Es el miércoles 26 de marzo de 2003. Alberto Fernández está sentado a una mesa del restorán La Caballeriza, en Recoleta. Mi primera pregunta lo deja helado:
–¿Te reemplazan como jefe de campaña?
Casi escupe el bocado de ensalada.
–¿¡Qué!? ¿Quién dice eso? ¡Es un delirio!
–Lo dice un secretario de Estado de Duhalde –le digo.
–¡Es mentira! –brama–. Puede ser que algunos no me quieran porque Néstor no les abre la campaña. Y como no pueden criticarlo a él, se la agarran conmigo.
–Algunos duhaldistas dicen que con vos no se puede negociar.
–¿Y qué tienen que negociar conmigo? Mirá, yo me llevo bien con Pampuro, con Aníbal Fernández, con “El Chueco” Mazzón...
–¿Con el ministro de Interior, Jorge Matzkin? –le pregunto.
Pone mala cara, responde seco:
–No tenemos trato.
–Algunos duhaldistas –le digo– creen que Kirchner, si llega a Presidente, no les respetará su poder territorial ni les brindará inmunidad judicial...
Alberto dispara:
–Kirchner es candidato, no cómplice.
Es la tercera o cuarta vez que lo veo en esos días de campaña en los que el candidato santacruceño, con la bendición de Duhalde, el Presidente interino, busca llegar a la Casa Rosada. Pero nunca antes lo he notado tan furioso a Fernández. Cuando se apaga el grabador, el jefe de campaña arremete:
–¿Cómo vas a preguntar algo así? ¡Es una locura! ¿Quién te dijo que me sacan?
–Ya te dije, un secretario de Estado.
–¡Pero decime quién! ¡Es un hijo de puta!
–No puedo, Alberto. Lo dijo en “off the record”.
–Dale, entre nosotros...
–Me ponés en un compromiso.
–Un secretario de Estado... Matzkin no fue, es ministro. ¡Fue su segundo, Ritondo! ¡Qué hijo de puta, a ese lo tengo montado en un huevo!
Alberto estudia mi expresión.
Algo le dice que acertó, tal vez el hecho de que yo esté sonriendo. No sé disimular.
Exclama eufórico:
–¡Fue Ritondo!
–Pero yo no te lo dije.
–Tranquilo –promete–, esto queda entre nosotros.
–Quiero imaginar –le digo–. El grabador está apagado.
Pocos días después, cuando el jefe de campaña se entrevista con Duhalde, rompe nuestro pequeño “off the record”. Le dice que Cristian Ritondo, el segundo de Matzkin en el Ministerio de Interior, anda conspirando en su contra. Le da detalles: lo sabe por un periodista de la revista Noticias. Le menciona mi nombre. Duhalde le promete hablar con el revoltoso.
Poco después, Ritondo me manda un mensaje a través de un compañero de la revista: me reclama que lo traicioné. Duhalde le ha tirado de la oreja.
El pacto del “off the record”, por el cual se puede mencionar una información, pero no quién la dice, corre por igual para periodista y fuente. Lo que se habla fuera del grabador queda entre el entrevistado y el entrevistador. Es decir, se puede contar, aunque sin revelar de dónde sale el dato. Pero no para Alberto.
La siguiente vez que voy a verlo, en su oficina de la avenida Callao, planteo el tema.
–Le contaste a Duhalde lo de Ritondo. Menos mal que iba a quedar entre nosotros.
Se ríe como un chico al que descubren en medio de una travesura.
–Y sí... ¿Qué iba a hacer?
Mi cara es de pocos amigos.
–Ritondo no me va hablar más. Perdí una buena fuente por lo que hiciste.
No muestra una pizca de arrepentimiento.
Me dice:
–¿Buena fuente? Si no existe ese tipo. Acá tenés una mejor fuente, no te quejes.
Esta ilustrativa historia sobre el Presidente electo muestra que le gusta jugar al límite y que es difícil confiarle. Es lo que planteo en “Fernández & Fernández”, el libro que acaba de publicar Planeta y que narra la historia secreta de una relación peligrosa, la de Alberto y CFK. Aclaro que si cuento esto, que ocurrió fuera del grabador, es porque su previa ruptura de nuestro acuerdo me habilita a hacerlo. Son las reglas.
Por último, va un cordial saludo a Cristian Ritondo, el saliente ministro de Seguridad bonaerense, quien aún hoy, tantos años después, sigue recriminándome aquel desagradable incidente. Se lo debo a Alberto.
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