En Argentina el problema parece ser siempre el mismo: una economía que no aguanta. “Un país en crisis desde que dejó de ser colonia”, escribía Alberdi casi dos siglos atrás. En esta versión pandémica ese drama adoptó la forma de una inflación galopante, que mete presión todos los meses y que se le incrustó en la cabeza a Alberto Fernández. Los que compartieron vuelo con él en Europa cuentan que fue una preocupación constante de su viaje, y por eso es que apenas puso un pie de vuelta en sus pagos tiró un golpe sobre la mesa que desconcertó a propios y extraños y ahora tiene a todos en vilo: un cierre de las exportaciones de carne por 30 días, el producto que desde los tiempos del creador de la Constitución caracteriza a esta tierra y cuyos dueños amenazan con ir a la guerra. La tesis de Alberdi continúa.
Al asador. Fueron días frenéticos en el Gobierno. Aunque una parte del oficialismo venía monitoreando movimientos irregulares en ese mundo desde principios de año -al menos 15 frigoríficos hicieron transacciones irregulares de hasta 20 millones de dólares, dicen-, y a pesar de que todos estaban al tanto del imparable aumento de los precios de la carne -65% en un año, muy por arriba de la inflación, con el agravante de darse en un contexto pandémico- los sucesos que ocurrieron el lunes dejaron a más de uno sin palabras. Un ejemplo: a pesar de que aquella tarde se comunicó la polémica medida, recién el jueves salió publicada en el Boletín Oficial. En esos tres días el desconcierto se convirtió en un vecino más de la Casa Rosada. Nadie sabía si la decisión efectivamente iba a salir o si la demora era porque la idea apuntaba a nada más que asustar. Eso mismo había hecho el Gobierno en enero, cuando aseguró que iba a prohibir las exportaciones de maíz, pero a los días dio marcha atrás y terminó negociando desde una posición ventajosa. Un olvidado metalúrgico peronista -que hoy rescata Víctor Ramos en su recién publicado libro sobre la historia de la UOM- acuñó una frase sobre esta metodología heterodoxa: “Golpear primero, negociar después”.
Pero el puñetazo al campo a algunos les hizo acordar, más que a Timoteo Vandor, a un ex presidente radical. “Alberto se viene delaruizando velozmente, su autoridad venía siendo muy cuestionada por el affaire Basualdo y ahora la traba a las exportaciones son un golpe sobre la mesa al puro estilo De la Rúa”, dijo el politólogo Daniel Montoya en su cuenta de Twitter. Sería interesante ver que opinan de esta tesis los funcionarios que, por impulso propio o por la fuerza de las circunstancias, tuvieron que ver en esta historia. Sin dudas con el que primero habría que hablar es con el desdibujado ministro de Agricultura, Luis Basterra, el hombre al que ni siquiera se lo consultó pero que, en una ironía que seguro no le hizo ninguna gracia, terminó dando su firma para promulgar la medida en el Boletín.
Es que Basterra, que ya venía acumulando críticas en privado por parte del cristinismo ante lo que entendían que era demasiada pasividad frente al boom sojero, ni siquiera participó de la reunión del lunes de Fernández, Matías Kulfas y Paula Español con los representantes de los grandes exportadores de carne, el Consorcio ABC. Aunque al día siguiente se pasó la tarde en la Rosada junto al Presidente y otros funcionarios, al momento de la decisión su palabra ni siquiera contó. Parecería haber ahí una interna adicional: mientras que el Presidente se empeña en reconocer como interlocutores al Consorcio en cuestión, que, llamativamente, representa a un puñado de grandísimos capitales -dos de ellos extranjeros, lo que en la jerga cristinista llamarían “el poder concentrado”-, Basterra, hombre del interior y ligado al gobernador formoseño Insfrán, prefiere quedarse con los clásicos.
Sin ir más lejos, a fines de abril había mantenido una reunión con algunos popes de la Mesa de Enlace, a los que juró que no se vendrían ni más retenciones ni ninguna medida drástica. Para ser claros: no sólo el Presidente lo desconoció -mismo modus operandi que había tenido con Carla Vizzioti y Nicolás Trotta en los anuncios del cierre de la segunda ola-, sino que con su decisión Basterra quedó devaluado frente a los grandes jugadores del sector. Si hubiera que medirlo en términos epidemiológicos, el ministro pasó a la zona de alerta.
Los popes de la Mesa de Enlace habían llegado a ese mitín bastante alborotados. Días antes habían escuchado a Español, alfil kicillofista y por lo tanto cristinista, asegurar que evaluaba volver a poner retenciones duras. Aunque la secretaria de Comercio Interior negoció la semana pasada una ampliación de un acuerdo con los grandes frigoríficos para enviar carne a precios bajos a los supermercados -es decir, una decisión a contramano de la de cerrar las exportaciones-, ella, la única que venía pidiendo a viva voz interceder fuerte en este mundo, parece haber llevado la delantera en los últimos acontecimientos. Quizás los responsables sean, en verdad, quienes la respaldan: La Cámpora y el gobernador bonaerense apoyaron rápido la medida. Una duda para la historia.
Más llamativo, igual, es el caso del ministro de Producción. En el 2016 había publicado un libro, “Los tres kirchnerismos”, donde aseguraba que prohibir las exportaciones de carne –como hizo el gobierno K- era un grave error. Es decir, hace cinco años pensaba exactamente lo contrario a lo que anunció su cartera con un comunicado el lunes por la tarde, algo que tuvo que salir a defender luego en los medios. Curioso, aunque no tanto como el llamativo caso del mandatario que deja pedaleando a sus propios ministros. “Son migajas”, dijo Alberto Fernández, el domingo en C5N, sobre el último acuerdo con los frigoríficos en el que Kulfas había jugado fuerte. El Presidente se empeña en escribir nuevos manuales para las carreras de Ciencias Políticas.
Pero no sólo Kulfas y Basterra quedaron en una posición incómoda. “Sin comentarios”, decían por la Cancillería en estos días. Es que Felipe Solá había cerrado acuerdos para llevar carne a México, Israel, y China, entre otros países, negocio que ahora va a quedar en stand by. Con el gigante asiático, además, no es el mejor momento para tentar a la suerte: el envío de vacunas desde allá viene igual de demorado que el acuerdo para producir carne de cerdo en Argentina. El malestar del Canciller igual, no tiene rival con el de los gobernadores de Córdoba, Entre Ríos, Corrientes y, en especial, Santa Fe.
Con Omar Perotti la bronca amenaza con escalar: el lunes, horas antes de ser el primer mandatario en salir a criticar fuerte la medida, había pedido de urgencia 30 respiradores al Gobierno nacional. Amigo cuando le conviene, piensan en la Rosada, donde dudan de si el santafesino no estará sobreactuando oposición para tapar el desborde sanitario que amenaza a su provincia. En Santa Fe, por el contrario, dicen que no se había visto a un político tan enojado con Buenos Aires desde los tiempos de Estanislao López. Es que, cuentan cerca de Perotti, el gobierno nacional ni siquiera le avisó de una decisión tan controversial, exactamente lo mismo que había pasado con la fallida expropiación de Vicentin. El gobernador perdió la paciencia.
El que brilla por su ausencia es Martín Guzmán. Mayo del 2021 va a ser un mes que jamás se va a olvidar en su vida: arrancó con el intento frustrado de echar al subsecretario de Energía Federico Basualdo, siguió con reprimendas duras del cristinismo -y también del massismo, donde ya le soltaron la mano-, y tuvo que encarar un viaje a Europa minutos después de ver una nota donde el Presidente, on the record, lo responsabilizaba del escándalo que sacudió a su gobierno. Era un texto de Nancy Pazos para Infobae, donde Alberto aseguraba no haber tenido idea de que se venía el pedido de expulsión, que, traducido, significaba que Guzmán había actuado por la suya. Algunos que viajaron en el avión cuentan que el ministro de Economía entró algo cabizbajo al vuelo, y que Alberto se lo llevó a un rincón para intentar explicarle su intrincada lógica política donde intenta contentar a todos -en este caso, con esa declaración buscaba calmar al cristinismo-. El discípulo de Stiglitz volvió al país con algunas convicciones: que la inflación no va a ser como imaginaba -ya está pensando en 10 o 12 puntos por arriba-, y que la pulseada con Basualdo –órdenes de arriba- está perdida. Luego se llevó una sorpresa. Aunque jamás lo diría en público, cerrar las exportaciónes de carne no está dentro del paquete de medidas que recomendaba en su época en la Universidad de Columbia.
Alberto Fernández, con su puñetazo, se juega mucho. De un lado hay una descontrolada suba de precios, y del otro el fantasma de la 125, y un malestar entre los propios que está latente. Podría transformarse en una crisis que ni Alberdi imaginó.
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