Thursday 12 de December, 2024

OPINIóN | 14-12-2020 16:24

“Querete”: los imperativos categóricos que no pueden ponerse en práctica

El mensaje escueto y veloz de las redes sociales se mezcló con las recetas de autoayuda para provocar, en dosis parecidad, fascinación y angustia.

Frases permisivas o restrictivas, aparecen de manera intempestiva en las ventanas por la que solemos mirar.

El aislamiento social impuesto por la Pandemia, nos ha llevado a muchos a superar ciertas limitaciones para apropiarnos de espacios en el mundo prexistente de las Redes Sociales, o a sobrevalorarlos, en el caso haberlos habitado con anterioridad.

Personalmente, yo formo parte del primer grupo y, como todo inmigrante a tierra extranjera, comencé a aprender nuevas cosas. Fue así como conceptos y palabras cotidianas, se cambiaron rápidamente el atuendo y comenzaron a lucir una acepción mucho más informal. La Historia, por ejemplo, tal como la conocíamos, como una narración y exposición de los acontecimientos pasados, dignos de memoria, sean públicos o privados (RAE), pasó a significar también un círculo rojo muy llamativo que nos indica que, determinada persona o usuario, nos mostrará, en lo que dura un suspiro, una sucesión de hechos, a una velocidad inasible, acerca de algo importante de su vida. Esta historia, es una historia rara, que se adapta a las exigencias de los tiempos actuales, porque sólo durará veinticuatro horas.

La palabra “feed”, que en inglés se relaciona con la alimentación, ahora no es sólo eso y, se dice en el mundo de Internet, que “se debe” tener un feed equilibrado, que dista de ser una dieta armoniosa para estar saludable. Esta modalidad de equilibrio, tiene que ver con una buena relación entre imágenes y contenido escrito, instancias que conjugadas transmitan algo que resulte cautivante para el espectador.

Un sólo significante más, que confieso no haber conocido bajo esta acepción hasta este momento: arrobar. En la lengua española, arrobar es quedar embelesado, enajenado, fuera de sí por algo o alguien. No lo sabía y, previo a esto, sólo incorporé a regañadientes a mi retórica, que esta palabra era marcar el símbolo correspondiente en nuestro teclado, al inicio y sin dejar espacios al nombre de cada usuario, homologando en cierta parte las singularidades. En las redes, todos nuestros nombres comienzan de la misma manera.

Dentro de las ventanas que al comienzo de este texto les nombré por las que vemos lo que sucede a nuestro alrededor, las Redes merecen una mención especial porque por estas se asoman, sin pedir permiso, mensajes y/o publicidades que, por alguna combinación de algoritmos que aún no se bien cómo funciona, infieren que nos han de interesar. Y los tres elementos mencionados previamente (historias, feed y la homologación de las singularidades), se asocian para conformar la escenografía perfecta para que entre en escena el llamado Imperativo Categórico, concepto de la ética kantiana, que se define por aspirar a ser un mandamiento autónomo y autosuficiente, capaz de regir el comportamiento de una persona.

Construcción retórica que se realiza en forma de “debo”, sin estar condicionado por ninguna otra consideración, que es universal y de aplicación en cualquier momento o situación. El imperativo es un fin en sí mismo y no un medio para lograr un resultado determinado: “Dejá de estar siempre disponible, no sos el 911”, “Priorízate”, “No quiero ser como antes”, “Querete”, son algunas de las que recuerdo haber visto y que, realmente, me llamaron la atención, no sólo por su contenido, sino por la repercusión que tenían en los usuarios.

Allí caí en la cuenta de que estos imperativos categóricos, provocaban un efecto de fascinación en quienes se sentían identificados con ellos y que, al definirse como de género de autoayuda, creaban la ilusión de que una persona, al leerlo, “likearlo” (marcar que le gusta), podría incorporarlo e implementarlo casi como por arte de magia. Para serles sincera: Estas proposiciones, la mayoría de los usuarios, ya las saben, el problema es que quienes las padecen, lo que no saben es cómo hace para despojarse de ellas.

Por otro lado, tiene un costo emocional alto porque provocan, en un primer momento, una obnubilación muy grande ya que hay un Otro (al cual se le otorga un Saber) que enuncia algo que, en realidad como ya dije, ya se sabe, causando un efecto similar al de un adivino que no adivina nada. Sin embargo, la segunda instancia de este proceso, es una caída abrupta, que causa una gran angustia y frustración por no poder cumplir la premisa.

El imperativo ahuyenta a la subjetividad al postularse como un “para todos” igual, por ejemplo, la frase de la “no disponibilidad al Otro” (911), ¿dónde quedaría el elegir con quién uno quiere ser incondicional y con quién no?

Podría pensarse que una premisa de este tipo funciona sólo como una modalidad que proporciona alivio temporal, porque estas afirmaciones o negaciones son frases que el lector dirigiría a Otro (pareja, madre, amigos, etc.), pero que no ayudan a que pueda implicarse en su padecimiento, buscar cuál es su incidencia causal en todo lo que le sucede, punto de partida para poder trabajar sobre su síntoma (¿qué tengo que ver yo con todo esto que sucede?), dejando de culpabilizar a los demás, al mundo, a Marte, a Júpiter o a Plutón.

Imperativo categórico, Ley universal que viene desde afuera y que confronta descarnadamente con la imposibilidad de ponerlo en práctica. Nadie puede mejorar de esa manera. Sólo se puede hacer algo distinto si se bajan un poco las cortinas, para atenuar los estímulos encandiladores del exterior y comenzar a ver con detenimiento qué sucede en nuestro interior, teniendo en cuenta que, la única premisa válida, es la de nuestro deseo, que es única, original, y que, para encontrarse con ella, es imposible hacerlo solo, se necesitará recurrir a Otro para que nos ayude a transitar el camino.

 

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Paula Martino

Paula Martino

Psicoanalista.

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