El auto que transporta a Juliana Awada y el que lo escolta frenan y la mujer de Mauricio Macri baja sonriente. Son las 9.25 del jueves 4. Sube con tranquilidad las escaleras del edificio donde se inaugura la oficina de ONU Mujeres, a una cuadra del Congreso, a pesar de llevar casi media hora de retraso. Arriba, en el primer piso, la espera Phumzile Mlambo-Ngcuka, directora ejecutiva del organismo internacional. Se saludan y charlan en un fluido inglés: la primera dama no pide disculpas por la demora, no es necesario.
Va en nombre del Estado, lleva el compromiso del Presidente para trabajar en conjunto con las Naciones Unidas en la lucha contra los femicidios: eso es lo que les va a decir. Junto al resto del elenco de la ONU, se encierran en una oficina durante 15 minutos, que podrían haber sido menos si un funcionario del organismo, el único hombre en ese cónclave privado, no se hubiese levantado para ir al baño. Tendrán que esperarlo para la foto final. Tras el último flash Awada sale de la oficina, otra vez sonriente, y se va. Son las 9.45.
Los demás se quedan para una conferencia de prensa donde anuncian cómo y cuándo comenzarán las tareas de este equipo que luchará en el país contra la violencia de género. Agradecen el compromiso del Estado Nacional, pero Awada ya no está. Ya hizo su parte.
(Lea también: El feminismo light de Juliana Awada)
Las apariciones públicas de la primera dama se multiplicaron en el último tiempo. Tres días antes, por ejemplo, había sido una de las oradoras en el inicio del Woman 20, un desprendimiento del G20. Y la semana anterior había tenido una abultada agenda de género en Nueva York.
Y sin embargo, ese no es su rol fundamental. Lo hace y lo disfruta: está preparada para eso. Pero su lugar favorito está puertas para adentro de la Quinta de Olivos. En la intimidad, la “Hechicera”, tal como la apodó Macri, se convirtió en el apoyo fundamental de su marido, en el peor momento político de su vida. El último reducto de tranquilidad: el lugar donde pisa tierra firme, mientras el país tiembla.
El Presidente encontró en Awada su sostén anímico. A la primera dama no le interesan los cargos ni quiere hacer política; pero le gusta el poder. Está donde quiere estar. La mujer de 44 años, 15 menos que Macri, fue preparada y educada para estar allí. Y llegó. No va a dejar que el Presidente afloje, aunque la recesión apriete y la oposición presione, y aunque el propio Macri luzca, a veces, demacrado en sus apariciones.
Blindar al Presidente del estrés es una de sus tareas, pero no es la única. Desde los límites de su hogar y desde la impunidad de las sombras y el bajo perfil, Juliana digita, ayuda a armar y desarmar. No decide, pero aconseja. A veces con vehemencia. Y sabe que es escuchada.
(Lea también: Operativo reelección de Mauricio Macri)
Por las noches no hay empleados domésticos en la Quinta de Olivos. Juliana no deja que entre nadie más que Mauricio, la pequeña Antonia y Valentina, la hija de la mujer con el falso conde belga Bruno Barbier, amén de algún invitado de ocasión. Siempre cocina ella. Baña a Antonia, que dedica sus últimas horas del día a jugar con Macri, y luego cenan. “Juliana garantiza la armonía familiar y un ambiente hogareño de muchísima normalidad”, aseguran en su entorno.
Los días que les queda un resto de energía comparten alguna serie: ahora miran “Ozark”. La ficción de Netflix expone los dilemas morales de un matrimonio promedio que, tentado por el dinero y el poder más oscuro, se ve forzado a aprender las peores mañas para sobrevivir en un territorio ajeno y hostil.
Nadie en Cambiemos duda de la importancia de las opiniones de Awada. Sus consejos pesan.
Como sucedió tras el fatídico fin de semana del sábado 1 y domingo 2 de septiembre, cuando el Gabinete tembló tras las sucesivas corridas cambiarias. Muchos “imprescindibles” perdieron, algunos desterrados fueron llamados de apuro y se negaron y unos pocos salieron más empoderados. El Presidente tenía una mezcla de sentimientos, todos negativos. El cóctel incluía fastidio, desánimo e impotencia.
(Lea también: Intimidad del portazo de Luis “Toto” Caputo)
Sólo había un lugar donde la tierra no temblaba: adentro de su residencia. Ahí estaba Juliana para mostrarle que no estaba todo tan mal como parecía.
Macri se sinceró: no le encontraba la vuelta. Y fue allí, tras los consejos de su esposa, que decidió que había que apelar a su discurso más humano que el que venía usando desde que llegó a la Presidencia. A pesar de que en su entorno más íntimo la opinión general decía que no debía arriesgar su imagen otra vez, antes de la apertura del mercado. Mauricio nombró por primera vez “la crisis”, que hasta allí era denominada “tormenta”. “Fueron los peores cinco meses de mi vida después de mi secuestro”, dijo el lunes 3 de septiembre apelando al sentimentalismo. Mal no le fue.
“Macri suele bajonearse cuando no le salen las cosas”, comenta un ex funcionario que sigue estando cerca del Gobierno. “Creo que subestimó la Presidencia: creyó que era cien veces más difícil que la Ciudad, pero era mil veces eso”, agrega. Ahí es donde Awada entra en acción. Su optimismo ciego le levanta el ánimo y su ambición de poder lo sostiene y lo arenga.
(Lea también: La delicada salud de Franco Macri)
La “Hechicera” es capaz de controlar todo desde Olivos. No necesita dar entrevistas, ni le agrada ser objeto de notas: “La verdad, yo no sé por qué se ensañan conmigo”, dice a su entorno cuando se entera que será tapa de NOTICIAS otra vez. La contra de ser una de las mujeres más poderosas de Argentina.
Agendas. Macri y Juliana viajaron juntos a Nueva York, el 24 de septiembre, pero volvieron separados. La agenda de la primera dama continuó aún después de que el Presidente hubiese regresado al país.
En la Gran Manzana no se vieron mucho más que por las noches en el lujoso hotel de la Quinta Avenida, The Langham. Apenas compartieron un puñado de actividades: el cóctel del presidente norteamericano Donald Trump; la entrega del premio Global Citizen a Macri, donde el presentador nombró a Awada y la reconoció “por el apoyo y la promoción de los artistas argentinos”, y cuando el Presidente habló en la Asamblea de la ONU. Ella estuvo sentada muy cerca. Luego se dedicó a su propia agenda de género, que se extendió a Argentina.
(Lea también: Alejandro Awada: el hermano deprimido de la primera Dama)
Ese rol le sienta a la perfección. Es refinada, elegante, habla inglés y francés con fluidez y sabe agradar. Frente a otras primeras damas se siente como pez en el agua.
En el Gobierno hay un secreto que nunca había sido filtrado. Una vez, hace no tanto tiempo atrás, Juliana fue medida en encuestas reservadas. En su entorno descartan que pueda ser candidata, pero no estaba de más saber cuál era la percepción de la gente sobre la primera dama. Tan delicado fue el asunto, que no afrontó la tarea el equipo del asesor estrella Jaime Durán Barba, sino que se contrató a Isonomía, una consultora externa. “No la medimos porque no es política. Y naturalmente entendemos que hay zonas más delicadas que otras, como la familia”, dicen en el entorno del gurú de Cambiemos.
“No estaba tan mal. Tenía una buena imagen, pero un altísimo nivel de desconocimiento”, asegura un funcionario que tuvo la encuesta en la mano. Nadie supo ni quiso preguntar el motivo de aquella medición. “Juliana candidata no fue nunca una opción”, dice el mismo dirigente. Pero no se sabe lo que el futuro puede deparar.
Su imagen puede ser importante en el 2019, donde el perfil femenino será dominante en la elección presidencial. La figura de Cristina Kirchner tendrá un rol protagónico, tanto como la de María Eugenia Vidal. La primera dama tiene que estar preparada.
Si bien no es funcionaria, Awada tiene su propia comunicación. Y en muchos ministerios coinciden que su gente es de lo más exigente de Cambiemos. Cada foto que se publica de la primera dama tiene que pasar por el filtro de su vocera, María Reussi. Más de un jefe de prensa ministerial se comió un reto por haberse mandado a publicar sin su consentimiento. Una mala cara, un gesto inoportuno o la ropa desalineada son motivos suficientes para el enojo. “Te llaman por esas boludeces cuando el país está como está”, protestan en off.
Es que la imagen de Juliana es todo. Su comunicación se reduce casi en exclusividad a un apartado en la página oficial de la Casa Rosada y a su cuenta de Instagram, donde la siguen más de un 1,1 millón de usuarios, muchos más que a Macri, María Eugenia Vidal, Cristina Kirchner o cualquier otro político. Sólo es superada por la actriz Isabel Macedo, que arrastra más popularidad por su trabajo que por ser la primera dama de Salta.
En su red social, Juliana deja ver, además de sus múltiples recorridas por comedores y barrios humildes, algo de la intimidad de la familia presidencial. Un domingo junto a su marido, un juego con Antonia o una imagen desayunando frente a un inmenso ventanal en su quinta Los Abrojos.
Awada vende un producto aspiracional para los votantes de Cambiemos. Es elegante, pero simple. Fina por naturaleza y educación. Pero su perfil chic puede resultar nocivo en épocas de crisis. “La foto de ella desfilando frente a la entrada de la ONU en Nueva York, o esa en la que muestra su desayuno en Los Abrojos, no caen bien ahora”, dicen cerca de un ministro.
Lo que al principio de la gestión eran puras loas, ahora molesta entre los que deben bajar al territorio y aguantarse los reclamos sociales. Hay fotos que irritan.
Círculo rojo. Entrar al mundo de Mauricio y Juliana tiene sus beneficios. Porque el Presidente y su esposa comparten mucho más que la relación laboral con gran parte de sus ministros.
Awada tiene una relación muy estrecha con Carolina Stanley, la ministra de Desarrollo Social. La considera una par y la elige como compañera de recorridas desde que Macri era jefe de Gobierno porteño. La ministra elige un par de lugares humildes, casi siempre en el Gran Buenos Aires, y allí marchan juntas, al menos una vez por semana. Tienen un perfil similar, orígenes parecidos e intereses comunes. Un combo completo.
Javiera, la mujer del ministro de Transporte, Guillermo Dietrich, pertenece a su círculo íntimo. Con ella practica natación en la pileta del paquetísimo Palacio Duhau y hace zumba y tenis en la Quinta de Olivos y Los Abrojos. Con la esposa del ascendente ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, también son amigas. Y sus hijos van al mismo colegio.
No corrió la misma suerte, por ejemplo, la periodista Nancy Pazos, que era la mujer del ahora vicejefe de Gobierno porteño, Diego Santilli. A Awada nunca le cayó bien su perfil contestatario e irreverente. Tiempo después, el funcionario la terminó cambiando por la modelo Analía Maiorana, quien sí tenía la bendición de Juliana porque era su amiga. Pasó el filtro.
Ese grupo selecto, junto a otros amigos, tiene acceso total a la familia Macri. Van a hacer deportes a la quinta privada del Presidente y se quedan a merendar o a cenar allí. “Juliana atiende a todos. Es quien tiene el manejo absoluto de la situación”, dice uno de los participantes habituales de las tertulias. Allí no se habla de política: es el terreno sagrado para desintoxicar al Presidente de los problemas que le genera la gestión. “Nosotros buscamos ayudar a que se distienda”, completa la misma fuente, que revela la última ocupación de Macri ajena al trabajo: pelotear con Antonia para que aprenda a jugar al tenis.
La familia de Awada tuvo que adaptarse a la alta exposición. “No cambia en el día a día, pero sabés que hay riesgos”, dice a NOTICIAS uno de los integrantes del clan. De hecho, creen que por eso tomaron visibilidad dos denuncias que intentaron manchar las marcas de ropa de la familia. En una, sobre trabajo esclavo en talleres ilegales, fueron sobreseídos. En otra, de contrabando textil en contenedores, perjuran que ni siquiera fueron notificados por la Justicia. La causa, señalan, era contra los importadores, no contra ellos. Pero no protestan: “Son los costos de levantar el perfil, se soportan”.
La jefa de la familia Awada es “Pomi”, la madre de Juliana. Ella es a quien recurren sus hijos en los malos momentos. Así lo hizo Alejandro, el actor (ver recuadro), y lo hace Juliana cada vez que necesita un consejo. “Pomi” es su confidente. El pilar en el que se apoya el sostén de Macri.
Ayer nomás. Juliana mostró todo su carácter en las elecciones presidenciales del 2011. Macri, entonces jefe de Gobierno porteño, estaba predispuesto a candidatearse para las presidenciales. Pero murió Néstor Kirchner y produjo un cimbronazo en la política nacional. “No es el momento. No hay forma de competir con una viuda”, dijo Durán Barba. Y el político lo entendió. Cuentan en su entorno que a quien más costó convencer fue a Awada, que ya soñaba con el rol de primera dama.
“La Turca”, como la apodaban a sus espaldas los funcionarios, tuvo otra muestra de su influencia cuando consiguió que su marido eligiera a su amiga Gabriela Michetti como compañera de fórmula. Durán Barba tenía a Marcos Peña como su predilecto para captar el voto joven, pero el trabajo fino y hogareño de Juliana consiguió que el entonces candidato se decidiera por una vice mujer. El funcionario, que luego sería ungido como jefe de Gabinete, se enteró media hora antes del anuncio. El gurú, directamente por los medios.
La esposa del Presidente dio sobradas muestras de ser su motivadora. Pero en plena crisis de confianza, luego de tantos traspiés, su rol creció. Es quien lo recibe cada noche, cuando el primer mandatario llega ofuscado. “Es su sostén emocional, quien lo escucha, lo apoya y lo cuida” dicen, algo románticos, en el entorno de la primera dama.
La presidencia del G20 es una oportunidad única para que despliegue todo su expertise. Awada está preparada para ejercer el rol de anfitriona ante los mandatarios de los países que dominan el mundo. Es el lugar que le queda cómodo, que le gusta y por el que siempre peleó. Por todo eso, no va a dejar que Macri pierda el control del timón en el medio de la tormenta. En su cabeza, hay macrismo para rato.
Comentarios