Wednesday 19 de November, 2025

PERSONAJES | 25-09-2025 05:09

María Lovero: “Crecí entre ensayos, estrenos y camarines”

La bailarina, hija del recordado Onofre Lovero, recuerda sus primeros pasos en la danza y sus maestros.

En el histórico escenario del Teatro Payró, fundado por su padre, el recordado actor y director Onofre Lovero, se abre un instante íntimo con su hija, María. En el año del centenario del nacimiento de quien dejó una huella indeleble en la escena argentina, la bailarina transmite en cada palabra el eco de una herencia entrañablemente familiar.

Nacida en Buenos Aires a comienzos de los noventa, creció en un hogar atravesado por la sensibilidad artística. Su padre, apasionado del teatro y la ópera, y su madre, psicóloga forense y escultora. Su primer recuerdo ligado a la danza es una visita al Teatro Colón, donde vio a Paloma Herrera en “Romeo y Julieta”. “Fue el momento en que me enamoré para siempre”, asegura con la certeza de haber hecho de la danza su destino.

Se formó en el Instituto Superior de Arte del Colón y, a los 15, ya brillaba como solista y principal en la compañía de Iñaki Urlezaga. Luego integró el Ballet Argentino de Julio Bocca bajo la dirección de Lidia Segni, y más tarde, se consolidó en el Ballet de Santiago de la Ópera Nacional de Chile, donde desde hace más de 14 años interpreta roles de solista y primera bailarina.

La charla con NOTICIAS se realiza en el mismo Payró, teatro que su padre levantó en 1952 junto a un grupo de amigos. “Hay una comunicación con mi papá que sigue viva cada vez que piso un escenario”, confiesa.

Noticias: Llegó muy joven a Santiago de Chile para incorporarse al Ballet Nacional. ¿Cómo fue ese comienzo lejos de la Argentina?
María Lovero: Llegué con apenas 18 años, después de audicionar y quedar seleccionada. Fue un paso enorme porque significaba mudarme de país, aunque fue elegido sabiendo que estaba a dos horas de avión de mi familia. Los primeros meses viví con amigos, después me alquilé un departamento y así fui echando raíces. Aunque somos países hermanos, reconozco que el desarraigo es duro. Las idiosincrasias son muy diferentes. Pero lo que me sostuvo fue saber que estaba haciendo lo que amaba, bailar en un teatro maravilloso, con producciones de primer nivel, orquesta en vivo y un cuerpo estable; cerca de mi país. 

Noticias: ¿Qué le ofreció el Ballet de Santiago?
Lovero: Primero, una estabilidad institucional que en ese momento era difícil encontrar en la Argentina. El teatro nunca suspendió funciones, salvo por un incendio, ni siquiera el terremoto de 2010 interrumpió nuestra temporada, porque cuando volvimos de vacaciones todo estaba resuelto. Además, trabajar bajo la dirección de Marcia Haydée fue un privilegio inmenso. Cuando llegué, ella estaba como directora del ballet, me contrató y fue quien me dio la oportunidad de bailar roles de gran responsabilidad. En esa época estaban los argentinos Marcela Goicoechea y Luis Ortigosa, y compartir escenario con ellos fue motivador. Chile me permitió desarrollarme como bailarina solista, asumir protagónicos y crecer con la tranquilidad de saber que cada año tendría repertorios desafiantes y un público fiel que llena la sala.

Noticias: ¿Europa nunca estuvo en sus planes?
Lovero: Sí, bailé un año allá, en el 2023, en el Ballet Nacional de República Checa y fue fascinante. La compañía era muy internacional, había bailarines de distintos países y la diversidad enriquecía el trabajo. El repertorio se dividía en clásico y contemporáneo, lo cual exigía una versatilidad enorme. Me sentí muy respetada, me dieron roles destacados y el ambiente fue generoso. Incluso me ofrecieron quedarme como primera bailarina, una tentación inmensa, pero después de pensarlo mucho, elegí volver a Chile. Allí ya había construido un camino de más de una década y cerca de mi familia en Argentina. Europa me encanta, no cierro puertas, pero escuché a mi intuición, necesitaba volver al lugar que sentía como hogar.

Noticias: ¿El mito de la competencia feroz entre las bailarinas es cierto?
Lovero: Sí y no. Tuve la suerte de estar en espacios donde el grupo humano ha sido mayormente bueno. No digo que no pasé experiencias de competencia desleal, pero no fue lo común en mi carrera. En el Ballet de Santiago, el grupo humano es excelente. Eso no quiere decir que en otras compañías sea igual, seguramente en las europeas o incluso en Rusia, la competencia debe ser muy fuerte. Escuché casos como que ponían vidrios molidos en las zapatillas de punta de las bailarinas más competitivas, pero yo nunca lo viví. Por eso la película “El cisne negro” no me gusta, porque muestra una realidad que no es tal. A esa chica le pasa todo lo que tal vez puede llegar a pasar en el mundo de la danza en los siglos de los siglos y no es así. No todos transitamos ese sufrimiento y esas patologías en la profesión. Ser bailarina de élite es sacrificado, pero también se lleva con mucha felicidad.

Noticias: Su papá, Onofre Lovero, dejó una huella imborrable en la cultura argentina. ¿Cómo vive hoy ese legado?
Lovero: Mi papá falleció hace diez años, pero me acompaña todos los días. Fue actor, director, regisseur del Colón, fundador del Teatro Payró y presidente de fundaciones artísticas. Lo más valioso que heredé de él no es solo su trayectoria, sino su manera de vivir el arte con nobleza de corazón y valores inquebrantables. Él saludaba con el mismo cariño a un director que a un portero o a alguien del personal de limpieza. Esa transversalidad en el trato me marcó para siempre. Nunca me impuso un camino, solo quería que yo fuera feliz. Y creo que está tranquilo, porque lo soy. Sus enseñanzas me guían. Trabajo con la misma pasión, el mismo respeto y, creo yo, con la misma humildad con que lo hacía él, y sobre todo, con la certeza de entender que el arte transforma.

Noticias: Nació literalmente en un hogar teatral.
Lovero: Sí, nací en casa, acompañada por una partera y médicos, al mediodía de un día en que mi padre tenía ensayo general. Esa misma noche, después del ensayo, todo el elenco vino a conocerme. Imaginate, yo con horas de vida, pasaba de brazo en brazo, entre actores, directores, artistas. Y como el médico conocía a mis padres, les pidió por favor que me quedara en casa al menos 48 horas. Pero al día siguiente, mi madre me llevó al estreno de la obra “Yo no soy Rappaport”. Esa madre y ese padre tengo. Entonces es lógico que salga así. Nunca falté a un ensayo, a una obra, nunca suspendí nada. Crecí entre ensayos, estrenos y camarines. Aunque todos pensaban que sería actriz, desde muy chiquita contestaba: “Atriz no, bailaína”. 

Noticias: ¿Recuerda por qué ese sentir tan definido siendo tan chica?
Lovero: Recuerdo clarísimo la primera vez que vi “Romeo y Julieta” en el Colón, siendo una niña. Me atrapó por completo. No fue un ballet liviano como “Cascanueces” o "Coppélia", era un drama, y eso me fascinó. Les pedí a mis padres que me llevaran a clases de danza, y ellos me mostraron diferentes disciplinas artísticas. Había apertura total en mi casa, yo pintaba, hacía talleres, probaba de todo, pero lo que me hacía vibrar era la danza. Con el tiempo entendí que no se trataba solo de mover el cuerpo, sino de ofrecérselo a un personaje, a una historia. Esa parte interpretativa me sigue apasionando y, quizás algún día, me lleve también hacia la actuación.

Noticias: En su formación nombró al Teatro Colón y a Julio Bocca. ¿Qué significan para usted esos íconos de la danza?
Lovero: El Colón es mi casa formativa, un lugar al que siempre vuelvo con amor. Estudié allí y viví momentos de enorme intensidad. También me formé en el estudio de Julio Bocca, donde trabajé con grandes figuras como Eleonora Cassano y Hernán Piquín. Haber compartido escenario con Iñaki Urlezaga en mi adolescencia también fue un honor enorme. Todos ellos marcaron mi camino. Con el Colón, además, tengo una conexión emocional muy fuerte porque mi papá fue regisseur e íbamos siempre. Él saludaba a todos con un amor paternal y todos me saludaban a mí, como la hija de Onofre. 

 

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Mariano Casas Di Nardo

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