Friday 26 de April, 2024

POLíTICA | 20-02-2020 18:20

Vilma Ibarra, la guardiana de Alberto Fernández

Fue pareja del Presidente por una década. Es "su firma" y la única mujer en la mesa chica. Coaching de género y por qué se evitan con Fabiola.

Cuando Alberto Fernández la llamó y le pidió que se encontraran, Vilma Ibarra dudó. Hacía siete años que invertía en posgrados para perfeccionar su perfil de abogada empresarial en la Corporación América, el grupo de la familia Eurnekian en el que desembarcó junto a un viejo conocido: Eduardo Valdés. Estaba cómoda lejos de la política. Ya no extrañaba los encendidos debates, las entrevistas periodísticas, ni los eventos preparados sólo para la rosca. Le había costado adaptarse a esa nueva vida a la que llegó después de tres décadas de una carrera en el Estado que empezó en los tribunales, siguió en la Legislatura porteña, el Senado y la Cámara de Diputados. Cuando por fin se hacía la idea de seguir por ese camino, llamó Alberto. Y Vilma fue. 

—Tengo un lugar para vos, Vilma. ¿Querés sumarte? 
—No, no sé Alberto. Estoy bien así, no quiero volver a la política.
Pero Vilma necesito que seas la secretaria Legal y Técnica. 
—Ah. ¿Legal y Técnica?
-Sí, sos la persona indicada para ese lugar, Vilma.
—A ese lugar sí, sin dudas. 

Desde entonces, Vilma repite orgullosa que es "la abogada del Presidente". Es, además, la primera mujer en ocupar ese cargo. Quien la eligió la considera su amiga y la mejor abogada del país. Con Alberto se conocen desde los 2000, cuando convivieron como opositores en la Legislatura porteña. Desde entonces, cranearon campañas electorales, rosquearon, discutieron, compartieron el amor de pareja durante más de diez años, se fueron del kirchnerismo, le declararon la guerra a Cristina Kirchner y se distanciaron. Hasta ahora, que la política los volvió a unir. 

Detrás de escena. Ibarra contesta a todos los mensajes para no ser irrespetuosa, pero a cada pedido de entrevista del periodismo responde con un rotundo “no”. Explica que “por ahora” no va a dar notas. Pero en su entorno aseguran que ese “por ahora” es una decisión tomada para la gestión.

La secretaria Legal y Técnica que tuvo protagonismo en todas las cámaras legislativas por las que pasó, ahora prefiere pasar horas estudiando un expediente o los términos adecuados para redactar un decreto con su equipo antes que aparecer en los medios en los que hace cuatro años denunciaba las contradicciones de Cristina Kirchner. Llega todos los días entre las 8 y las 9 de la mañana a la Casa Rosada y es de las últimas en irse. En jornadas laborales normales, cierra la puerta de su oficina alrededor de las 10 de la noche. Pero la han visto salir de madrugada, después de dejar todo listo para la publicación del Boletín Oficial. 

Pasa horas encerrada en su despacho con la computadora, el mate y el celular siempre a mano. Cuando el Presidente está de viaje o en la Quinta de Olivos, suelen comunicarse por WhatsApp. Pero generalmente no hace falta: Alberto pasa por la Rosada para leer todo en persona y revisar los papeles que la “guardiana” de su firma le tiene preparados. Aunque “el gancho” ya es digital, su estilo es analógico. Y no quiere cambiarlo.

Una vez por día se encuentran: Vilma atraviesa el pasillo que la conduce al despacho presidencial con una carpeta de documentos impresos y espera que Alberto lea minuciosamente cada línea. Junto a los decretos y resoluciones, lleva también respuestas a las preguntas que cree que se le ocurrirán sobre cada tema. Lo conoce de memoria y por eso se adelanta.

Durante esos cruces, Alberto aprovecha para pedirle consejos sobre cómo hablar y moverse en el mundo feminista, en el que Ibarra transita desde su juventud. Ella se entusiasma con el “coaching” de género. Opina, le marca errores involuntarios pero típicos de un “varón del siglo XIX”, como se define Fernández, y celebra los microgestos feministas del Presidente, como cuando se sentó a capacitarse en violencia de género frente a la socióloga Dora Barrancos y la ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta, para cumplir con la Ley Micaela.

A Alberto le preocupa que su feminismo reciente se vea falso. “Es franco, no quiere vender un feminista que no es”, dice a NOTICIAS una persona que conoce de cerca esa tarea en la que Vilma es su mejor consejera.

El Presidente respeta la larga militancia feminista de su abogada, que fue autora de la Ley de Matrimonio Igualitario y la primera senadora que se peleó con la Iglesia por presentar un proyecto para legalizar el aborto, en 2006. Y recibe sus quejas si advierte decisiones machirulas del Gobierno. La más visible fue cuando Fernández se sentó a una larga mesa con empresarios, gremialistas y representantes sociales para firmar un “Compromiso Argentino por el desarrollo y la solidaridad”. Ese día, Vilma reclamó la presencia de mujeres y Alberto dijo: “Tiene razón”. 

Por la restricción a las mujeres en los partidos de fútbol seguidos de asados en Olivos, la funcionaria ya no se preocupa. Hay minicupo femenino con la jugadora de San Lorenzo Macarena Sánchez, titular del Instituto de la Juventud. Vilma no pisa Olivos, quizás por respeto territorial a la “primera dama”. Y además, es experta parrillera. En su propia casa, prende el fuego y disfruta que el aplauso sea para una asadora. 

Mesa chica. “Saben ustedes que la conozco bien a Vilma”, dijo Fernández al momento de anunciar su lugar en el gabinete. La cámara de TV que transmitía el acto se movió rápidamente para mostrar el rostro de la abogada. Y sabiendo que la atención estaba sobre su cara, Ibarra hizo una mueca de picardía. 

El Presidente enumeró sus cualidades: abogada excepcional, preparada y legisladora única. “Cuando tuve que pensar en quién cuidaba mis espaldas, cuidando lo que firmo, no tuve ninguna duda en convocarla”, siguió y remató con un “perdón que te dé la espalda”. Entonces Vilma sonrió.

Cuando semanas antes de ese anuncio, Alberto les contó a sus amigos la idea, algunos se asustaron. “¿Te parece convocarla a Vilma? Vas a sumar un problema y ¿qué va a decir Fabiola?”. Fernández pidió tranquilidad. Los allegados no insistieron al escuchar las palabras con las que la presentó, volvieron a comentar entre ellos: “Alberto pisó el pasto”. Los rumores volvieron a surgir el 10 de diciembre. Ibarra fue una de las últimas en jurar a su cargo. Lo hizo con un pañuelo verde atado a la muñeca y cuando se acercó al Presidente, él se inclinó levemente para decirle algo al oído. “Ese día Alberto volvió a irse a la banquina”, insistieron.

Son pocos los que alimentan ese tipo de comentarios. Aunque igual de cierto es que Ibarra y Fabiola Yáñez evitan cruzarse. La funcionaria no se excede en el contacto con su jefe del ámbito laboral y la pareja del Presidente no visita la Casa Rosada. “Conociendo a Vilma no creo que sea necesario que nadie le diga nada. Ya son grandes”, asegura una persona que la trata desde joven. 

En el Gobierno todos saben que Ibarra se ganó un lugar en la mesa chica del Presidente. Y por eso la respetan. La elogian hasta los kirchneristas que en 2015 mandaban a preparar informes en su contra en “678” y la acusaban de trabajar para Clarín, donde difundía su libro “Cristina vs. Cristina”.

En las últimas semanas, el Presidente le encomendó la elaboración del proyecto de ley para legalizar el aborto, al que él mismo hará referencia en la apertura de sesiones del 1 de marzo. Pero Ibarra no sólo se encarga de los temas de género. También opina y es escuchada sobre las reformas necesarias en la Justicia, otro cambio grande que promete Fernández para su gestión. 

Su experiencia se remonta a fines de los ‘70, cuando empezó a trabajar para varios estudios jurídicos mientras cursaba Derecho en la UBA. La joven Vilma se movía en un Citroën 3cv amarillo que ella misma había comprado. Con el tiempo, ingresó al Poder Judicial, donde trabajó ocho años en los fueros Civil y Penal. Y luego abrió su propio estudio. 

Hoy es una de las que impulsa el reformismo judicial del Presidente, quien repite “somos reformistas, no revolucionarios” para calmar los ánimos de los más preocupados. En charlas íntimas, Ibarra no disimula la indignación que le provocan los sueldos y jubilaciones de seis cifras de los jueces, y se enfurece al comparar esos números con los índices de pobreza. 

Ibarra es la única mujer en el círculo de personas en las que más confía Fernández. Esa mesa chica la completan el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero; el secretario general de la Presidencia, Julio Vitobello; el jefe de asesores, Juan Manuel Olmos; y el secretario de Comunicación y Prensa, Juan Pablo Biondi. 

Con Vitobello se conocen desde la Legislatura porteña. Compartieron meses en ese recinto en los 2000 junto al propio Fernández y otros funcionarios cercanos al Presidente, como Valdés, Jorge Argüello y Guillermo Oliveri. Ella estuvo poco tiempo en ese recinto: en 2001 pasó al Senado, siempre en representación de la Alianza. 

Saltos. Vilma Lidia Ibarra empezó su militancia en la Federación Juvenil Comunista. Después se sumó al Frente Grande de Carlos “Chacho” Álvarez, el paso previo al Frepaso y la Alianza. Cuando “Chacho” fue vicepresidente, se rumoreó un romance, con algo de escándalo, que ninguno admitió. En 2007, Ibarra fue elegida diputada por Nuevo Encuentro e integró las filas del Frente para la Victoria. Su última disputa electoral fue en 2015, con Margarita Stolbizer.

Fue una pieza clave para que su hermano menor, Aníbal, llegara a Jefe de Gobierno en el 2000 y lograra el apoyo de Néstor Kirchner en 2003, vía Alberto Fernández. Después de Cromañón, lideró su defensa, que terminó en la destitución de Ibarra y el principio del ocaso del PJ porteño. A la dupla Ibarra-Fernández, muchos peronistas le adjudican el triunfo de Macri en 2007, cuando el PJ no pudo lograr la unidad que Alberto sí procuró en 2019.

Vilma es la única hija mujer de los cuatro que tuvieron Lidia Lozano y Aníbal Ibarra, un militante paraguayo del Partido Febrerista Revolucionario, exiliado en Argentina durante la guerra civil de 1947, previa a la dictadura de Alfredo Stroessner. Lidia era hija de inmigrantes españoles. Sólo terminó la primaria y se dedicó a las tareas domésticas. En su casa, había colgado un cuadro de Evita. 

Ibarra padre se recibió de abogado y ejerció la profesión en Argentina. Falleció el 29 de noviembre pasado y su hija lo recordó en Twitter. “Hoy se fue mi papá, un paraguayo valiente, luchador, perseguido por la dictadura de su país, recto y gran padre. Me enseñó casi todo lo importante”.
También ella se casó y formó una familia con el diseñador gráfico Adrián Lebendiker. Juntos tuvieron tres hijos varones que hoy tienen 16, 21 y 28 años. Se separaron en 2003.

En casa de Vilma todos eran de River. Pero ella se rebeló también de ese mandato y se hizo de San Lorenzo por un novio con quien a los 15 años iba a la cancha. Aún hoy, espera el domingo para ir al Nuevo Gasómetro. No se considera fanática ni del fútbol, ni de Paul McCartney, al que ama, ni de ningún partido político. Lo suyo, dice, es la crítica. Marcar las luces y las sombras. No casarse con nadie.  

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Daniela Gian

Daniela Gian

Periodista de política.

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