Ya venía avisando la vicepresidenta que no estaba de buen humor. El 17 de octubre, el día de la Lealtad peronista, pegó el faltazo al acto que el Gobierno había armado en torno a Alberto Fernández. Y ahora, en otra efemérides, la de los diez años que se cumplen de la muerte de su marido, volvió a mostrar los dientes. “Funcionarios que no funcionan”, escribió en su mensaje difundido por las redes sociales. “Aciertos y desaciertos”, dijo en cuanto a la actuación de su compañero, el Presidente, no con tono de autocrítica sino más bien de reproche. “Un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales” del país, propuso ante la crisis del dólar, sin consultar primero a quien supuestamente lleva las riendas del Gobierno.
La lectura que surge de esos dardos –que Alberto en público traduce como un respaldo, porque no le queda otra– es doble. Por un lado, podría suponerse que la vicepresidenta le dijo a su socio que se corra, que ahora maneja ella. Por el otro, también podría interpretarse que, en vez de manotear el volante, se está tirando de un coche en movimiento antes del inminente choque. Es decir, se está despegando.
Ninguna de las dos opciones es buena.
La crisis del dólar hace tambalear al Gobierno porque deja en evidencia que el establishment le quitó su respaldo y que hay un problema de confianza, que no se soluciona con medidas como las que el equipo económico de Alberto viene aplicando en las últimas semanas. El problema es de fondo y tiene que ver con el avance de CFK y su agenda dura –Vicentin, reforma judicial, embestida contra la Corte, impuesto a las grandes fortunas, nueva pelea con Clarín, manotazo a la coparticipación de los porteños, etcétera– que vacía de poder a un Presidente que había llegado a la Casa Rosada prometiendo concordia y buenos modales, o algo así como kirchnerismo herbívoro.
La constatación de que esas promesas resultaron un chasco, más la larga cuarentena y el deterioro económico, conforman una bomba que el oficialismo no logra desactivar y que empuja al dólar cada vez más alto.
Cristina está furiosa. Con la situación, con el Presidente y su equipo, con los empresarios que no apoyan. Pero lo que más la enfurece es la inaceptable certeza de que, en el fondo, el problema es ella.
Comentarios