Wednesday 24 de April, 2024

POLíTICA | 19-05-2020 12:31

El hijo de Firmenich defiende al padre y la violencia de los '70

A 50 años del asesinato de Aramburu, el hijo del líder montonero analiza el clima político de los '70  y responde una por una a las acusaciones contra la organización.

Un día: 29 de mayo de 1970. Fecha del histórico “Aramburazo” peronista y, por ende, de la impresionante aparición pública de Montoneros. Mayo de 2020. Cincuentenario de la primer y más trascendente, en clave sociohistórica, operación de Montoneros. Una de las guerrillas urbanas con mayor alcance y potencial. El último hecho maldito de la historia política argentina; límite innegociable para la oligarquía nacional.

El mundo era un hervidero. La irrupción global de infinidad de movimientos, organizaciones, agrupaciones, grupejos y grupúsculos de vocación revolucionaria era un tsunami de Norte a Sur, de Este a Oeste. Así, en el Sur geopolítico florecían no sólo revoluciones y sublevaciones, sino también gobiernos nacional populares, izquierdistas y/o revolucionarios; legitimados por el sufragio universal. Tal era el clima que hasta los sacerdotes católicos se organizaban, predicaban y militaban sus preferencias revolucionarias.

Si a algún lector este panorama le resulta exagerado, veamos qué sucedía en los países integrantes del club de los ricos más ricos del globo: el G7. En todos ellos sin excepción hubo, en el periodo 1965 a 1975, grupos armados revolucionarios muy activos.

Si este era el contexto en los países centrales, Latinoamérica emergía como epicentro insurreccional. El impacto de la Revolución cubana y el guevarismo, así como el Concilio Vaticano II no se hizo esperar. Tampoco los apoyos más o menos descarados de la URSS y de México, ni la creciente inflluencia tercerista de la revolución maoísta china. Todo lo cual señalaba por distintas vías a los sistemas de dictatoriales y en general, de opresión colonial y criolla. Una recombinatoria perfecta de elementos que auguraba renovadas luchas emancipatorias.

La Argentina no fue ni podía ser una excepción a las dinámicas regionales y globales de aquellos tiempos. Además, la opción política mayoritaria se hallaba proscrita de forma permanente. La reciente experiencia del Che en Bolivia y sus aspiraciones revolucionarias para la Argentina se intensificaban por el propio shock provocado con su muerte. Así, para 1970, la Argentina ya contaba con un nutrido elenco de grupos armados revolucionarios. Ultra nacionalistas, peronistas revolucionarios, marxistas, maoístas y guevaristas. Incluido el Cordobazo de 1969, como claro indicativo de la presión social del momento.

Y es precisamente por todo esto por lo que el secuestro de Pedro Eugenio Aramburu y su “enjuiciamiento popular” y revolucionario por parte de un pequeño grupo de jóvenes peronistas de clase media, fue el gran shock sociopolítico que muchos intuían -y otros tantos anhelaban. El disparador de un situación claramente insostenible. La venia suprema cristalizó en la reivindicación pública y cariñosa con que el propio Perón obsequió a sus “Formaciones Especiales”. Desenlace insospechado para los integrantes de la operación, quienes asumían como muy probable que el resultado de la “patriada” fuera su muerte; peaje no menor en su intento por reactivar la conciencia colectiva del pueblo peronista.

Pedro Eugenio Aramburu era el gran emblema del antiperonismo castrense más recalcitrante, además de representar al sector más liberal y cipayo -o menos nacionalista- de nuestras Fuerzas Armadas. Fue presidente del trienio ultraliberal antiperonista más furibundo, tras el autogolpe que él mismo y los suyos orquestaron contra el efímero primer presidente de facto, el General Eduardo Lonardi, quien representaba al sector nacionalista del ejército. Un sector no pretendía destruir por completo el potente estado soberano y social peronista.

Más allá de resultar chocante para algunos, considero sin atisbo de duda que con el “juicio popular” y revolucionario a Pedro Eugenio Aramburu, los Montoneros actuaron efectivamente en nombre del pueblo peronista y del sentir mayoritario de la sociedad argentina. De no haber sido así, nunca hubiesen podido convertirse en “la” guerrilla (pos)moderna que -aun sin haber alcanzado el poder- se masificó meteóricamente como un “fenómeno pop” sociopolítico y cultural; generador incluso de “modas”. Es recomendable rever en clave sociológica al personaje de Diego Capusotto (junto con su guionista, Pedro Saborido, los mayores sociólogos argentinos del siglo XXI) de “Bombita Rodríguez” para reenfocar su historia orgánica como fenómeno pop o “posmoguerrilla cool”.

Esta hegemonía cultural masiva y transversal fue factible gracias a la gran proporción de cuadros militares armados y a la robusta cantidad y calidad de cuadros medios y medios altos; en relación al total de militantes, colaboradores y simpatizantes que conformaban “la orga”. Claro que, incluyendo al primer cordón de simpatizantes “orgánicos”, la cifra rondaba los varios centenares de miles de personas.

Otras dos singularidades de esta Organización Político Militar [OPM]: su fenomenal “laboratorio” de I+D (investigación y desarrollo) y una secretaría de comunicación y prensa que produjo materiales de altísima calidad creativa, artística y periodística.

¿Firmenich es el autor literario de un “cuentito” rediseñado a medida para consolidar su poder en el seno de Montoneros? Sólo decir al respecto que el relato periodístico publicado en “La Causa Peronista” no es sólo suyo, sino también de Norma Arrostito, tan participante como él de la operación y por lo tanto, cómplice necesaria de una supuesta farsa especulativa de mi padre. Ciertamente poco creíble, además de resultar un ejercicio patriarcal repudiable.

¿Por qué Aramburu y no Rojas? Por algo tan sencillo como la probabilidad de lograr el objetivo. Ciertamente Rojas estaba mucho más protegido que Aramburu. Además, es bien conocido que Aramburu tenía aspiraciones políticas; esta vez sí con una visión más realista respecto del movimiento peronista. También era él quien encabezaba el ala más liberal y antiperonista del poder militar y Rojas quien lo “segundeaba”.

¿Debería Firmenich, en calidad de peronista y revolucionario, arrepentirse de haber coprotagonizado el 'Aramburazo'? Palabras del propio Aramburu pueden arrojar luz a tal cuestión. Están extraidas de sus anotaciones personales postreras, que terminaron en poder de la policía. En ellas describe a sus captores como jóvenes peronistas revolucionarios equivocados, pero bienintencionados. Esto lo lleva al convencimiento de que, si no se terminaba con la proscripción del peronismo, la totalidad de este movimiento acabaría por levantarse en armas. Otra declaración suya relevante, tanto en lo explícito como en su metamensaje, respecto de la autoría de los fusilamientos del General Valle y otros 31 militares y civiles: “Y bueno. Nosotros hicimos una revolución, y cualquier revolución fusila a los contrarrevolucionarios”.

Y una útima confesión clave: la afirmación de que el cuerpo de Evita había recibido sagrada sepultura en Roma, donde permanecía bajo custodia del Vaticano. Así pues, la tónica general denota un trato humano de honorabilidad y respeto. Aun cuando se tratara de enemigos acérrimos.

Este testimonio, a priori incomprobable, recibió tiempo después un aval de primerísima magnitud: el del propio hijo de Aramburu, Eugenio Aramburu. Al ser consultado respecto del relato publicado en “La Causa Peronista”, declaró reconocer en ese testimonio las actitudes y palabras de su padre. Lo cual resume, en términos del contrario, un dato relevante: podrán hacérsele a mi padre, ad hominem, tantas críticas como cada cual considere oportuno desde su libre interpretación de la historia. Pero nadie que lo conozca realmente (y son muchos) podrá negarle a Firmenich una trayectoria vital signada por la integridad ética para con las propias convicciones, hasta en el menor de los detalles.
En cuanto a la supuesta ausencia de autocrítica política de Montoneros, creo que es, de cabo a rabo, una falacia mediática: la primer autocrítica se hizo por escrito a principios de los '80. Claro que el Aramburazo no se encuentra entre ellas. E incluso más (y lo digo con jocosa seriedad); considero que ciertas aptitudes personales para la comunicación política, devienen de contraespejar durante años las “rústicas” aptitudes del “Pepe” para con la comunicación política y los medios.

En suma, las potenciales críticas a Montoneros son tantas como actos realizados por dicha organización. Soy de hecho libre y abiertamente crítico con algunos episodios de su historia y las respectivas directrices de sus decisores. Lo cual no implica olvidar que, desde el sofá, cualquiera se cree el mejor DT del mundo. Ni qué hablar, como es el caso, con un “delay” histórico de décadas. Esta historia, por otra parte, nos es familiarmente sanguínea. E incluye -con virulencia desconocida públicamente- dolorosos sacrificios, desapariciones y demás tragedias de aquellos años y otros más recientes; que sobrellevamos con entereza revolucionaria. Con arraigo identitario, de participación y pertenencia. Ya que el proyecto montonero siguió en álgida actividad y de forma democrática, primero, como Intransigencia y Movilización y, por último, como Peronismo Revolucionario (PR). Así pues, no sólo su primer gran operación  -ya cincuentenaria- pretendía interpelar a la historia. El nombre mismo de “la orga”, ya buscaba un entrelazamiento con la pulsión libertaria de nuestro pueblo; entroncando su incipiente lucha revolucionaria con la de las montoneras federales del siglo XIX.
De igual modo que ahora, este cincuentenario de tan sacrificada identidad política peronista y revolucionaria, entra a las bodas de oro de la historia nacional. Y deja a las generaciones del siglo XXI un nuevo puente hecho por el pueblo y para el pueblo. Libre, justo, soberano, humanista y revolucionario.

* Facundo Firmenich es economista. Trabaja como consultor político.

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