¡Al fin una apertura que entusiasma! Este bistró de escala perfecta, practica una cocina sin prejuicios y llena de permisos que descontractura la escena gastronómica. Detrás del proyecto hay dos jóvenes talentosos, Federico Nudelman y Bruno Haze, que decidieron sumar todas sus influencias a la hora de cocinar. Al ADN de las cocinas de su infancia (ambos son argentinos pero de familias de inmigrantes polacos, italianos y franceses), le sumaron lo que aprendieron trabajando en cocinas peruanas y asiáticas. El resultado: una mezcolanza integrada, original y sabrosa.
La carta es corta, estacional y sorpresiva. Las entradas son contundentes, apenas un poco más chicas que los platos principales, ideales para pedir varias con un vino al caer la tarde (abren a las 18). Algunas opciones son la causa frita (una “torre” de papa amarilla, palta, huevo, tradicional de la cocina peruana) que aquí se reboza, se fríe y se sirve acompañada de un huevo mollet y una ensalada criolla de remolachas con mayonesa de chupe; el gefilte fish de sabor suave, con chauchas, pak choi (“repollo” chino), un toque mágico de pomelo vivo, e infaltable jrein (rábano y remolachas encurtidas) para que la bobe no se infarte con tanta novedad; y el fatay abierto de cordero (árabe), con yogur y menta.
Entre los principales hay milanesa de lengua con fideos al huevo con pesto (plato de hogar porteño, pero jugado); los varenikes de cordero fritos (otra vez, como en la causa, la disrupción de la fritura) con farfalaj (cremosísimo risotto de cebada de trigo); y corte de ciervo con puré de berenjenas, salsa Sriracha (tailandesa) casera, y vegetales quemados. De postre, imprescindible el tres leches con helado de dulce de leche y merengue.
Nada de caprichos que no funcionan: el equilibrio de sabores y texturas es sorpresivo pero preciso. Para beber, hay una linda carta de vinos, con proyectos jóvenes e interesantes como el de Revuelta. Si el clima lo permite no se pierda el patio, es de los más lindos de Buenos Aires.
Comentarios