El dólar acababa de cerrar a casi 45 pesos este miércoles 27 de marzo y un ministro de la constelación con la que el PRO gobierna la Nación, la provincia y la ciudad de Buenos Aires admite mientras succiona el mate: “Miedo a perder no tengo, tengo preocupación, mucha, pero desde hace rato”. Aunque el jefe de Gabinete y de campaña, Marcos Peña, cumpla con su obligación de mostrarse siempre optimista, tanto respecto de las perspectivas electorales como de la evolución de la economía, el temor, un sentimiento tan humano y del que nadie debería avergonzarse, recorre los corazones de altos funcionarios amarillos. Algunos de ellos se resisten a pronunciar la palabra miedo, quizás porque lo vinculan a cobardía. Prefieren hablar de preocupación.
“Las posibilidades de ganar se reducen o acrecientan de acuerdo con lo que pase con la economía y, en especial, con el dólar”, analiza el ministro de la yerba. Es que la apreciación de la moneda norteamericana impacta en una inflación que antes del último salto los bancos y consultoras ya calculaban entre 33% y 40% anual y que ahora cifran entre 35% y 42%. Pero el ministro aclara: “Pese a la situación económica, aún no nos sacaron de la cancha. Hay un empate técnico con Cristina en la segunda vuelta, ni a palos vamos a caer al tercer puesto”. Cita encuestas, aunque previas a la nueva devaluación del peso y su previsible impacto en alimentos, energía y demás rubros.
Otro ministro PRO admite que desde hace un mes, los sondeos indican por primera vez que Cristina Kirchner vencería a Mauricio Macri en un ballottage, aunque por uno o dos puntos. Es decir, la brecha se ubica dentro del error estadístico de cualquier encuesta. Puede inclinarse para un lado u otro. “Siempre hay miedo a perder”, admite. “Lo que tenemos a favor es que, pese a la economía, Mauricio sigue siendo competitivo. La elección es en siete meses. A esta altura de 2017, también temíamos que Cristina ganara la elección a senador. Tenemos confianza de que la situación económica y la política se pueden revertir. También pueden empeorar”, reconoce por llamada de WhatsApp, que se supone menos susceptible de interferencias de inteligencia ilegal, en tiempos de espionaje pirata a María Eugenia Vidal.
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“Si la inflación no baja en dos meses a menos del 1% mensual y sigue la parálisis de consumo, es difícil ganar, salvo que la gente perciba que los otros son muy malos”, soltó un tercer ministro. “Si seguimos como ahora, con tarifazos, vamos camino a la derrota. La esperanza del Gobierno es que baje la inflación y las paritarias recompongan el consumo, pero por ahora no hay indicios en la calle de que eso vaya a pasar. La perspectiva es una inflación del 4% en marzo y 3% en abril”, conjeturó desde el celular de su secretario, un día antes de que el dólar rozara los 45.
Más de uno en Cambiemos reclama que es hora de un poco de heterodoxia. ¿En qué, si el FMI limita el margen de acción? “Podrías darles a las transportadoras y distribuidoras de energía menos tarifa de la que piden, ya ganan mucho”, ejemplifica un ministro. Un poquito lo habrá escuchado el secretario de Energía, Gustavo Lopetegui, que pensaba subir este abril 30% la factura del gas, pero, pese al reclamo de un 35% de las empresas, les acabó dando un 29%.
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Núcleo duro. Las voces de alerta incluso se cuelan en la mesa chica del Presidente, la que integran Peña, el ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, el consultor Jaime Durán Barba, Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, dos que han vuelto a sumarse al cónclave en las últimas semanas de inquietud preelectoral. Si antes los únicos que pedían aflojar con el ajuste eran los del ala política de Cambiemos, representada por el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó, y el ministro del Interior, Rogelio Frigerio, ahora el debate penetró en la mesa chica.
“No quieren entender que con un ajuste de este tamaño es imposible ganar unas elecciones”, dice en su particular tonada un altísimo estratega macrista –en realidad, el más alto de todos–, que mastica dudas por el rumbo, la “dureza” de las convicciones y la falta de practicidad para esperar hasta octubre para seguir con las reformas económicas. “Si sigue mal, la economía puede hacer la diferencia que nos termine haciendo perder”, lamenta la misma fuente.
Hay, igualmente, tanta confianza en el candidato y en la mesa chica, que ni siquiera evalúan un Plan V, de Vidal presidenta. Ese es sólo el sueño de algunos funcionarios bonaerenses que, temerosos de que la gobernadora sea arrastrada fuera de la gobernación por la caída de imagen del jefe de Estado, abogan por instalar en abril la discusión de bajar la postulación de Macri.
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El índice de confianza en el Gobierno que elabora la Universidad Di Tella –y que para muchos observadores es el único indicador sin contaminación de consultores pagos por políticos– se encuentra en el menor nivel desde que comenzó la administración Cambiemos. Sin embargo, es mayor que la que despertaba la gestión de Cristina Kirchner en 2008 –cuando el conflicto del campo–, 2009 –cuando Néstor Kirchner perdió contra Francisco de Narváez la elección a diputado– y 2014 –año de la devaluación del peso en pleno cepo cambiario–.
Por supuesto que Macri también está rodeado por optimistas, ninguno ingenuo, aunque algunos más moderados que otros. Peña encabeza el equipo de la esperanza, y el Presidente y todos los cambiemistas, incluso los que lo detestan, se encomiendan a él. Es que junto con Durán Barba lo llevaron a Macri a la victoria impensada de 2015 y al triunfo de un candidato gris como Esteban Bullrich sobre Cristina Kirchner en 2017. En ambas conquistas, Vidal jugó un papel clave.
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Claro que a veces Peña suena alejado de la realidad. Por lo menos a los oídos de los banqueros que lo vieron en los últimos días. “Marcos necesita mostrarse optimista, es su estrategia, pero sus comentarios parecen divorciados de la realidad, la gente no le cree”, lamentaba uno de los que compareció a escucharlo. Otro operador financiero, que tenía una audiencia en la Casa Rosada mientras el dólar escalaba a 45, confesaba en una sala de espera: “Hoy tuve récord de gente llamándome para sacar la guita afuera”.
El sentimiento del banquero se asimila al del presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), Miguel Acevedo, que compartió mesa con Dujovne en la cena de recepción a la reina de Dinamarca, el 19 de marzo, según un testigo del encuentro. “Ya empezó la recuperación en este primer trimestre, vas a ver”, le soltó Dujovne, para incredulidad del líder de una industria que opera a casi la mitad de su capacidad productiva, a un nivel que no se registraba desde 2002.
Escépticos. Vidal y Rodríguez Larreta no comparten el mismo optimismo que Peña y Dujovne, pero, con todo, aún confían en vencer. El 27 de marzo, en la reunión de Gabinete que todos los miércoles encabeza el jefe de Gobierno porteño en Parque Patricios, un secretario se animó a preguntar por las perspectivas electorales con un dólar que abría la sesión en alza. Su tono de voz develó duda, temor. Larreta se puso firme, como cuando los periodistas le hacen preguntas incómodas: “El objetivo son las tres reelecciones y vamos por ellas”.
Otro mensaje recibieron quince jóvenes del PRO que visitaron hace pocos días a un alto dirigente del partido en su casa para charlar de la campaña que viene y de los posibles escenarios que se plantearán. El anfitrión les soltó: “Vayan preparándose para el llano”. Los jóvenes se sorprendieron. Pero al dirigente le parecía mejor anticiparse y que una eventual derrota no los tomara desprevenidos. “Es que muchos de esos chicos son empleados públicos desde hace diez o doce años. Para algunos, es el único trabajo que tuvieron”, aclara el organizador de la reunión, pero hace una salvedad: “Por suerte son preparados, muchos con títulos universitarios. Por eso no les va a costar insertarse en el mercado”.
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En las oficinas porteñas que sobre la Avenida del Libertador y Suipacha usa Vidal desde hace meses, uno de sus más estrechos colaboradores reflexiona: “Mucha gente en el frente interno, ante las condiciones objetivas de la economía, la proliferación de encuestas y los comentarios políticos en los medios, se suma a un clima de que la elección parece perdida. Pero falta la campaña, saber quiénes serán los candidatos opositores y que la gente se vea ante el momento de decidir”. El vidalista admite que la inflación bajará poco y que la economía llegará parecida a la actualidad a los comicios, pero, a diferencia de otros altos funcionarios, considera que el bolsillo no será la única motivación para determinar el sufragio.
“La gente valorará que el Presidente sostiene el rumbo del déficit cero pese a las dificultades”, elucubra. Cita a Peña, que reclama “templanza” a la tropa. “La gente valora la construcción de institucionalidad y gobernabilidad. Es el primer presidente no peronista que termina su mandato desde 1928. Puso al país en una senda distinta. Y por supuesto también nos votarán por las obras: se pensaba hacer mucho más, el ajuste impidió nuevas obras, pero se terminarán las empezadas”, enumera argumentos para convencer al votante.
Macri planea inaugurar casi 1.000 obras. Larreta planeó en 2016 que en todos sus proyectos se cortaran cintas en 2019. Vidal buscará el voto cloaca. De hecho, pese a que la pobreza multidimensional –medida por diversos factores, no sólo ingresos, por la Universidad Católica Argentina (UCA)– subió en la Argentina del 26% en 2017 al 31% en 2018, la cantidad de personas sin cloacas cayó del 33% en 2015 al 29% el año pasado. En el primer gobierno de Cristina Kirchner también bajaba, desde el 38% en 2010 –cuando comenzó la medición de la UCA– al 34% en 2011, cuando fue reelecta.
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Peleas. En los gobiernos de Vidal y Larreta hay broncas porque los envíos de fondos para obras se ralentizan y los gastos de campaña se concentran en la elección nacional. En la Casa Rosada reina el fastidio cuando se enteran de que el jefe de Gobierno porteño cultiva su histórica relación con Sergio Massa, se sigue llevando bien con el neoperonista Marcelo Tinelli y se toma un café este 25 de marzo con Marco Lavagna. “Estamos discutiendo con el padre y Horacio va y lo recibe al hijo, es insólito”, se quejan en la Nación.
“Acá se nota lo que le duelen a Mauricio las críticas de Lavagna: salta como leche hervida, porque sangra por su gran herida, que es la economía”, responden en la ciudad. En el entorno del ex ministro de Economía de Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner niegan que el encuentro haya tenido que ver con posibles alianzas sino con leyes en debate en el Congreso. También desmienten que Carlos Melconian, ex presidente del Banco Nación con Macri, se haya sumado a sus filas.
Nunca antes se percibió tanta tensión en el PRO. Ni entre este partido debutante en el gobierno con su socia UCR. Ni dentro del radicalismo, que en su próxima convención de abril definirá los pasos a seguir. El mismo día en que el dólar acariciaba los 45, en un evento social se cruzaron uno de los dirigentes que coquetea con Lavagna y una de las espadas radicales de Cambiemos. El primero le insistió con que Cambiemos no es el lugar adecuado para la UCR. “El que dice que el radicalismo no está inserto en la coalición no tiene idea de qué está hablando –le respondió el oficialista a ultranza–. Ustedes no la terminan de entender. El grueso del partido no se quiere ir de Cambiemos. Si querés que hagamos un acuerdo, sumate, y después de octubre lo hacemos, lo discutimos. No te quedes en el siglo pasado”.
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El clan. Los chisporroteos incluyen la vida familiar de Macri después de la entrevista que le concedió el 17 de marzo a Luis Majul, en la que reconoció: “Lo que hizo mi padre era un delito, él formaba parte de un sistema extorsivo kirchnerista en el que para trabajar había que pagar”. Tanto Franco Macri como su hijo Gianfranco habían sido citados a declaración indagatoria en la causa cuadernos. Por eso este último se molestó con su hermano Presidente. “¿A vos te parece que nos meta de cabeza en semejante quilombo para que lo reelijan a él?”, le dijo Gianfranco, indignado, a un gerente de confianza.
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Pero más allá de las discusiones, en Cambiemos nadie se da aún por derrotado. Y no lo hacen porque saben que su rival es Cristina Kirchner, sobre quien pesa una amplia imagen negativa. Claro que si a fines de 2018, ella sumaba un 63% de rechazos y él, un 46%, ahora la ex presidenta tiene un 55% y su sucesor, un 63%, según un sondeo reservado de Isonomía, la encuestadora más contratada por el Gobierno. Esta consultora prevé que en unas hipotéticas primarias en agosto Cristina obtenga un 28%; Macri, un 27%; Lavagna, cada vez con mayor apoyo de las grandes fortunas de la Argentina, un 14%, y sus rivales internos Sergio Massa y el gobernador salteño Juan Manuel Urtubey, un 8% cada uno. En las generales de octubre, la ex presidenta subiría a 31%; Macri, a 29% y Roberto Lavagna, al 20%. En noviembre, en segunda vuelta, Macri tendría 42%; CFK, 39%, y el 19% de indecisos, entre los que genera más repulsa el líder del PRO (82%) que la de Unidad Ciudadana (72%).
“Con estos números ni Macri ni Cristina se bajan de la pelea”, comenta un ministro amarillo. Claro que esta es la foto de marzo y falta la película hasta agosto. Hace cuatro años, para esta época Macri comenzaba a desplazar a Massa, el líder del Frente Renovador, del segundo puesto. Ahora él corre con la ventaja y la desventaja de ser gobierno. Tiene el aparato para hacer, pero también carga con la responsabilidad de manejar una crisis que tiene un termómetro, el “verde”, el dólar, esa pasión argentina.
por Carlos Claá, Alejandro Rebossio, Juan Luis González
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