Es casi imposible conseguir una reserva y hay una razón para ello: es uno de los restaurantes más espectaculares de la ciudad. No es super elegante, ni carísimo, ni su cocina es rebuscada, pero al entrar se siente el impacto de conocer un restaurante como ninguno antes. Podría estar en otro lugar del mundo si no fuera porque su cocina es argentina hasta la médula, de hecho realizan un trabajo único de búsqueda de pequeños productores en todo el país, con los que entablan vínculos para poder acercar su producto a la Capital.
El ideólogo es Enrique Piñeyro, piloto, director, actor, empresario y apasionado de la buena cocina que, aunque esté rescatando refugiados de Ucrania con su avión, se pone al teléfono con Valeria Mortara, sommelier y directora integral de Anchoíta para estar al tanto del día a día y dar lineamientos de trabajo. Cuando está en Buenos
Aires, él mismo se pone al mando de los fuegos.
Como con todo lo que hace, Piñeyro va a fondo. Su misión es la profundización en el origen del producto y así es como en Anchoíta pueden encontrarse desde la más completa selección de quesos de todo el país hasta fresquísima pesca de río (patí, surubí, boga, hechas enterar en el horno de barro, impredibles), proveniente de pequeñas cooperativas correntinas. La carta es extensa y recorre cada rincón de la Argentina: chipá relleno de huevo, jamón a la plancha y queso Reggio, locro al horno de barro, pizza de pulpo del Mar Argentino, charcutería de elaboración propia, una sección de platos con vegetales de su propia huerta en Tigre, chuletones de carne de ojo de bife, TBone bife de chorizo con hueso (sólo los sirven vuelta y vuelta, muy jugoso o jugoso), variedad de chocolates también elaborados en la casa son algunas de las opciones más tentadoras de la carta.
El misterio de las reservas (que prometen modificar pronto) es que solo tienen 60 cubiertos y no tienen turnos, porque no les gusta echar a los comensales. Mientras puede pasar por la Cava de Anchoíta a probar su maravillosa selección de quesos y vinos o por la Panadería, a deleitarse con su pastelería o su helado de pistacho, mítico.
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