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EN LA MIRA DE NOTICIAS | 20-05-2019 09:52

Por qué la “fórmula renunciamiento” de Cristina podría no ser definitiva

La supuesta jugada genial de la jefa K todavía tiene que pasar varios filtros de factibilidad, que empiezan a activarse esta semana.

La bomba de fragmentación arrojada por Cristina este fin de semana estaba pintada, paradójicamente, con los colores de la unidad. Pero en el peronismo que mamó la aprendiz de Kirchner en sus años juveniles, esas paradojas son apenas otra forma de la sinceridad. En eso hay acuerdo, como es habitual, a ambos lados de la presunta “Grieta”: Ella avisó, en la Feria del Libro, que estaba inspirada en el modelo del Perón setentista, con Gelbard como símbolo de un utópico contrato social; del otro lado, interpretaron la propuesta electoral de CFK como una reversión farsesca de “Cámpora al Gobierno, Perón al poder”.

Parece un abismo ideológico insalvable entre ambos bandos, sin embargo, lo que se ve es coincidencia conceptual. Tanto entendimiento hay entre la cosmovisión de Cristina y la del establishment anti K que, no casualmente, el candidato presidencial del neocamporismo terminó siendo Alberto Fernández, un político sin territorio ni votos propios, pero con mucho diálogo con el “círculo rojo” que supuestamente le teme tanto a la Señora.

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Esa bomba que lanzó Cristina, aunque amigos y enemigos se apuraron a calificar de movida genial, todavía no mostró sus efectos finales como para dar por concluida la guerra: aún no se sabe si será Pearl Harbour o Hiroshima. En el medio falta conocer la reacción de algunas variables claves. Los mercados, por ejemplo: si explotan negativamente, el tóxico factor CFK no podrá camuflarse con su gesto de –relativa- generosidad; si por el contrario, muestran calma, ese panorama tranquilo podría darle aire a la machucada candidatura macrista.

Mañana comienza el juicio oral que tanto ruido hizo la semana pasada por la paradójica intervención de la Corte, que acaso apuró el salto al vacío de Cristina: habrá que ver si su “paso al costado” electoral servirá para neutralizar la imagen negativa de la Jefa compartiendo banquillo con sus incinerados exfuncionarios. El miércoles se reabre el debate en Alternativa Federal, donde la bomba de fragmentación de CFK podría potenciar el ímpetu anti K de algunos líderes, despejando el camino hacia el liderazgo unificado del “peronismo racional” si, por ejemplo, Massa termina abducido por sus interlocutores de La Cámpora. Y finalmente, queda el veredicto de las encuestas, acaso el más importante y decisivo para conocer el acierto de la fórmula Fernández-Fernández, e incluso su vigencia hasta el aún lejano cierre oficial de listas y candidaturas.

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No hay que olvidar los efectos adversos que tuvo en los votantes de 2015 la decisión de Cristina de poner garantes ultra K en lugares demasiado visibles de la oferta electoral: Aníbal Fernández en Provincia, Carlos Zannini como vice vigilante de Daniel Scioli. La fórmula 2019 sigue oliendo a aquel error, como una receta invertida con ingredientes parecidos: digamos que Alberto funcionaría, para el votante moderado y el establishment, como un Presidente K aunque “portador sano” (como bromeó alguna vez Aníbal F.); y el lugar de garante que el kirchnerismo se asegura vuelve a estar en la vicepresidencia, antes Zannini, ahora la mismísima Cristina.

La diferencia es doble. 1) Los argentinos ya conocen el truco y el peronismo hoy sabe que la maniobra “genial” puede ser vencida en las urnas. 2) Aquella vez Cristina no podía ser candidata presidencial (aunque sí a otros cargos, que optó no tomar), pero ahora sí, y resignar esa chance valdría moralmente como un “renunciamiento” a lo Evita, tratan de instalar sus seguidores. Recordemos, ya que estamos en tiempos de revisionismo justicialista, que el renunciamiento de Evita fue menos un gesto de grandeza que el reconocimiento de una imposición de las circunstancias. Como le pasa hoy a Cristina, entrampada por el cerco judicial, el techo de su imagen negativa aún firme, y la voluntad de varios caudillos peronistas de sentarse de una vez por todas ante la torta del poder y no debajo de la mesa para agradecer las migas que les tiraban durante “la década ganada”.

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Forzada por las circunstancias, Cristina hace gala de su habitual resiliencia y da vuelta el tablero para forzar una negociación con el peronismo amplio, no ese que se sacó la foto de módica unidad en la sede del PJ. Aquella visita de CFK fue el equivalente del llamado al diálogo del Gobierno: un posteo en Twitter para ganar tiempo, pura “work in progress”. ¿Qué peronista con poder autónomo, no dependiente del kirchnerismo, se va a tragar la pipa de la paz que les tiende Cristina, con la dudosa generosidad de conservar para sí toda la fórmula presidencial, con ella como vice y al frente del Senado con fueros, y con su jefe de campaña en un rol que ya la prensa internacional –la que leen muchos tenedores de activos argentinos- califica de títere cristinista? No hay respuesta clara todavía. Y para cuando la haya, quizá todavía quede tiempo, acaso un par de horas, para que Cristina –o Alberto- hagan otro renunciamiento, uno más doloroso, y por eso más creíble en una mesa de negociación. Será probablemente al mismo tiempo en que, del otro lado de la Grieta, la alianza Cambiemos también negocie definitivamente, a cara o cruz, su propia fórmula de unidad, con “renunciamiento” incluído.

Y si no hay renunciamiento coordinado entre Cristina y Macri, los argentinos tendremos que transitar uno de nuestros peores años electorales y económicos con dos candidatos presidenciales débiles o, para decirlo a la moda, “desempoderados”. Paciencia.

*Editor ejecutivo de NOTICIAS.

por Silvio Santamarina*

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