Fueron tres personas. Cuatro, si se cuenta al propio Presidente. Entre Alberto Fernández, el canciller Santiago Cafiero, el asesor Juan Manuel Olmos y el secretario general de la Presidencia Julio Vitobello se decidieron las nuevas ministras de Trabajo y de Desarrollo Social. Para la cartera de la Mujeres, Géneros y Diversidad la ronda de consultas y análisis alcanzó también a la portavoz Gabriela Cerruti y a la secretaria de Legal y Técnica, Vilma Ibarra. Todo el Estado, toda la estructura política del peronismo, quedó reducido a esto para el Presidente: apenas un puñado de personas que comparten la particularidad de no tener la capacidad de traccionar votos.
En la Quinta de Olivos, en pleno fin de semana largo, el mandatario armó el nuevo mapa del Gabinete pura y exclusivamente con su círculo más íntimo. Eran ministerios sensibles, áreas que abarcan la vida de millones de personas en plena crisis económica y cuyo rumbo venía siendo muy cuestionado por una parte grande del oficialismo, pero el Presidente no tuvo un solo diálogo con Cristina Kirchner ni con Sergio Massa ni con otros actores del espacio. La decisión, que para algunos entusiastas era una muestra de fortaleza y autoridad política, causó escozor en el resto del oficialismo, en medio de la recta final hacia las elecciones del 2023. Está claro: el Frente ya es de nadie, y el mandatario no muestra poder, sino que desnuda soledad.
Por la Patria
El día está a tono con la estación, y el sol inunda el parque Colón, la explanada de pasto que está atrás de la Casa Rosada. En general, las asunciones de nuevos ministros son jornadas de jolgorío, la culminación de años de esfuerzo y trabajo, pero en el acto del mediodía del jueves 13 los funcionarios, políticos y empresarios presentes apenas pueden disimular la situación. Tiene algúna lógica: la jura de Victoria Tolosa Paz en Desarrollo Social, de Raquel Olmos en Trabajo y de Ayelén Mazzina en Mujeres y Diversidad es el cuarto evento de asunción de funcionarios desde la renuncia de Matías Kulfas en junio.
Una jura por mes, ecuación que demuestra por sí misma la fragilidad del Gobierno y que hace que muchos de los asistentes hoy se muestren con pocas expectativas. “Es que Alberto no se da cuenta de que es Presidente, piensa que maneja un locutorio, decidiendo todo por teléfono y con tres personas”, arriesga un funcionario, que en su momento se referenciaba en Fernández y hoy está decepcionado. Otro complementa: “Vine porque soy amigo de 'Kelly' Olmos y porque ella me invitó, pero la verdad es que preferiría no estar acá”. Cuando el acto comenzó, cada una de las ministras recibió más aplausos que el propio Alberto. Sintomático.
La jura fue la culminación de unos días agitados en el espacio. Para Alberto fueron mucho más que complicados: la decisión de Elizabeth Gómez Alcorta de abandonar la cartera de Mujeres le pegó debajo de la línea de flotación. La ministra venía rumeando desde hace tiempo la posibilidad de dejar el cargo, por razones que iban desde la andanada de críticas que había recibido cuando “toleró” la asunción de Juan Luis Manzur -a quien había denunciado en el 2019 porque como gobernador de Tucumán le habían negado el aborto legal a una niña de 11 años abusada-, por la distancia creciente con Cristina Kirchner y con ese espacio, y por la renuncia de varias de sus secretarias que se habían ido criticándola a ella. Cuando detuvieron a las mujeres mapuches en el Sur, Gómez Alcorta presionó por su liberación ante el Presidente, y cuando no obtuvo resultados salió a declarar en los medios para redoblar la apuesta.
Sin margen y sin ganas de seguir, la ministra presentó una renuncia que golpeó a Fernández en uno de los lugares que más le duele. Alberto -que hoy ya piensa más en en lugar que le guardará la historia que en las elecciones- está convencido de que uno de los grandes logros por los que lo recordará el futuro será por decisiones como la de legalizar el aborto y entregar el DNI no binario. Esta renuncia, en plena polémica por el maltrato que recibieron las mujeres mapuches, le dolió e intentó convencerla varias veces a Alcorta. El encuentro del Presidente en Neuquén con representantes de esa comunidad, el 11 de octubre, fue la manera que encontró para intentar “proteger” su legado simbólico. Su reemplazo, Mazzina, viene de tener el mismo cargo en la San Luis de Alberto Rodríguez Sáa, en lo que es un guiño del Presidente hacia un posible aliado. A fines de septiembre el mandatario fue a esa provincia, y los testigos cuentan que en ese viaje ambos bromearon con una fórmula: Alberto-Alberto. Esa humorada no pasa de quimera.
Ellas
Con la renuncia de Gómez Alcorta en mano, el Presidente apuró las otras dos renuncias que tenía en su escritorio. Desde comienzos de año Juan Zabaleta venía pidiendo dejar el ministerio de Desarrollo Social para volver a Hurlingham. Él se había tomado licencia de la intendencia en el 2021 para asumir esa cartera, y en el interín se había convertido en un acérrimo albertista. Fue, de hecho, uno de los que pidió a viva voz romper con el kirchnerismo durante la estampida de renuncias K. Su renuncia y su regreso al pago chico para protegerlo del desembarco de La Cámpora -con la que mantiene una pésima relación- es algo más que sintomático: el soldado de primera línea abandona el barco antes de que se hunda.
Tolosa Paz fue la primera opción de Alberto, que hace rato la quería sumar al Gabinete. No le costó mucho convencerla, a pesar de que varios en el círculo íntimo de la hasta ahora diputada no estaban a favor de la idea de agarrar un ministerio tan complejo. Desarrollo Social es una buena escenificación del Frente de Todos: está loteado -cada cartera pertenece a cada una de las patas del oficialismo- y administra una realidad cada vez más compleja. Tolosa Paz, además, llega al cargo luego de una etapa de tensión con La Cámpora -hay ahí viejas cuitas por La Plata, la ciudad que ella y la organización K aspiraron y aspiran a gobernar- y de distancia con Massa. En la Cámara tenía poco díalogo con Máximo y con el tigrense. Cómo logrará sacar adelante este entuerto la esposa de Enrique “Pepe” Albistur, el ex secretario de Medios K e íntimo de Alberto, es una incógnita. “Pero ella se tiene una fe tremenda, se muere de ganas”, contaba un hombre de su confianza.
Olmos, en cambio, tocó fibras más sensibles. Para esa cartera había varios nombres en danza, de abogados peronistas con más trayectoria en este mundo. El nombre de Carlos Tomada, hoy embajador en México y ministro de Trabajo durante toda la gestión K, circuló, pero él hizo saber que jamás le llegó ninguna propuesta. La aparición de “Kelly”, una histórica del peronismo porteño pero que no tiene experiencia en el ámbito, causó disgustos en varias bandas. Además, puso en evidencia la creciente influencia de Juan Manuel Olmos en el Presidente. El jefe de asesores comparte apellido y una amistad con la flamante funcionaria -pero ningún vínculo familiar- y fue él quien presionó. Esta designación le cayó mal al entorno del ministro de Economía.“¿Cómo no va a ser al menos consultado Sergio? Tanto Trabajo como Desarrollo son áreas con las que tenemos que tener mucho vínculo, tiene que estar en el tema él”, decían desde ese ministerio.
Nubarrones
En la solitaria decisión de Fernández se vislumbra también lo que planea el Presidente de acá a que termine su mandato. Ya sin diálogo con Cristina, y sin pedirle permiso a Massa, Alberto intenta llegar por su cuenta, y como pueda, a las elecciones del 2023. Los que hablan con él aseguran que, en su fuero íntimo, ya soltó la idea de la reelección, aunque no lo puede expresar para evitar desbordes políticos. En cambio, el mandatario apunta a llegar con un mínimo de poder propio para poder “entronizar” a un candidato suyo con la esperanza de que este luego le deba algo. Es una idea tan arriesgada como nombrar a tres ministras sin consultarle a nadie.
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