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OPINIóN | 18-10-2019 12:17

Cuál será el futuro de Cambiemos

El Presidente fantasea con convertirse en el jefe de la oposición al kirchnerismo.

Alentado por lo que sucedió en Mendoza y por las manifestaciones de apoyo que está recibiendo en distintos puntos del país, Mauricio Macri todavía se cree capaz de revertir los resultados de las PASO de agosto y, para asombro de los panqueques, escépticos y resignados que están procurando adaptarse a lo que suponen inevitable, forzar el balotaje para entonces derrotar a Alberto Fernández en el partido final del larguísimo torneo electoral.

Puede que sólo sea cuestión del sueño de un hombre que a menudo brinda la impresión de estar más interesado en las hazañas deportivas que en las políticas, pero le ha infundido optimismo el que tantas personas parezcan aún menos dispuestas que muchos integrantes de la coalición gobernante a dar por descontado que el futuro será irremediablemente peronista, cuando no kirchnerista, y que negarlo carecería de sentido.

¿Cuántas son? Es imposible saberlo, pero acaso el 35 por ciento de la población, quizás más, aún prefiere el oficialismo actual a cualquier alternativa peronista. Quienes piensan así no creen que la corrupción de la era K sea un mito fabricado por medios mentirosos –sería una auténtica obra maestra del género–, no confían en la capacidad de Alberto y compañía para reavivar una economía moribunda, no quieren que la Argentina termine como Venezuela y temen que, de agravarse mucho más la situación social, resurja la guerrilla urbana.

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En muchos países, el nivel de apoyo conservado por Macri sería más que suficiente como para servir de base para un gobierno estable. Según medios internacionales prestigiosos, el joven Sebastian Kurz “arrasaba” al ganar “cómodamente” las elecciones austríacas con el 37,2 por ciento de los votos. En Portugal, fue considerado más que satisfactorio para el gobierno el 37,14 por ciento que permitirá que retenga su cargo el primer ministro, Antonio Costa, cuya gestión, más gradualista que la de sus antecesores conservadores, nadie caracterizaría de populista. Claro, en Europa los sistemas políticos son distintos del imperante aquí, pero en la mayoría de los países democráticos escasean los gobiernos que en las elecciones se acercan a la mitad más uno de los votos.

Aunque de acuerdo común sería desastroso el legado económico que dejaría Macri si, como se prevé, pierde frente a su contrincante, conforme a las pautas de la mayoría de los países, el político sería muy valioso. Por cierto, sería un error suponer que no logró nada en su carrera política; siempre y cuando se consolide la fusión bajo su liderazgo del Pro, el radicalismo y la Coalición Cívica de Elisa Carrió, para formar Cambiemos, habrá modificado de manera muy positiva el panorama político nacional al brindar a los comprometidos con ciertos principios imprescindibles en una democracia la posibilidad de sumar fuerzas, algo que no podían hacer antes merced a la fragmentación de lo que sería legítimo calificar del voto anti-populista o, si se prefiere, republicano, que durante décadas fue la regla en el país.

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¿Sobreviviría Cambiemos, Juntos por el Cambio o lo que se llame después de las elecciones a una derrota contundente en las urnas? Por el previsible pase de facturas que siguió a las PASO, los hay que creen que sufrirá el destino de la Alianza que, después de la caída del gobierno de Fernando de la Rúa, se hundió sin dejar más rastro que la noción de que sean malas las coaliciones de tal tipo. Algunos radicales siempre se han quejado amargamente del protagonismo del PRO porteño y “neoliberal” cuyos operadores, a diferencia de ellos, no entendían nada de política, mientras que los partidarios más fervorosos de Macri han sospechado que sus socios son casi tan populistas como los peronistas y que, por motivos principistas, son reacios a tomar en serio los problemas económicos que tanto daño han hecho al país.

De más está decir que el blanco de muchas críticas es Macri mismo. Sus adversarios internos lo ven como un piantavotos sin carisma, un insensible que desprecia a los pobres, un egoísta que sólo pensaba en sus propios intereses cuando privó a María Eugenia Vidal de lo que hubiera sido un triunfo seguro en una elección provincial desdoblada y de tal modo despejó para los kirchneristas el camino del regreso al poder. ¿Son justos tales reparos, o sólo son expresiones de la idea de que haya una distancia insalvable entre los nacidos ricos y el grueso de la población del país? Puesto que aquí la reputación colectiva del empresariado es casi tan mala como la de los políticos, sindicalistas e integrantes de la familia judicial, es comprensible que muchos se regodeen del fracaso económico del “gobierno de los CEOs” de Macri.

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De todos modos, ya ha comenzado la batalla de la sucesión del trono como líder de Cambiemos que está ocupado por el presidente actual. A ojos de muchos, Macri es una figura divisiva cuya terquedad ya les ha costado demasiado. Será éste el veredicto del gobernador mendocino Alfredo Cornejo, el gran arquitecto del triunfo en las elecciones provinciales de su correligionario Rodolfo Suárez, que nunca ha ocultado su escaso aprecio por las dotes políticas de Macri. Como muchos otros, cree que un gobierno más amplio, es decir, menos dominado por el Pro, que el de Cambiemos, hubiera logrado vender mejor un programa económico inevitablemente antipático, ahorrándose así un revés sumamente doloroso.

Como es natural, Macri quiere continuar siendo el jefe absoluto de la coalición que desde hace cuatro años maneja, pero no puede pasar por alto la opinión de sus socios. También es vulnerable a los argumentos de los que sostienen que las personas, o sea, él, importan menos que el conjunto. Por lo tanto, una vez tranquilizados los ánimos después de las elecciones, les convendría a todos que la coalición celebrara una primaria auténtica en que medirán fuerzas Macri y presuntos rivales como Vidal, Horacio Rodríguez Larreta y, quién sabe, el propio Cornejo.

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Si bien el país no está acostumbrado a que los conflictos internos se diriman amablemente, sería bueno que la coalición hiciera tal aporte al cambio cultural que aspira a promover para que, en los años siguientes, hubiera una oposición a un tiempo amplia y coherente, ya que de otro modo, sin el aglutinante del poder, Cambiemos correría el riesgo de dispersarse. Al fin y al cabo, a esta altura parece innegable que un motivo del fracaso histórico de la clase política argentina ha sido la propensión de demasiados integrantes a hacer rancho aparte, formando sus propios minipartidos, en lugar de conformarse con un papel subordinado en uno mayor, como hacen sus homólogos de países mejor gobernados.

Cambiemos ya cuenta con un conjunto de ideas y principios razonables; encarna algo que sea mucho más firme que un mero sentimiento. Aunque por ahora cuando menos, sus dirigentes serán reacios a apoyar las medidas económicas tomadas por Macri, merecen ser reivindicados otros aspectos de su gestión. La voluntad de permitir que la Justicia se encargara de la corrupción sin que la Casa Rosada le diga lo que debería hacer, el compromiso firme con la libertad de expresión, el pluralismo, el respeto por el federalismo y los intentos de despolitizar la asistencia social, una política exterior orientada a insertar la Argentina en la comunidad democrática occidental, entre otras cosas, necesitarán ser defendidos vigorosamente en los próximos meses y, tal vez, años, ya que en el aglomerado cuyo abanderado formal es Alberto hay muchos personajes –uno es Cristina–, cuyos valores son radicalmente distintos que quisieran que el país se alejara del orden así supuesto.

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Por razones electoralistas, los presuntos voceros del Frente de Todos –el nombre refleja el deseo poco democrático del peronismo original de que no haya más disenso en el país–, minimizan el significado de las contradicciones que se dan entre el ala cristinista por un lado y, por el otro, la de Alberto cuyos representantes charlan cortésmente con empresarios, diplomáticos extranjeros y, desde luego, la gente del Fondo Monetario Internacional, en un esfuerzo por persuadirlos de que nunca se les ocurriría perpetrar barbaridades.

Pero sólo se trata de una tregua. Tanto los seguidores de Cristina como los peronistas “racionales” que abandonaron el intento de abrir un espacio equidistante del macrismo y del kirchnerismo por entender que el peronismo unido sería invencible en las urnas, se mantienen alerta en espera de las hostilidades que, de triunfar Alberto como la mayoría prevé, se iniciarán el día en que comience a gobernar.

La verdad es que los “racionales” tienen mucho más en común con Cambiemos que con Cristina y los suyos. Saben que el modelo económico populista y corporativista ensamblado por Juan Domingo Perón se agotó hace tiempo y que será necesario reemplazarlo por otro menos anticuado. No creen en “el relato” supuestamente épico de un país aliado con Venezuela, Cuba e Irán en una guerra santa contra el imperialismo yanqui y lo último que quieren es que se reedite los conflictos sanguinarios de los años setenta del siglo pasado.

No extrañaría, pues, que un gobierno de “racionales” y kirchneristas fracasara de manera mucho más espectacular que el de Macri y que, dentro de poco, quienes lamenten haber ayudado a poner fin a su gestión conformen mucho más que el aproximadamente 35 por ciento que sigue apoyándolo.

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James Neilson

James Neilson

Former editor of the Buenos Aires Herald (1979-1986).

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