En un bar de Palermo está sentado un operador del círculo íntimo de Patricia Bullrich. Con una mano sostiene un vaso de gaseosa con limón y hielo, y con la otra dibuja números en el aire: 150 dólares salió la última mini gira por Uruguay, dice, y 10 mil la anterior, a Estados Unidos, números muy por abajo del promedio de un viaje de estas características. “Es que comemos lo más barato, nos alojamos en lo de amigos y nos movemos en un auto particular. No llevamos fotógrafo ni secretario, y Patricia escribe sus propias gacetillas. Esto es lo que Larreta no puede entender: él piensa que es todo plata, que con plata hacés y ganás una elección. Por eso no pudo entender nunca a Patricia”, dice. Y remata con un cálculo final: con los 30 millones de dólares que quieren juntar para lo que sería una campaña austera -un candidato nacional suele gastar tres veces eso- les va a alcanzar y sobrar para llevar a Bullrich a la Casa Rosada.
A días de la publicación del video de la pelea con Felipe Miguel que sacudió como un terremoto a la oposición, este es el clima en el mundo Bullrich: están contando los días que faltan para que se siente en el sillón de Rivadavia. A esta ola de entusiasmo le suman, de nuevo, la aritmética. Dicen que, tras la preocupación inicial, midieron las reacciones a las amenazas de la presidenta del PRO de “romperle la cara” al jefe de Gabiente porteño. Entre los votantes de Juntos Por el Cambio, esas imágenes habrían obtenido 80 por ciento de respaldo. A la ex ministra de Seguridad y los suyos les importa poco que el grueso del espacio rechazara sus modales, que molestara el hecho que de su equipo se haya filtrado el material, que la amplia mayoría de los intendentes y gobernadores cambiemitas respalde a Horacio Rodríguez Larreta, que hasta a Mauricio Macri le pareciera que se había excedido, y que no tiene el armado, el dinero o el equipo para el desafío de ganar una interna nacional: ella está convencida de que tiene “la personalidad” que “la gente” quiere. Y que el destino sólo la puede llevar a un lugar.
Gran Hermano. Ir a un evento con Patricia Bullrich tiene sus complejidades. En lugares cómo Córdoba, donde tiene una imagen positiva por las nubes, la otrora montonera sale más golpeada que cuando hacía prácticas de tiro en el campo de su abuela: la gente se le lanza encima y entre los empujones se lleva machucones y rasguños. En recorridas por las ciudades y en eventos del círculo rojo, Bullrich anda siempre como si estuviera en el reality de moda de Telefé. Está cableada con un micrófono y una cámara que no deja jamás de grabar la sigue adonde vaya, con la idea de luego hacer clips para las redes. Bullrich hace política de sol a sol.
Las imágenes de la pelea con Felipe Miguel en el lanzamiento del último libro de Macri se difundieron, exclusivamente, entre cinco personas de su equipo. Eso ocurrió en los últimos minutos del lunes 24 de octubre, cuando los encargados de la comunicación de ella se sentaron a bajar el material. La grabación se pasó entre ellos nada más que para reírse un poco de lo que celebraban como una nueva ocurrencia de Bullrich. “Patricia es así, no se pueden enojar. Hasta a nosotros nos manda a la mierda varias veces por día, es frontal, nada más”, explican desde ese lado de la grieta.
Siete días después el video se filtró. No todo entero, porque en la versión original, que dura unos segundos más, se llega a ver a la candidata a punto de sentarse tras lanzar su amenaza. ¿Cómo llegó el clip a los medios? Al lado de Bullrich no quieren señalar al culpable, al que dicen tener identificado y al que habrían apartado del armado por su pecado de juventud. Según este relato, fue un error involuntario.
Pero el daño estaba hecho y sacudió al espacio. En contra de lo que dice Bullrich, quien cree que el escándalo la benefició, algunas encuestas privadas de la oposición sostienen que esa riña les hizo perder tres puntos en las encuestas a todo Juntos Por el Cambio. “Es que la gente está cansada de ver políticos peleándose entre ellos, le damos de comer a Milei y a su discurso de la casta así. Nosotros vamos a gobernar en un año y nos tenemos que dejar de joder con estas cosas”, cuenta un armador bonaerense. Esa frase sintetiza el pensamiento de la amplísima mayoría de Juntos, desde palomas hasta halcones, incluyendo al entorno de Macri.
Varios de su círculo íntimo le dijeron en la cara que se había excedido, en lo que fue un deja vú casi calcado de las últimas bravuconadas de la presidenta del PRO: cuando criticó a Larreta por el cruce de las vallas con Cristina, cuando se negó a repudiar el intento de asesinato de la vicepresidenta y cuando no quiso felicitar a Lula por su victoria presidencial recibió opiniones negativas hasta de integrantes de su propio equipo. Pero ella, como el salmón, eligió siempre la dirección menos popular, aún entre los suyos. Varios de sus críticos, sin embargo, le dan la razón con el diario del lunes y con la imagen del brasileño posando con la gorra de “CFK 2023”. “Es que ella es una tiempista”, explican.
Enemigos íntimos. Para entender la pelea con el larretismo hay que hacer primero el intento de entender a Bullrich. Ella descree de las fórmulas, de los Excel, de los grandes planes, de dar un paso atrás para dar luego dos adelante, de las negociaciones, del toma y daca, de acuerdos, de básicamente todo lo que se entiende como política moderna. Para ella la Argentina y su triste realidad se cambian, simplemente, con “actitud”, con “coraje”, con “personalidad”. Con un golpe en la mesa. Un ejemplo: un economista reconocido cuenta que le llevó un plan a Patricia, pero que ella lo interrumpió a los pocos minutos, cuando la presentación empezaba a ponerse profunda. “Pero vos decime lo que tengo que hacer y lo hago, no es tan difícil”, le espetó.
A Bullrich le gusta compararse con Winston Churchill. En su visión de la historia, el inglés logró remontar la Segunda Guerra Mundial gracias a su “valentía” y a animarse a hacer lo que los otros no. Por eso es que también le gusta equiparar a Larreta con Neville Chamberlain, el predecesor del héroe británico, que pasó a la historia como el primer ministro que hizo crecer a Hitler gracias a su tibieza y falta de confrontación. Halcones y palomas es más que un eslogan marketinero para Bullrich: es la filosofía con la que entiende el pasado y el presente de la humanidad misma.
Con Miguel hay una historia de conflictos. Él era el encargado por parte de la Ciudad que ofició de enlace con Bullrich cuando ocurrió el traspaso de la Policía Federal a la órbita porteña, en el 2016, para dar nacimiento a la Policía de la Ciudad. Ella era ministra de Seguridad de Macri y hubo varios roces, que luego se repetirían por las diferencias sobre cómo encarar protestas en el suelo porteño. Bullrich no lo respeta, algo similar de lo que le sucede con Larreta. Piensa que “no sienten la política”, como le gusta decir a ella.
En ese sentido, Bullrich diferencia al jefe de Gobierno de Macri, a quien sí ve como un animal político, distinto a ella pero de la misma especie. Con él tuvo una relación de aprovechamiento mutuo que parece estar a punto de llegar a su final. Él, después del golpazo del 2019, la empoderó como presidenta del PRO y la mostró como su delfín. Ella aprovechó el apoyo y -con la conveniente excusa de sentirse defraudada por la falta de un respaldo público a una candidatura suya en el 2021, algo que el ex presidente jamás le prometió- ahora lo postula como parte del pasado. Se acabo el tiempo de sintonía fina.
Tregua frágil. La interna en la oposición llegó a un punto insostenible. En privado, y con el grabador apagado, se dicen las peores barbaridades: desde el bando de Bullrich acusan a Larreta de regar el país con plata, de que usa el dinero de los contribuyentes para poner pauta a todo lo que se mueva, de que el video en verdad lo filtraron ellos para atacar a Patricia -algo que otros de su mismo círculo niegan-, y de aprietes varios. El rumor de un importante funcionario porteño apretando a un intendente del PRO que se acercó a Bullrich, una intimidación que incluía la promesa de quitarle supuestos fondos, es una de las historias más contadas en los últimos días en ese espacio.
No son sólo declaraciones. Cuando la ministra hace recorridas por el territorio ni les avisa a los cambiemitas locales que responden a Larreta. Su apoyo público a Jorge Macri como candidato al Gobierno porteño, a fines de octubre en la Plaza Houssay, fue una acción pura y exclusivamente planeada como una maldad para hacerle perder los estribos a Larreta. Y vaya que lo logró: en las oficinas de la calle Uspallata la decisión del ex intendente y actual ministro porteño cayó pesada. “No se entiende por qué se apura Jorge. Si acá tenía todo el apoyo nuestro”, dicen. De esa escaramuza se desprenden varios datos interesantes. El primero es que el jefe de campaña del primo Jorge es Fernando de Andreis, la sombra de Mauricio. En el equipo de Bullrich dicen que quedarse en su maldad es ver sólo una cara de la moneda: la propuesta del apoyo público al primo fue auspiciada por ambos. El segundo dato es la renovada insistencia de Larreta a su ministro de Salud, Fernán Quirós, para que se anime a dar el salto a la candidatura. Hay una versión de que en una cena a fines de octubre lo mandó a caminar la Ciudad. Lo que está claro -y esto, dicen los que hablan con el ex presidente, se volvió “una obsesión” para él- es que el PRO, con un candidato u otro, no piensa regalar la Ciudad. La renovada esperanza radical de que Larreta los apoye para la competencia porteña -idea de la quwe también lo acusa Bullrich- parece ser una ilusión.
A pesar del estilo larretista de poner la otra mejilla, en este bando también devuelven los golpes: dicen que Bullrich perdió todos los códigos políticos, que ataca a la única gestión que tiene el PRO para mostrar -con el agravante de ser la presidenta del partido-, que no le importa nada más que ella misma, y que le hace daño a todo el espacio, repitiendo el latiguillo de Miguel que hizo enojar a Bullrich. “Es verdad que así es funcional al kirchnerismo”.
¿Que gane el mejor? Hay una solo punto en el que ambos bandos coinciden: los dos aseguran que sus mediciones privadas le dan a su candidato por arriba del otro, por lo que dicen mostrarse entusiasmados para competir en una interna. A este paso promete ser sanguinaria, a pesar de que un armador nacional de Larreta le apuesta un asado a quienes quieran a que finalmente primará la paz y mediante un acuerdo se armará una gran lista compartida para el 2023. “Si pierdo va a estar difícil pagarles a todos”, dice.
Es que suena raro imaginar a Bullrich firmando la paz, a pesar de que, en el desayuno que propuso Macri el martes 8 entre los popes del PRO -que tuvo sus momentos ásperos-, ella haya salido alineada y sin hacer declaraciones rimbombantes. La idea de que compita por la Ciudad -una oferta que jura que Larreta le hizo en el pasado reciente y que ella rechazó de mala manera- parece improbable. Tiene, en ese sentido, una ventaja frente al jefe de Gobierno: ella no controla ningún aparato y no tiene nada para perder, y además tiene el apuro de su reloj biológico (llegará a la elección con 67 años) para terminar de convencerla. “Ella es la Meloni argentina. La gente hoy quiere eso”, dice Marcelo Peretta, el sindicalista farmaceútico que camina la Ciudad en nombre de Bullrich. Así es Patricia, la caudilla de la discorida. Va a todo o nada.
Comentarios