Nada más porteño que el Abasto pero si de comer cocina peruana honesta y sabrosa se trata, ése es el barrio adonde ir. Allí, en el aún más porteño pasaje Carlos Gardel, el chef peruano Julio Marín decidió instalar su proyecto personal, Quechua. Sus credenciales incluyen haber estado al mando de la cocina del sofisticado restaurante La Rosa Náutica en Buenos Aires y Bogotá, y ganar el Desafío de Cocineros de las Colectividades organizado por el Gobierno de la Ciudad en el 2019. En Quechua, combina lo mejor de los dos mundos: el refinamiento de la alta cocina con la simpleza de la cocina popular peruana.
Pesca fresca, mariscos, carnes, variedad de ajíes y hierbas aromáticas se combinan en ceviches, causas, salteados, arroces, guisados, parrilladas y hasta una sección de sushi nikkei. La carta es amplia y con opciones interesantes para probar un poco de todo como en el caso de la degustación de ceviches y las rondas de la casa, en las que pueden elegirse 3 o 5 opciones de una variada lista de platos, entre ellas chicharrón de calamar (como nuestras rabas pero también incluyendo los tentáculos), causa de pollo (la clásica de papa amarilla con mousse de pollo), wantan de mariscos (“ravioles” crocantes que, como muchos otros platos de la gastronomía peruana, recibieron la influencia de la cocina china), papa a la huancaína, etc.
El sushi es fresco y está bien hecho, pero es lo menos original de la carta. Mejor apuntar a la sección Levanta Muertos, donde se lucen preparaciones típicas como el sudado de pescado (pesca fresca en un fondo de cocción lleno de sabor), la parihuela (guisado de mariscos y pescado con mandioca y arroz blanco), el chupe de langostinos (clásica sopa arequipeña), entre otros. También se destacan los arroces que siguen la tradición de los Chifas, los populares restaurantes chino/peruanos; y las secciones De nuestro mar, con excelente pesca fresca, y De Res y Aves, con platos infalibles como el lomo saltado y el arroz con pato. El ambiente es modesto, y los precios muy accesibles.
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