Los kirchneristas duros, esos que hablan de la "corpo" y la redistribución de ingresos, esos que le cantan a Cristina lo de "acá tenés los pibes para la liberación", esos que miran de reojo cualquier fortuna y cualquier iniciativa del capital privado, nunca terminaron de quererlo a Alberto Fernández. Si lo toleran de mala gana es solo porque la jefa lo puso de candidato para atraer votos independientes y ganar la elección. Para ellos, Alberto en el fondo es un pequeño burgués, un conservador, un amigo indisimulado del establishment. Y de Clarín, para colmo.
Allí están los proyectos del cristinismo que lo corren por izquierda, como el impuesto a las grandes fortunas impulsado por Máximo Kirchner o la idea de la diputada Fernanda Vallejos de que el Estado adquiera acciones de las empresas a las que subsidia en medio de la pandemia. Allí están los desaires de Hebe de Bonafini, que deja vacío su asiento en algunos anuncios del Presidente o le pide que hable de "presos políticos" cuando menciona a los ex funcionarios K que están tras las rejas, y no de delincuentes comunes, como los llamó Alberto. Allí está la propia CFK, que en público le recomienda que se acuerde de la militancia y no se deje llevar por "la tapa de un diario".
¿En qué se basan los K para considerarlo un hombre de derecha? Una parte del archivo, es cierto, les da la razón. Aquella que señala que el joven Fernández empezó militando en las filas del Partido Nacionalista Constitucional, el conservador PNC de Alberto Asseff. O aquella que, antes de la llegada de la democracia, lo retrata como el ayudante de dos jueces consustanciados con el Proceso militar, Ramón Montoya y Fernando Mántaras. O aquella que lo muestra como un ambicioso funcionario menemista al frente de la Superintendencia de Seguros, desde donde tejió fluidas relaciones con los hombres de negocios bajo el manto de uno de sus primeros padrinos políticos, Domingo Cavallo.
El propio Néstor Kirchner lo frenaba en seco cuando Fernández, ya reconvertido dialécticamente al progresismo del jefe patagónico, intentaba burlarse de otros funcionarios por su pasado reaccionario. "Pero Alberto –lo chicaneaba–, si vos fuiste en una lista de Cavallo y tenias como suplente a Elena Cruz...". Y los testigos de la escena reían.
Elena Cruz era la actriz y ex legisladora cavallista que defendía con uñas y dientes al dictador Jorge Rafael Videla.
Está claro que los militantes K desconfían de Alberto y lo consideran un sapo de otro pozo. Un sapo que tuvieron que tragarse, pero que los está indigestando.
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