y americanas protagoniza - das por musulmanes horrorizados por lo que habían hecho sus correligionarios? ¿Repudiaron la matanza feministas militantes que no quieren que las mujeres sean tratadas como esclavas cuyo deber es servir a los hombres y procrear? Claro que no. Asimismo, días antes, los turcos bombardearon una aldea kurda en Irak provocando una cantidad de víctimas. ¿Motivó indignación tanto salvajismo entre los biempensantes occidentales? Tampoco. ¿Y las atrocidades que día tras día se perpetran en Siria y en algunos países africa - nos? Con escasas excepciones, los occidentales se han habituado a pasarlas por alto; no son noticia.
En cambio, al difundirse la noticia de que podrían ser desalojados algunos árabes de las casas que ocupaban en ciertos barrios de Jerusalén, ya co - menzaran los partidarios de la causa palestina a organizar manifestaciones de repudio que, desde luego, crecerían exponencialmente luego de optar Hamas por lanzar más de tres mil misiles contra lo - calidades israelíes sin que se le ocurriera limitarse a blancos militares. En otras palabras, si el Estado judío hace lo que haría cualquier otro país bajo ataque, se tra - ta de un crimen horroroso, pero una matanza muchas veces más brutal perpetrada por musulmanes pasará inadvertida porque, según las normas que son vigentes en sectores muy influyentes, sería “racista” criticarlos. Pues bien, es más que probable que los años próxi - mos sean aún más agitados que los que precedieron a la pandemia. Las crisis internas de Estados Unidos y Europa están envalentonando a una amplia gama de extremistas sectarios y políticos como los clérigos sanguinarios de Irán y algunos países vecinos, ade - más de autócratas nacionalistas como Vladimir Putin y Xi Jinping. Todos estos personajes se creen capaces de aprovechar las convulsiones que ven acercándose para aumentar su propio poder. Según un proverbio africano, “cuando los elefantes luchan, la hierba es la que sufre”. Para que la Argentina no sea pisoteada, sus gobernantes tendrían que prestar mucha atención a las relaciones con el resto del mundo y desistir de tomar decisiones, o proferir opiniones tajantes, que podrían ocasionarle dificultades graves.
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