-¿Pero vos lo mandaste a echar a Federico?
Dicen que Alberto Fernández quedó atónito. Estaba viendo lo mismo que ella, uno en Olivos y la otra en Recoleta. En el mediodía del viernes 30 de abril, C5N les devolvía a ambos un graph sin lugar a dobles interpretaciones: echaron a Basualdo, subsecretario de Energía.
-¡Yo no sabía nada! ¿Y vos, Cristina (Kirchner)?
-¡Pero cómo voy a saber yo, Alberto!
Según este relato, el Presidente se enteró en simultáneo con su vice, justo cuando estaban hablando por teléfono. Lo importante de esta historia no es su veracidad -de hecho, como publicó NOTICIAS la edición anterior, la realidad es otra- sino quién y cómo se filtró: fue la propia Cristina Kirchner la que, desde su departamento en Juncal y Uruguay, echó a rodar la versión de que Alberto era, aunque un tanto despistado sobre el rumbo de su propio Gobierno, inocente a fin de cuentas.
Que Cristina en persona se ocupe de hacer correr este relato, es decir, que ella descienda del Olimpo de la política en el que se mueve para algo tan elemental como hacer que los medios, a los que suele rechazar, digan algo que le conviene -lo que en la jerga periodística se conoce como “operar”- indica una cosa: que la vicepresidenta entendió que era momento de calmar al avispero y dar por concluido el escándalo que hizo tambalear a su gobierno.
La escena da cuenta de cómo funciona esa gran familia que es el cristinismo, que tiene opiniones distintas -y, sobre todo, futuros encontrados- pero que, ante el affaire Basualdo, ahora cerró filas. CFK, como una madre con experiencia, mandó el mensaje para calmar a los suyos, que habían enfilado de lleno contra el ministro de Economía. Entendió que estaban a nada de que los devoren los de afuera.
Es que en el escándalo por las tarifas se activaron las tres grandes patas que componen el espacio que lidera la vice: 1) Kicillof atacó en una entrevista a Guzmán; 2) el Instituto Patria, personificado esta vez en Oscar Parrilli, pidió que el préstamo entrante del FMI se use para lo contrario de lo que pretendía el ministro, y 3) La Cámpora largó un comunicado en donde tildaban al discípulo de Stiglitz de poco menos que de un operador sin moral. Todo el clan en armas.
Pero la avanzada contra Guzmán es una realidad que puede, y suele, confundir. “Van por todo”, tiró esta semana Mario Negri, una idea que cotiza alto en el mercado de la grieta y que presenta al cristinismo como un espacio unificado con un solo interés: más y más poder. Aunque la última parte es verdad -una ambición política que, hay que decirlo, está presente en todos los partidos-, la otra no tanto. El otro poder, el cristinismo, está por todas partes pero no es solo uno.
La orga. En La Cámpora hay una fecha fundacional. El evento que cambió la historia ocurrió en octubre del 2010: 40 camporistas, entre los que estaban “Wado” de Pedro, Andrés Larroque, Mariano Recalde y Juan Cabandié, se subieron a un avión de Aerolíneas Argentinas para una escapada a Uruguay, donde la Selección iba a jugar contra el país vecino. El escándalo que se armó fue tal que la mayoría de ellos todavía recuerda como si fuera hoy la durísima reprimenda, con gritos e insultos, que les dio Néstor cuando volvieron. Dicen que fue un golpe de horno, la primera vez que vieron a Kirchner tan enojado, y, en especial, la primera vez en que tomaron dimensión real de quiénes eran y qué se esperaba de ellos.
Desde entonces pasaron cosas: el tiempo, la derrota, el macrismo, el llano, la lucha para gambetear la cárcel, y el regreso al poder. Hoy La Cámpora está bien lejos de ser ese grupo de jóvenes atolondrados que copaban un avión oficial para irse de fiesta. Ahora son la agrupación política más grande del país y la única, junto a la izquierda, que tiene terminales en todas las provincias. Según el periodista Diego Genoud, hay entre 35 y 40 mil militantes puros, número solo superado en la historia local por Montoneros en su auge en los 70. Y eso son solo los soñadores de a pie. Con cargos hay siete intendentes (Quilmes, Luján, Carmen de Areco, Mercedes, Santa Rosa, Río Grande y Ushuaia), 15 diputados y 7 senadores, además de controlar el Pami, Correo Argentino, la Anses, Aerolíneas Argentinas, la DGI y el ministerio del Interior.
Estas carteras son solamente las que dirijen. En el ministerio de Desarrollo Social, en el de Desarrollo Productivo, en el de Justicia, en el de Transporte, en el de Economía y en el de Obras Públicas manejan secretarías estratégicas, tanto por rol como por caja. Si a todo esto se le suma su rama sindical -la Federación de Trabajadores Judiciales de Vanesa Siley, más el avance en ATE y UPCN de Capital- y las dos facultades de la UBA que controlan, la conclusión es inevitable: están en todos lados.
De ahí se desprenden varios razonamientos. El primero es uno que incomoda a muchos en el Gobierno: por su abismal superioridad númerica y su organización vertical es de suponer que van a terminar copando el grueso del oficialismo. Es una realidad que La Cámpora la sabe. “Si no ponés a Raverta en la Anses, a Volnovich en el Pami, a Basualdo en Energía, ¿a quiénes ponés? En la Rosada se quejan pero literalmente no les sobra gente”, dice uno de los voceros del camporismo. Esa fuerza, además, viene acompañada de algo que ellos sienten que no está presente en todo el Frente: una ética de la militancia. “Nosotros nos pasamos cuatro años peleando contra el macrismo, peleando contra el lawfare, peleando para no ir en cana. Los Cafiero, Guzmán, Beliz, Vilma Ibarra y muchos más llegaron a la Rosada sin transpirar una gota”, dicen, en una conclusión que algunos días incluye al propio Alberto. Más allá de si es cierto o no, lo importante es que en La Cámpora hay una idea del “proyecto”, que no solo precede al gobierno de Fernández sino que aspira a sucederlo.
Esa lógica del “hombre nuevo”, diría Guevara, la quiere personificar Máximo. Un ejemplo de los últimos días: después de largos meses se tomó una semana para ir a ver a sus hijos al Sur, y a pesar de eso participó de todas las actividades virtuales de su partido, del bloque que preside en Diputados y estuvo en diálogo tanto con su madre como con Fernández. Desde el escándalo de Guzmán, hasta el viaje europeo y la represión en Colombia, el hijo de CFK está encima de todos los temas. Por su hiperactividad, y por un vínculo con Sergio Massa que tiene olor a boleta electoral, es que muchos en el Gobierno recelan de las intenciones de él y de su espacio. “Pero yo no tengo plan B. Si le va mal a este gobierno significa que le fue mal a Luana (Volnovich), a Fernanda (Raverta), al 'Cuervo' Larroque, a La Cámpora. Si le va mal a Alberto les va mal a todos”, es una frase que suele usar para atenuar miedos, y justifica su entrega con un sacrificio personal: enviar a Larroque, su mano derecha, el hombre al que había que buscar si se quería llegar a Máximo, a las tierras de Kicillof. Es su ministro de Desarrollo Social en la provincia.
Soldados. El Patria no es solo un edificio -que en pandemia quedó literalmente abandonado- o una institución, sino que es, antes que todo, un rejunte de políticos de distintas procedencias cuyo único punto en común es la adhesión ciega a CFK. Es el ala más kamikaze. Aunque decir que ninguno de los que reporta a ese grupo puede enarbolar una idea propia sería decir demasiado, es algo que piensan y cuentan en privado tanto en el Gobierno como en La Cámpora. “Cuando Parrilli empieza a gritar como un loco, más de uno de los nuestros se quiere esconder”, dicen en el camporismo. Es que el Patria es un grupo ejecutor de las órdenes y deseos de CFK, y no mucho más, aunque a veces son más cristinistas que Cristina y cometen errores de sello propio. Además del senador neuquino -“cuando habla Parrilli habla ella, no se confundan”, dicen en la Rosada-, en ese grupo están Fernanda Vallejos, la diputada que declaró a Guzmán enemigo público, y Leopoldo Moreau, entre otros.
El Patria es, entonces, la herramienta más a mano de la vice cuando quiere mover el avispero en el Ejecutivo, sin la necesidad de enviar ella una carta de puño y letra. La idea que impulsó Parrilli de usar el préstamo que se viene del FMI para ayuda social y no para pagar la deuda, como quiere Guzmán, hay que leerla como una movida propia de CFK. La avanzada de Jorge Taiana -al que lo distancia, del resto, una trayectoria larga, política y académica- para estatizar la Hidrovía está en esa sintonía. A diferencia de La Cámpora, que tiene estructura propia, o Kicillof, ahora gobernador, con el Patria la vicepresidenta puede obrar a sus anchas. Es que ninguno de ellos tiene vuelo propio.
El otro. “Nooo, cuando se juntan los profesores de la UBA yo me tengo que quedar callado porque habla la academia, ¿viste? Pero los que nos manchamos los zapatos somos nosotros”, se ríe cada tanto Máximo, sobre los encuentros que comparte con Alberto y Kicillof. A contramano de lo que se suele pensar, son los de La Cámpora, y en especial sus líderes, los más dialoguistas en el cristinismo, y los que más tienen los pies en la tierra. Unos ejemplos: Máximo, de la mano con Massa, se sienta con empresarios a los que su madre siempre detestó, tiene buen vínculo con el PJ histórico al que CFK siempre destrató, y llegada directa con la Iglesia local, a la que ella jamás le dio entidad. “Es que se parece más a Néstor”, dicen los que lo conocen, aunque cuentan que también puede ser terco como el padre, y ponen como prueba la insólita avanzada por copar el peronismo bonaerense que salió mal, que terminó abandonando y que solo dejó heridos.
Kicillof es más intransigente. Se notó en la trompada al mentón que le tiró a Guzmán cuando salió a defender a Basualdo en una entrevista, y también en que fue uno de los que receló del avance bonaerense de Máximo. Que no le habían notificado, que no estaba tan seguro, que no le parecía necesario: hay varias versiones de las dudas del gobernador, pero queda claro que temió que, tras el PJ, el diputado busque otra cosa. Es un modus operandi que La Cámpora está empezando a ejecutar con sus miembros en todo el país, como evidencian el avance de Lucía Alonso en el PJ de La Pampa, de Walter Vouto en Tierra del Fuego o de Anabel Fernández Sagasti en Mendoza. Primero el PJ, después la provincia. “No es así. A Axel no le interesa la rosca política y a Máximo sí, nada más”, minimizan estos roces en el círculo de Kicillof.
En Buenos Aires se muestran tranquilos. “Es que Cristina realmente lo ama a Axel”. Este último punto dicen que despierta algunos celos de hijos entre Máximo y Kicillof, aunque quizá más que teórica sea práctica la disputa: en algún momento, sea el 2023 o en un futuro más lejano, ella va a tener que elegir entre uno de los dos para la carrera presidencial. ¿Habrá una pelea entre hermanos?
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