No es un fenómeno nuevo. De hecho, el diccionario británico Collins incluyó el término “sharenting” en sus páginas en 2016. Desde entonces, sin embargo, los niños afectados por esta práctica han crecido, y los efectos son cada vez más evidentes. Nacido de la unión de “share” (“compartir”, en inglés) y “parenting” (“paternidad”), se refiere a la acción de los padres que comparten en redes sociales fotos e información sobre sus hijos. Por lo general, muchas. Demasiadas. Y ahí es donde empieza el problema. Porque si bien el “sharenting” per se no es malo, puede conducir a un mal uso de las imágenes, y un camino para el “grooming”, pedofilia, “ciberbullying” y robo de identidad, además de invadir el derecho de los niños a decidir si quieren o no ser expuestos.
El peligro de la huella digital
El tema está tan vigente que hasta lo abordó la novelista francesa Delphine de Vigan en su libro, “Los reyes de la casa” (Anagrama). En él, Mélanie Claux es una ex participante frustrada de un reality que encuentra su revancha y un camino a la fama creando un canal de YouTube en el que expone cada pequeña cosa que hacen sus hijos. Todo va bien y le reporta millones gracias a patrocinadores y visitas, hasta que una tarde su hija menor, Kimmy, es secuestrada. Es un thriller y a la vez una suerte de ensayo sobre la alienación contemporánea y la explotación de la intimidad. Y cuesta leerlo sin sentir que todo podría ser absolutamente real.
“El 'sharenting' es una obsesión digital por documentar cada momento de la vida de los hijos y obtener 'likes' por ello. Al final, es una mezcla de amor por los hijos y amor por los 'likes' en las redes sociales. Las imágenes que publicamos dejan una huella digital que se asocia a los datos personales y empieza a formar parte de la reputación de cada menor”, describe Mercedes Morera, socia y directora en Snoop Consulting PyMEs, empresa que brinda servicios tecnológicos de desarrollo, operación, consultoría de software y transformación digital.
Para la experta, es importante comprender que cada vez que subimos imágenes o videos, pasan a pertenecer al espacio público. Y que incluso si los eliminamos, no podemos estar seguros de que ese contenido no haya sido descargado. Las redes sociales pueden generar sentimientos de insatisfacción y ansiedad, desencadenados por la comparación de los propios logros con la vida de los otros que se ve en pantalla y por el hecho de que cada cosa que se publica implica la aprobación o desaprobación de los pares, generando un impacto en la conducta y la autoestima. “Las fotos que hoy subimos como una escena familiar graciosa podrían convertirse en un ancla embarazosa cuando los chicos sean grandes”, alerta Morera. La generación digital, los jóvenes entre 15 y 24 años que crecieron con el uso de las redes, son los primeros que hoy se ven afectados.
Por otro lado, el peligro del acoso y robo de datos son una amenaza obvia en estos casos. Gracias a padres que suben alegremente fotos de sus hijos, en todo momento, hay acosadores que recopilan datos que pueden ponerlos en peligro. Desde el colegio al que asisten hasta los horarios de sus actividades diarias, todo puede ser registrado con malas intenciones. Para evitar este riesto, los expertos recomiendan configurar la seguridad y privacidad de las redes, de modo que solo puedan ver el contenido aquellas personas previamente autorizadas. También, ser cuidadosos con los “passwords” y evitar claves predecibles, para prevenir un robo de cuentas e información. Y finalmente, prestar atención a lo que pueda subir el colegio, el club o cualquier otro familiar o amigo. “Cada vez que damos nuestro consentimiento a una foto, exponemos y dejamos una huella digital de los menores”, puntúa la especialista.
Una decisión a conciencia
En los casos donde más evidente se hace esta exposición es en las cuentas con más seguidores, precisamente porque el efecto se vuelve exponencial. En las de famosos y también influencers.
Mechi Manrique, autora de los libros “Martes de relato” y “Contalo con cuentos” y creadora de la cuenta de maternidad y vida cotidiana @lifeinpics_blog, trata de tener especial cuidado con la forma en que muestra a sus hijos. “Me hace ruido cuando veo cuentas con muchos seguidores y llegada que comparten cuestiones de la vida privada, tanto de ellos como de sus hijos. Desde ver a un bebé o niño pequeño que aprende a hacer pis en el inodoro o la pelela a un chico llorando desconsolado, con una madre que se tomó el trabajo de sacarle una foto en lugar de abrazarlo y acompañarlo”, analiza.
En este sentido, ella fue aprendiendo cómo manejar su propia exposición con el correr de los años, conforme los chicos fueron creciendo. Si bien al inicio compartía más, con el tiempo decidió borrar algunos posteos, sobre todo a medida que su cuenta también fue creciendo en seguidores. “Hoy elijo muy cuidadosamente qué muestro, y es una porción muy recortada de mi vida. Creo que uno puede generar buen contenido sin pasar ciertos límites”, apunta. Así, no expone cuestiones puntuales de sus hijos, sí tal vez algo gracioso o más banal, con lo que sus seguidores puedan sentirse identificados. “Tal vez no sea lo que más funcione en redes, a la gente le gusta ver lo que pasa en otras casas, pero lo elijo a conciencia”, marca.
Para Malena Bonati Zavallo, autora del libro “Jirafa no sabe cómo hacer, jirafa quiere saber” y que comparte información sobre temas de crianza, maternidad y su profesión en @malebonati, lo que sucede nace desde la buena intención, pero sin demasiada conciencia sobre lo que puede implicar. “Veo que se comparten demasiadas imágenes, demasiada información de los lugares donde viven, los colegios a los que van, los destinos de vacaciones”, sostiene.
En su propio caso, comenzó mostrando la cara de sus hijas, pero al tiempo empezó a tener dudas, y dejó de hacerlo. “La mayor tiene 13 años, este año le di celular pero no tiene Instagram, solo WhatsApp. Y le pido que no envíe fotos suyas a menos que se trate de amigas o familia, y le marco claramente que cualquier cosa que envíe ya no le pertenece, porque el otro puede usar ese contenido de una forma en la que ella no tiene control”, ilustra.
Con hijas que asisten a una escuela de pedagogía Waldorf, tiene un entorno que apoya y acompaña estas premisas, pero sabe que no es el caso de todos. Y que vivimos en una era hipertecnologizada por lo que no puede pretenderse que los chicos no sean parte. Para padres ante esa disyuntiva, recomienda pensar antes de compartir cualquier tipo de contenido, cuestionándose si realmente es necesario. “De la misma forma que nos cuestionamos qué comen los chicos o adónde van, deberíamos cuestionarnos qué compartimos de ellos. No es cuestión de echar culpas, pero cuando uno es padre tiene la obligación de preguntarse estas cosas y hacerlas a conciencia”, apunta, sosteniendo que los adultos no deberían ser tan ingenuos de pensar que todo lo que se comparte es inofensivo.
Vía legal
El sharenting lleva varios años entre nosotros, pero dada la penetración de las redes sociales de la última década, seguramente profundice sus efectos en los próximos tiempos. Es un tema tan pertinente que hasta el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos lanzó un comunicado reciente al respecto. En este, entre otras recomendaciones, sugiere leer los términos y condiciones de las redes sociales para saber qué pueden hacer con las imágenes o videos subidos, y tener en cuenta que pueden guardarse en servidores fuera de Argentina, con lo cual puede ser difícil exigir en el futuro su eliminación, ya que el pedido no estaría cubierto por la ley local.
En el primer día de clases, un padre saca una foto tierna de su hijo. Se ve el colegio, el uniforme, la expresión de entusiasmo del niño. Emocionado, el padre la sube a sus redes, que son abiertas. Y lo que queda para la posteridad es mucho más que un simple recuerdo familiar. En la era del “sharenting”, hasta la imagen más dulce puede tener sus consecuencias en el futuro cercano.
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