Sentado sobre un fardo, dialogando con un trabajador rural y compartiendo un mate mientras las vacas completan el cuadro. Una de las tantas postales de Mauricio Macri en su visita a la exposición de la Sociedad Rural, después de 15 años que un presidente no la visitaba, pintan la escena de manera cabal. Con aires de patrón de estancia, la imagen demuestra el regreso de un estilo y por consiguiente el final de otro.
Ya no da réditos mostrarse ni autorreferenciarse como nacional y popular, sino que con la llegada de Cambiemos al Gobierno está comenzando una nueva etapa. Hoy la clase alta volvió a estar de moda. Este auge no remite a un modo de hacer política, sino a códigos y costumbres de un sector social. “El gobierno tiene sintonía estilística, cultural y de valores con las clases altas porque Mauricio Macri y la mayoría de su gobierno pertenecen a ese estrato social”, explica Beatriz Sznaider, magister en comunicación política e investigadora de la Universidad de Buenos Aires.
Así, mientras Cristina abarrotaba el Patio de las Palmeras de la Casa Rosada con militantes y hacía lucir su oratoria, Macri sigue otro camino. Más cercano a las formalidades que exige su casta, todos sus discursos son leídos y cuidados sin excentricidades ni exabruptos. La Casa Rosada, en tanto, es un coto exclusivo y glamoroso. Remozada, hoy se lucen sus escalinatas de mármol y su espectacularidad arquitectónica. No es casual que quien tuvo a su cargo el cambio de estilo y esta vuelta a una apariencia palaciega sea una descendiente de la más alta alcurnia nacional: Teresa Anchorena.
“Los miembros de una clase social son aquellos que comparten determinadas oportunidades o chances de vida y, con el tiempo, terminan conformando un determinado estilo de vida común”, explica el doctor en Ciencias Sociales, Pablo Dalle. La clase social no depende así únicamente de la cantidad de ceros en una cuenta del banco sino que trasciende también a un plano simbólico. Hoy son los ritos, costumbres y modos de desenvolverse de la clase alta los que están en boga. Macri y gran parte de su equipo se formaron en estos ámbitos, rodeados de esos hábitos y con esas premisas y eso se nota en el estilo adoptado por el Gobierno. Desde la pomposa gala en el Teatro Colón el mismo día de su asunción hasta el look patricio -poncho o echarpe marrón claro- adoptado por el Presidente en varios de sus actos públicos. O la concurrencia masiva del gabinete a cenas de beneficencia que el kirchnerismo antes despreciaba. Acompañan esos vientos de época, series televisivas como “Los ricos no piden permiso” (El Trece) o el reality del polo “Lucky Ladies” (Fox Life) que desnudan los secretos de la vida cotidiana de estos apellidos ilustres.
Ilustres y millonarios. “Ya no se puede definir a la clase alta en singular. El mundo de la clase alta de principios de siglo tenía un aire de familiaridad. Había relaciones sociales y parentales que los convertían en un grupo más homogéneo. Ahora, las relaciones son más sofisticadas y diversas”, explica el historiador del Conicet Leandro Losada. Por eso, en pleno siglo XXI, conviven dentro de lo que se identifica como el estrato más alto de la sociedad argentina dos vertientes. Por un lado, las familias tradicionales y por el otro, familias adineradas que forjaron sus fortunas no por herencia sino por trabajo.
Las primeras, dueñas de un linaje patricio, son parte de la clase acomodada nacional, aún cuando muchas de ellas ya no sean millonarias. “El apellido Anchorena, por ejemplo, tiene mucha fuerza simbólica en el imaginario colectivo”, opina Losada. Por herencia continúan siendo ellos quienes se definen -y autodefinen- como la clase alta vernácula. Hoy, hay muchos de ellos ocupando importantes cargos políticos que los mantienen vigentes. La ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, y su sobrino Esteban, el ministro de Educación, descendientes de los Pueyrredón, representan esta elite. Criados y educados dentro de los usos y costumbres de esta clase de dobles y hasta triples apellidos. Horacio Rodríguez Larreta y Alfonso Prat Gay son también claros ejemplares de una cuna de oro, no tanto por su fortuna, más sí por el valor de sus apellidos y su árbol genealógico. Federico Pinedo es quizás el ejemplo más cabal de linaje aristocrático: además de su historia familiar tiene una formación cultural propia de la antigua clase adinerada.
La otra pata de la clase alta nacional está formada por empresarios exitosos. Sus antecesores no se remontan a los albores de la patria, sino que son descendientes de inmigrantes que vinieron a probar suerte a la Argentina y su apuesta fue muy fructífera. Los Bulgheroni, Eurnekián o Roemmers son clase alta, pero debieron esforzarse por pertenecer. Adoptaron los ritos y costumbres de quienes establecen el parámetro de comportamientos, las familias tradicionales. Para formar parte no alcanza con poder pagar todo, sino que se debe entrar al círculo más exclusivo.
¿Cómo se hace para ser uno más de este selecto grupo? Lo primero es la educación. “La puerta de entrada son los colegios, que actúan como entidad normalizadora”, explica la filósofa Visctoria Gessaghi, quien acaba de publicar un libro sobre la educación de la elite (ver cuadro). “Allí no sólo pueden ingresar los jóvenes, sino que también permite el acercamiento de los padres”, amplía.
Además de los colegios privados bilingües, el Jockey Club o las galerías de arte son otras de las instituciones que cumplen la función de “educar” a los aspirantes a clase alta. El presidente Macri es el mejor ejemplo de este recorrido de ascenso social. Educado en el Colegio Newman y heredero de una enorme fortuna familiar, fue aceptado dentro de la casta cuando contrajo su primer matrimonio con un apellido ilustre, Ivonne Bordeu. Su padre, Franco, en tanto, es un adinerado inmigrante, pero eso no le alcanza para pertenecer. Según los estudiosos de estas castas sociales, no comparte los códigos ni hábitos que el ser de elite requiere y que sólo se adquieren atravesando ciertas instituciones formativas y compartiendo ideales.
Vida de ricos. “Una de las características de la clase alta actual es que trabajan y muestran de qué trabajan, incluso aunque hayan heredado una fortuna. Y, de hecho, algo que se ve en prácticamente todas las familias es que no paran de trabajar para mantener lo que tienen y producir más. El 100 por ciento del tiempo lo pasan dedicados a mantener y generar más”, explica la periodista Soledad Vallejos, autora de “Vida de ricos”. Este espíritu es el mismo que Macri dice que le imprimió a su gestión y el que al menos trata de transmitir. Su “mejor equipo en 50 años” también. Se muestran ocupados, abocados a su labor y trabajando incesantemente.
Para vivir, saben elegir. Aunque los countries son asociados a una clase selecta, la mayoría no los elige. Los integrantes de la elite “viven mayormente en la Ciudad de Buenos Aires para estar cerca del poder económico y político”, explica Vallejos. Lejos de la moda de Palermo Soho o los fastuosos proyectos inmobiliarios de Puerto Madero, la clase alta sabe esconderse a la vista de todos. “Barrio Parque es muy elegido”, detalla Vallejos.
El presidente Macri -hasta que se mudó a la Quinta de Olivos-, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta y su hermano Augusto, vicepresidente del Banco Provincia, son habitantes de esta zona. Este barrio cumple con uno de los requisitos de la elite actual. Opaco y lejos de ostentaciones, pero con la calidad necesaria y lo suficientemente cerca de los principales centros de poder. Recoleta también es uno de los lugares tradicionales elegidos.
A diferencia de otros momentos de la historia, la clase alta argentina evita mostrar y exhibir sus riquezas. La opulencia fue desterrada y hoy se prioriza la sencillez. El mejor ejemplo lo encarna la primera dama, quien, con una elegancia que siempre es tendencia, opta por un estilo austero y “casual”. “El macrismo no es el menemismo en su obscenidad para mostrar su apetencia por lo exclusivo, lo lujoso y lo ostentoso. No lo necesitan ya que no tienen que afirmarse en lo que saben que son”, afirma Sznaider.
El cuidado por la privacidad modificó en la actualidad un aspecto fundamental de la clase alta, los viajes. Punta del Este, Miami e incluso Europa dejaron de ser destinos para las vacaciones. Estos lugares perdieron su carácter de exclusivos y ya no resultan atractivos. Así, amén de que algunos aún veranean en sus estancias, otros optan por destinos exóticos como India o Tailandia. Además se incorporó el concepto de “escapadas” y así los viajes pueden ser por un fin de semana. La cordillera pica en punta en el orden de preferencias. Precisamente este tipo de viaje fue el que realizó Macri en Semana Santa, cuando se refugió en Villa la Angostura. Máxima Zorreguieta, también de apellido ilustre, suele vacacionar en este paraíso.
Clima de época. Mientras la elite se pone de moda y se vuelve la norma, la televisión acompaña este nuevo proceso con productos que muestran cómo viven los millonarios. El Trece decidió poner en el prime time una telenovela con un sugestivo título “Los ricos no piden permiso”. La fantasía de terratenientes que aún viven en su estancia, aunque demodé, recrea el imaginario sobre la clase alta argentina de principios del siglo XX.
Por otro lado, la curiosidad sobre la vida de quienes componen este estrato superior, se canaliza a través de “Lucky Ladies”. El reality show que versa sobre las vicisitudes de seis mujeres “bien”, esposas de polistas, y fieles exponentes de la cuasi aristocracia nacional genera curiosidad sobre un universo cada vez más atrayente. El cambio de estilo, entonces, no sólo lo forjan los nuevos funcionarios, sino que viene acompañado de una curiosidad de la sociedad por este mundo.
El nuevo estilo está así instalado. “La diferenciación entre distintos grupos, partidos, líderes y candidatos está en la base de cualquier proceso político en las sociedades democráticas. Y esto es así porque en términos generales, la oferta electoral no representa posiciones antagónicas, sino matices de una misma posición. Entonces la diferenciación estilística, es el recurso que tienen a mano los protagonistas de la política para poder ser identificados, reconocidos y evaluados”, detalla Sznaider.
El auge, empero, no es sinónimo de decisión política. “Durante el kirchnerismo, el vínculo entre elites y empresariado también fue cercano. Incluso, se podría pensar que Cambiemos tiene enfrentamientos y serias tensiones con el sector”, advierte Losada.
Lo nac & pop se fue con Cristina y de la mano de Macri se puso de moda la clase alta. Los vestidos de gala de Juliana Awada se lucen en cualquier evento, cada funcionario exhibe orgulloso sus diplomas de educación privada y el glamour es el nuevo sello.
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