El primer paso es el más importante. Y el ministro de Defensa, Oscar Aguad, lo dio sobre un lodazal que lo dejó embarrado hasta el cuello. Porque el tema venía malparido desde el principio, cuando se enteró de que un submarino argentino se había perdido leyendo Infobae y no por un llamado de la Armada, según confirman en su entorno.
Estaba en Vancouver, Canadá, donde participaba de la conferencia de la Defensa de la Paz de las Naciones Unidas y supo que tenía que volver al país cuanto antes.
Y entonces vino el movimiento en falso. Ese que todavía recrimina por lo bajo y que lo hará estallar cuando el submarino ARA San Juan, perdido desde el 15 de noviembre, finalmente se encuentre.
Había pasado varias horas desconectado durante el viaje en avión y estaba desesperado por información. Pidió datos a la Armada y desde allí, maliciosamente (según consideran sus laderos), le dieron pescado podrido. Aguad ni siquiera dudó: escribió en su cuenta de Twitter, el viernes 17: “Recibimos siete señales de llamadas satelitales que provendrían del submarino San Juan”. Y completó: “Transmitimos la esperanza a las familias de los 44 tripulantes: que en breve puedan tenerlos en sus hogares”.
Las llamadas eran falsas, las desmintió el vocero de la Armada, Enrique Balbi, horas después. Y ahí mismo se acabó todo el protagonismo del ministro de Defensa. Violín en bolsa, hizo varios pasos atrás y eligió el silencio para el resto de la búsqueda. Un ministro tan perdido como el submarino que se busca. “Me apresuré”, sigue haciendo la autocrítica más de diez días después del pifie.
“Trazamos una nueva estrategia: un solo vocero disipa ruidos”, se justifican en el entorno de Aguad ante NOTICIAS. Pero luego, confiesan: “Nos pasaron información falsa. Hay mucha contraoperación para dañarnos”. El ministro, en on, desmiente a su propio círculo rojo: no es el momento de atacar. Incluso salió a bancar públicamente al jefe de la Armada, Marcelo Srur. Aunque desde ambos bandos desconfían de tan buena predisposición.
La decisión de mutismo de Aguad se replicó en sus laderos.
Hermetismo absoluto. “Es tan dramático todo que decidimos no hablar”, señalan. Hay silencio, pero mucha rabia: en el Ministerio de Defensa sale espuma de la boca contra la Armada por el amague que les hicieron comer. “Vamos a investigar a fondo”, se prometieron.
En las Fuerzas niegan haberle hecho pisar el palito. Si hubo un error de comunicación con el ministro fue sólo un malentendido, se justifican. Y se animan: “Mientras ellos juegan a operaciones y contraoperaciones, nosotros buscamos a nuestros amigos y familiares. No es una cuestión de quién mantiene el cargo y quién se tiene que ir”. La interna arde.
El jueves 30, al cierre de esta edición, el capitán Enrique Balbi leyó el comunicado número 50. Desde temprano había diferentes rumores que indicaban que algo importante sucedía. La reunión en el Ministerio de Defensa, de la que participaron los altos mandos de la Armada, así lo marcaba. En conjunto redactaron la carta que, para no cometer errores, el vocero decidió leer. “Hoy a las 16.20 se declaró por finalizado el caso SAR de búsqueda y rescate”, dijo Balbi. Las naves que estaban en el lugar para proceder a un salvataje como el famoso Sophie Siem que cargaba al mini submarino estadounidense, emprendieron el regreso. Sólo quedaron aquellas que “barren” el lecho submarino.
“Se ha extendido a más del doble la cantidad de días que determinan las posibilidades de rescate de la dotación”, aseguró el vocero. Lo que se intuía se hizo oficial: la supervivencia de los 44 tripulantes ya no es posible. Y terminó: “Se continuará con la siguiente fase de búsqueda del submarino San Juan”. La tragedia es oficial.
Un submarino que en 30 años de servicio debió soportar las peores miserias nacionales. No sólo la puja de poder en el macrismo, sino también la corrupción kirchnerista.
Pato al agua. Al entonces jefe de Seguridad del Astillero, el suboficial de la Armada, José Oscar Gómez, el festival de asignaciones presupuestarias y su desbande posterior le parecían demasiado. Era el 2007 y su esposa se cansó de ser la única que lo escuchaba contar las atrocidades de las cuales era testigo: lo animó a hacer la denuncia. “Veía cómo el Ejecutivo contrataba empresas para hacer un trabajo de mantenimiento que finalmente no hacían ellos, sino los propios marinos”, cuenta el denunciante. Sus compañeros intentaron convencerlo de que no hablara. No lo lograron.
“Desde ese día viví un acoso laboral inaudito”, confiesa diez años después. Le dieron el pase a Puerto Belgrano, al sur del país y tiempo después le iniciaron un sumario administrativo por insubordinación. “Llevaba 27 años de servicio. Había trabajado en Chipre y en Dinamarca. Si hay algo que no hice en mi vida fue ser insubordinado”, completa.
Tenía pruebas: fotos y documentos. Y sin embargo la denuncia durmió el sueño de los injustos durante tres años, hasta que el juez Norberto Oyarbide se decidió a cerrarla. Según le confesó a NOTICIAS, desde el nuevo gobierno lo llamaron y le contaron que la Oficina Anticorrupción pedirá que se reabra aquel expediente.
La de José Oscar Gómez no fue la única denuncia que se hizo sobre la corrupción durante la gestión K. En el 2010, seis diputados radicales firmaron un pedido de informe en la Cámara a la ministra Garré por irregularidades en las contrataciones hechas por el Ejecutivo para la reparación del ARA San Juan.
Se habían hecho eco de una denuncia de la prensa alemana sobre el pago de sobornos de la empresa Ferrostaal en varios países para ganar licitaciones para proveer embarcaciones y submarinos. Argentina era uno de ellos.
Según aquel pedido de informe, los sobornos habrían llegado a 5.100.000 euros para reparar la batería y de 270.000 euros para asistencia técnica del submarino.
El pedido caería, otra vez, en saco roto por decisión del kirchnerismo. Nunca prosperó y no hubo explicaciones de Garré.
Haciendo caso omiso a las denuncias, en septiembre del 2011 Cristina Kirchner presentaría la finalización del mantenimiento de media vida del ARA San Juan. “Estas reparaciones nos permitirán una vida útil de más de 30 años”, aseguró. Al submarino lo habían cortado al medio para hacer 459 trabajos y le habían reparado sus casi 1.000 celdas de baterías. “Es un gran orgullo, porque a su gemelo, el ARA Salta, debieron repararlo en Brasil en el 2001. Se había desmantelado la industria naval”, resaltó la ex presidenta en aquella conferencia, sin dar cuenta de que durante la gestión kirchnerista se había reducido el recurso destinado a las Fuerzas: desde el 1,1% del PBI en el 2002 al 0,9% en el 2015, tendencia que continúa en el nuevo gobierno.
“El San Juan hoy tiene listos sus trabajos. ¡Pato al agua!”, sentenciaba Cristina con una expresión que hoy se repite hasta el hartazgo. “Las condiciones del submarino eran pésimas”, dijo Luis Tagliapetra, padre de Alejandro, uno de los 44 tripulantes. “Mandaron una mierda a navegar. Las reparaciones fueron superficiales”, agregó Itatí Leguizamón, esposa del submarinista Germán Suárez.
La doctrina de la tragedia de Once en su máxima expresión: la corrupción mata.
Desarmada. La relación entre las Fuerzas y el poder político es tirante. Siempre. “Para los militares, especialmente para los de alto rango, es un fastidio que un civil caiga a dar órdenes”, explica un vocero de la Armada sobre la relación con Aguad.
Cuentan, además, que los últimos ministros de Defensa son “paracaidistas”. Gente que llega a ese lugar premiada por cuestiones políticas más que por su experiencia en la materia. Durante los gobiernos K y M se sucedieron José Pampero (médico), Nilda Garré (abogada), Arturo Puricelli (abogado), Agustín Rossi (ingeniero), Julio Martínez (ingeniero agrónomo) y Oscar Aguad (abogado). ¿Podría haber un ministro de Economía que no se haya especializado en la materia? Con la misma lógica se deberían elegir todos los jefes de cartera.
Tampoco el actual ministro se rodeó de gente idónea. La secretaria de Coordinación Militar de Asistencia en Emergencias, Graciela Villata, enviada por Aguad para ser el nexo con la Armada, es una concejal de Córdoba con licencia que había recalado en la Secretaría de Comunicaciones y, en la mudanza de Aguad, consiguió un nuevo cargo. Ni en el peor de los sueños podía imaginar que iba a tener que ponerle el pecho a un submarino perdido. “La Armada no sabe comunicar para afuera. Pero no confían en la gente del Gobierno porque saben que no entienden de qué están hablando”, completa el mismo vocero.
El presidente Mauricio Macri, fiel a su estilo, bancó a Aguad en todo momento. Hubo rumores de que, tras los traspiés, podía dejar su lugar. Pero el mandatario se lo cargó al hombro y disipó las dudas. En la oposición lo esperaban con los cubiertos en la mano, pero el cuidado fue extremo. El miércoles 29 Cambiemos logró frenar la sesión en Diputados no dando quórum, para evitar la sangría. “Dejaron caer la ley de alquileres para que no llegue el pedido de interpelación y el juicio político a Aguad”, dijo la diputada de Proyecto Sur, Alcira Argumedo.
La pelea con las Fuerzas Armadas consiguió algo inédito: por un momento el kirchnerismo y el macrismo quedaron del mismo lado de la grieta. Que el submarino estaba en condiciones de funcionar no es algo que se le escapó a Cristina durante la reinauguración, junto con el “pato al agua”. Lo reafirmó Macri en el primer y único cara a cara que tuvo con los familiares de los tripulantes.
La política también es corporativa. A pesar de la trama de corrupción K o de las contraoperaciones M. Atar todo con alambres tiene sus consecuencias.
Comentarios