Los beneficios de quien comienza a hacer ejercicios en la madurez, a partir de la cuarta década de la vida, son semejantes a los alcanzados por quienes entrenan desde la adolescencia. Es tan eficaz enfocarse en la actividad física en la juventud o un poco más tarde, en especial en lo que se refiere a la protección contra algunas de las enfermedades y dolencias con mayor incidencia de mortalidad, como los trastornos cardiovasculares o los distintos tipos de cáncer.
A esta conclusión llegó un estudio hecho sobre la base de 315.050 estadounidenses que fueron seguidos y analizados desde los primeros años de la década de los ’90. El trabajo fue realizado por los Institutos Nacionales de Salud (NIH) y publicado en la revista JAMA Network Open. De acuerdo con el relevamiento, los hombres y las mujeres que comenzaron a ejercitarse de manera regular entre los 40 y los 61 años presentan una reducción del 43% en el riesgo de morir por enfermedades cardiovasculares y del 16% en el caso de los tumores malignos. Las tasas son semejantes, casi idénticas, en relación a aquellos que practicaron deportes desde los 15 años.
Ya a partir de la realización de dos horas semanales de actividad física moderada hay resultados positivos, y esto se corresponde con alrededor de veinte minutos diarios de caminata rápida, bicicleta, musculación y danza, por ejemplo.
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Evolución. Los investigadores aún no lograron identificar con un ciento por ciento de certeza los mecanismos que llevaron a los resultados observados, pero una hipótesis los guía: la capacidad de regeneración celular que tiene una persona, aún cuando ya no sea un adolescente. El ejercicio regular actúa como un disparador para el metabolismo, estimulando la renovación de las defensas naturales del organismo.
El envejecimiento está determinado por una cascada de acontecimientos que afectan a diferentes estructuras del cuerpo, en veloz desaceleración. La presión arterial, el colesterol y la acumulación de grasa aumentan. Las arterias pierden elasticidad y se tornan más susceptibles a los daños provocados por el flujo sanguíneo.
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La capacidad de renovación de las células disminuye, y eso exige que los músculos, incluyendo al corazón, y que los pulmones hagan más esfuerzo para desempeñar sus funciones. También el sistema inmunológico es afectado: la actividad física elimina las estructuras celulares que reducen la producción de energía con el envejecimiento, y estimula el surgimiento de nuevas cadenas restauradoras. Todos estos beneficios se mantienen siempre y cuando la actividad sea continuada y no realizada de manera meramente ocasional.
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