Thursday 25 de April, 2024

OPINIóN | 02-08-2022 15:25

Smartphones: ¿son una amenaza para nuestra capacidad de pensar?

Son tan esenciales para nuestras vidas, que ya no recordamos cómo vivíamos sin ellos. Pero delegar cada vez más actividades y operaciones en los celulares puede ser fatal para nuestro cerebro.

En cada época hay, por así decirlo, objetos que encarnan un momento del mundo y del pensamiento. Marcan una especie de ruptura, técnica e imaginaria, que redefine el estado presente de las cosas y que magnetiza el porvenir, haciendo entrar la cultura en lo que más tarde resulta ser una nueva “episteme”: la imprenta en el siglo XV, el mapa de Mercator en el siglo XVI, el telescopio refractor y el microscopio en el siglo XVII, la máquina a vapor en el siglo XVIII, la máquina de fotos y la lamparita eléctrica en el siglo XIX, el avión, el transistor, la televisión y la computadora personal en el siglo XX…

En este principio del siglo XXI, el objeto que tal vez simboliza más claramente lo que consideramos progreso (sus avances y sus estragos), bien podría ser el smartphone: ese pequeño objeto familiar que pone en nuestras manos todos los poderes de Internet.

Pero, al poner a nuestro alcance la revolución digital, ese teléfono que hace todo no solo se presenta como una innovación que ilustra el espíritu y los comportamientos de nuestro tiempo: también lo hace como un dispositivo a la vez intrusivo, conminatorio y adictivo que metamorfosea nuestros usos y nuestras representaciones; vale decir, nuestra manera de vivir y nuestra visión del mundo.

¿Sabían que el 30% de los surcoreanos admiten que preferirían prescindir de su vida sexual antes que de su smartphone? ¿Acaso se han preguntado por qué Emmanuel Macron, en su retrato oficial, eligió que aparecieran sobre su escritorio presidencial, exactamente al alcance de su mano derecha, dos smartphones superpuestos? ¿Cuál es la mejor dirección para dejarse engañar por el amor en tres textos? Whatsapp, con todo lo necesario en la aplicación para volverlo a uno loco en un abrir y cerrar de ojos: “¿lo leyó?”, “¿a qué hora?”, “¿y por qué sigue sin responder?, “¡chatea con otrx!”…

¿Es casual que la mayor parte de las actividades en el smartphone activen en nuestro cerebro un sector neuronal productor de dopamina, conocida por sus vínculos con el “sistema de recompensa”, con la motivación y con ciertos procesos cognitivos, pero también por sus implicaciones en las patologías, como la dependencia a las drogas y en diversas patologías psiquiátricas? Pero, por otro lado, cuando uno está en la calle, ¿cómo arreglárselas sin smartphone para llamar un taxi o un Uber?

Mucho más allá de sus funciones utilitarias, el teléfono inteligente se manifiesta como un principio de interferencias que modifica profundamente la relación que mantenemos con nuestro entorno, con los otros y con nosotros mismos.

Esta pequeña fenomenología del smartphone nació de una reflexión colectiva con los amigos mediólogos de la Rue de l’Odéon, cuando estábamos completando “El siglo del smartphone”, el número 54 de la revista Médium, aparecido en enero de 2018. Por muy completo que sea ese número, me pareció que todavía faltaba decir muchas cosas para responder a las preguntas, al fin y al cabo desconcertantes, que nos plantea el increíble ascendiente que tiene sobre nuestras vidas ese pequeño fetiche que hace de todo.

Cargador de celular

Más que un estado de situación científico y técnico, lo que busco llevar a cabo es una investigación fenomenológica y mediológica, entrevistando a usuarios de todas las edades, escuchando sus confidencias y tratando de formular, aquí y allá, algunas preguntas sensibles: ¿cómo comprender la experiencia vivida y los contenidos de conciencia que hoy en día nos vinculan al smartphone?

El smartphone nos permite experimentar, a su debido tiempo y en directo, las esperanzas más descabelladas y las amenazas más temibles de una revolución digital que apenas está en sus inicios y a la cual se añaden, desde hace un tiempo, los desafíos de la inteligencia artificial.

¿Qué es lo que se perfila detrás de la ambivalencia de esta herramienta? ¿De qué naturaleza es nuestro vínculo con ese objeto, a la vez angelical y diabólico, sin el cual casi nadie imaginaría vivir? Y para comenzar, ¿cómo nombrarlo en su pretensión de pensar por nosotros, manteniéndose físicamente cerca de nosotros?

Tres cerebros

Los investigadores de ciencias biológicas nos enseñaron que nuestra inteligencia no estaba exclusivamente concentrada en los hemisferios de lo que llamamos nuestro cerebro, sino que nuestro vientre (estómago, tubo digestivo, vísceras), donde –de acuerdo con Platón– yace emboscada la hidra de nuestros deseos, está de hecho dotado de neuronas tan numerosas como las de nuestro encéfalo, y debe ser considerado con la mayor seriedad como “un segundo cerebro”: a cargo de proporcionarle a nuestro cuerpo otra forma de pensamiento crucial para nuestra energía vital, nuestra resiliencia e incluso, según parece, para la dinámica profunda de nuestras emociones. Esta prolongación del perímetro cerebral a un segundo polo, a la vez orgánico y sentimental, debería ser una excelente razón spinoziana o nietzscheana para alegrarnos a todos.

Pero hay riesgo de que la fiesta dure poco porque, al mismo tiempo, parecería que las cosas están a punto de tomar un sesgo inquietante respecto de nuestro “primer” cerebro: el de arriba, principio de toda memoria y de toda intelección, asentado en nuestra cabeza y que reina, en principio, sobre nuestra conciencia y nuestra facultad de juzgar…

El tercer cerebro

Es fuerte comprobar que, para varias de sus funciones, ese cerebro N°1 comienza a abdicar de una buena parte de sus prerrogativas en beneficio de un pequeño encéfalo auxiliar completamente nuevo –al que hay que llamar nuestro tercer cerebro– con el que las nuevas tecnologías nos recompensan desde hace una década: el smartphone, un cerebro electrónico que comunica, exterior a nuestro cuerpo, pero tan adictivo que lo mantenemos constantemente en la mano, listos para responder la menor de sus órdenes, cuando no tenemos los ojos ya pegados a su pantalla.

Mientras que el cerebro N°2 (el vientre) conserva intacta su responsabilidad en la gestión de su territorio, el cerebro N°1 (la cabeza) y el N°3 (el smartphone) conocen cada día nuevas dificultades para delimitar sus zonas respectivas de autoridad, no solo en el campo de las funcionalidades cognitivas y relativas a la praxia, donde el cerebro N°3 multiplica las incursiones y los enclaves, así como, desde hace poco, en el de las grandes funcionalidades biológicas (ritmo cardíaco, sueño, marcha, dieta, etc.), que hasta acá piloteaba el cerebro N°1, pero sobre los que, ahora, el cerebro N°3 pretende desarrollar herramientas de cálculo y de control estadístico.

Además, el cerebro N° 3 se las arregló para desarrollar actividades que apuntan directamente al área tegmental ventral del cerebro N°1 que se ve solicitada por envíos cada vez más frecuentes y cada vez más masivos de dopamina y de sustancias adictivas por demanda expresa del cerebro N°3 que parece querer tomar el control total de ese tránsito, dejándole apenas al cerebro N°1 el papel de proveedor de estupefacientes.

Mientras que el cerebro N°2 se declara incompetente a propósito del objeto del conflicto, las negociaciones entre el cerebro N°1 y N°3 resultan cada vez más difíciles. Se producen vagas mediaciones preliminares, pero ante la ausencia de una jurisdicción superior, entre los dos interlocutores parece tener que imponerse un control tácito de libre intercambio: la ley de la oferta y de la demanda, lo que es decir la ley de la selva.

Fotogaleria Una niña mira su smartphone mientras está sentada en un banco frente a los edificios residenciales parcialmente destruidos como consecuencia de los bombardeos en la ciudad de Irpin, cerca de Kiev

Al ofrecer un servicio idéntico o superior por un precio inferior (una dificultad mucho más débil o nula), el cerebro N°3 se queda, una tras otras, con todas las partes del mercado en los sectores de servicio donde puede rivalizar técnicamente con el cerebro N°1. En el caso de varios dominios claves de nuestra actividad intelectual básica, la cuestión ya está saldada –el que ya manda es el smartphone– sin que nadie haya podido pronunciarse sobre la legitimidad de la OPA o la legitimidad de los procedimientos.

Por otra parte, no fue necesario ningún abuso de poder. Todos consentimos. Siguiendo la pendiente natural de las cosas, la relación de fuerza se invirtió espontáneamente, cuando el tercer cerebro le hizo al primero ofrecimientos de esos que nadie puede rechazar, en base al modelo de pequeños arreglos antaño negociados para reemplazar el laborioso cálculo, mental o escrito, por una intervención sistemática e indolora de la calculadora electrónica y de la hoja de cálculo. Desde entonces, las cuentas son más exactas, pero ya nadie sabe realmente calcular.

A partir del mismo modelo, el smartphone ya venía investido de una masa considerable de nuestros procedimientos de reflexión, búsquedas de información y datos de memoria: cada día, liberamos un poco más nuestra memoria, aligerándola de códigos, protocolos, instrucciones de uso, coordenadas, glosarios y contenidos de saber, duraderos o volátiles, formales o sustanciales, con los cuales, hasta ahora, teníamos que cargarla hasta la saturación. ¿Resultados? Una cierta sensación de ambivalencia.

Por un lado, nos sentimos liberados de un peso: aligerados de todas esas rutinas y de todos esos contenidos almacenados en otro lado, nuestro disco duro interno funciona más rápido; nos vuelve más receptivos a los datos nuevos y a las nuevas estructuraciones que van a favorecer inevitablemente nuestra creatividad, lo que, al menos, esperamos…

Por otro, de manera confusa, esa delegación del poder, cada día más amplia, nos preocupa. ¿Y si fuera una esperanza vana? Desposeídos paulatinamente de todo lo que constituía nuestros conocimientos, nuestras herencias o nuestras conquistas, nos sentimos algo así como amenazados de expoliación. No sin motivo.

 

Pierre-Marc De Biasi
Investigador, editor, escritor y artista plástico. Ha realizado investigaciones sobre la historia del papel, el léxico contemporáneo, la historia de las ideas la edición digital. Su último libro publicado en la Argentina es “El tercer cerebro. Pequeña fenomenología del smartphone” (Traducción de Jorge Fondebrider- Ampersand), del cual este artículo es un fragmento.

 

por Pierre-Marc De Biasi

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