Julián Domínguez hace malabares. A diferencia de otros funcionarios que se ubican en el lugar de enemigos de la cartera que representan (Martín Soria versus la Justicia o Roberto Feletti contra los empresarios), el ministro de Agricultura busca conservar la relación con el campo, a pesar de que el Gobierno lo tiene apuntado.
De esa manera, Domínguez es el encargado de anunciar el aumento de retenciones, pero luego se manifiesta a favor de los productores por cómo les aumentan los insumos. Un golpe y una caricia. Tras el tractorazo contra el Gobierno, que lo agarró en medio de una gira por Israel, el ministro les respondió que “no hay razones técnicas” para la protesta, pero agregó que “si hay un reclamo, lo vamos a escuchar”. Hace equilibrio para no romper. Y eso que desde la Casa Rosada le dieron motivos suficientes para hacerlo.
Tractorazo
Detrás de la masiva movilización de productores del sábado 23, que demostró el descontento del sector con Alberto Fernández, hubo un atenuante que llevaba la firma de Domínguez: la Mesa de Enlace no participó. Un elemento que le sirvió al Gobierno para encontrar argumentos de defensa: “Fue organizada por un sector del campo que es un brazo político de Juntos por el Cambio”, contraatacó el ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas. “Se trata de una marcha política”, agregó la portavoz Gabriela Cerruti. Los demás funcionarios continuaron por esa línea.
Julián Domínguez admitió que el diálogo con la Mesa de Enlace “es semanal y constante”. De esa manera, abrió una herida interna: por no haber sido de la partida, la entidad que nuclea a los productores deberá ratificar su capacidad para represen tar al campo. Sin abandonar su estilo diplomático, el ministro les generó un inconveniente hacia adentro a los manifestantes.
La primera respuesta oficial de Domínguez fue aclarar que la “renta inesperada”, el nuevo impuesto que proyecta el Gobierno, no iba a alcanzar al campo. Y completó: “No me corresponde a mí analizar los motivos de la protesta. Si hay un reclamo lo vamos a escuchar, como siempre lo hemos hecho”.
En las reuniones con el sector, el ministro intenta constantemente hacer causa común con los productores. Les pide que la relación entre ellos sea fuerte “para que no nos metan la mano desde afuera”. No se refiere a otro país, sino a otro ministerio. “Si Economía interviene, cierra exportaciones sin entender qué está haciendo. Las decisiones hay que tomarlas desde Agricultura”, le repite a las entidades rurales.
Hombre de experiencia en la materia, Domínguez es titular de la cartera de Agricultura por segunda vez: la primera fue entre 2009 y 2011. En septiembre de 2021 reemplazó a Luis Basterra en el cargo, para que el Gobierno tuviese un contacto más fluido con el campo. Aunque a veces algún detalle importante suele pasársele por alto.
El último blooper sucedió en marzo, cuando presentaba los aumentos de retenciones en conferencia de prensa. Aseguró que la alícuota del biodiesel no se modificaba, pero un colaborador lo corrigió. Aún sin micrófono, se escuchó la voz de su secretario: “Perdón, ministro, pero sube un punto”. “Sube un punto porcentual. Perfecto”, aclaró, desautorizado, el ministro.
Enemigos en casa. Domínguez tiene diálogo con dirigentes de la oposición y hasta con los periodistas más críticos de la gestión K, a los que otros funcionarios no les contestan por miedo a las represalias. Siempre se ha caracterizado por ser un equilibrista.
Sin embargo, eso no quita que tenga algunas piedras en los zapatos. Muchas de las intervenciones de otros funcionarios se transforman en problemas internos. Por ejemplo, cuando Feletti aseguró que los productores “especulan para comprarse departamentos en Miami y 4x4”. “Si seguimos así, la Mesa de Enlace va a decidir qué comemos y qué no”, los toreó. Fue Domínguez quien tuvo que salir a calmar las aguas.
Quien lo definió fue uno de sus antiguos enemigos. Aníbal Fernández tuvo una fuerte rivalidad con él durante muchos años, aunque en el último tiempo recompusieron la relación. Para el ministro de Seguridad, la mayor virtud de Domínguez es tener “cintura política”. “Sabe discutir y llegar a conclusiones, aunque ninguno se vaya satisfecho”, dijo sobre el ministro malabarista.
Ni siquiera la guerra declarada entre el Gobierno y el campo lo puso en jaque a la hora de permanecer en su cargo. Se mueve con agilidad, incluso entre los diferentes peronismos: fue funcionario de Carlos Menem, Eduardo Duhalde, Cristina Kirchner y Alberto Fernández.
De su gira por Israel, Domínguez se trae un acuerdo para exportar más carne. Pero además, y a pesar de la distancia, logró reducir el poder de fuego de una marcha que prometía ser un gran dolor de cabeza para el Gobierno. El ministro sacó a relucir su mayor virtud: hacer equilibrio en medio del caos.
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