“Hace menos de cien años, lo que no se publicaba en un libro no era literatura”. El que habla es Oscar Conde, poeta, ensayista y doctor en Letras; y la frase tiene relación con su objeto de estudio: la cultura escrita del rock y del tango, su lírica y su poesía. Ha publicado 18 libros y el más reciente se titula “Charly García, 1983. Acerca de Clics Modernos” (UNIPE). Allí, Conde realiza una minuciosa disección del discurso poético de un genio frenético y fulgurante. “Si uno se sienta a revisar paso por paso la poética de Charly va a encontrarse con varias cosas: primero, con una especie de telón de fondo de época que empieza siendo muy argentino y acaba siendo bastante universal. Al mismo tiempo hay un sujeto que cuenta más o menos la historia de un tipo cualquiera”, explica.
Si bien el libro se consagra desde el título a la aparición del álbum “Clics Modernos” (editado en 1983), la investigación del autor anda y desanda la narrativa de García desde Sui Generis —punto cero— hasta el presente, e identifica así una construcción de largo aliento, que atraviesa todas sus composiciones: “un sujeto que se construye a sí mismo en esas letras, como un personaje literario que siempre está rodeado de gente y sin embargo está solo. Alguien cuyo máximo anhelo es el amor y no lo consigue. Si hay un concepto constante en la obra de Charly García es la soledad. En Fito Páez es el amor y en Andrés Calamaro, el desamor”, observa Conde.
Derivaciones tangueras. Como miembro titular de la Academia Porteña del Lunfardo y la Academia Nacional del Tango, Oscar Conde encuentra puntos de contacto entre ambos géneros urbanos. “Lo que el rock consiguió hace ya por lo menos 20 años en la Argentina y en el mundo, es ser lo que fue el tango durante muchas décadas: una música de consumo para todas las generaciones vivas. En 1917, los letristas de tango tenían 20 años. La primera vez que Aníbal Troilo subió al escenario lo hizo con pantalón corto porque tenía 14. Hoy no lo vemos, pero el tango es una creación de jóvenes y en la década del '40, todos lo escuchaban. El tango y el rock fueron dos géneros pluri-generacionales”, sostiene.
“El tango tampoco fue considerado como un arte importante hasta hace poco tiempo, y en eso también hay coincidencias con el rock argentino”, sigue Conde, y establece la llegada de Astor Piazzolla como el suceso que le abre al género las puertas de la honorabilidad. “Hasta que él apareció nadie pensaba que el tango era algo verdaderamente serio. Esto pasa con varios géneros populares: la historieta, el humor, los monólogos de teatro de revista”.
En cuanto a la consideración de las canciones, del género que sean, como piezas literarias, Conde advierte: “Si vos analizás una letra estás omitiendo una cantidad de significantes que están dados por la música. Efectivamente, la música puede cambiar el sentido de una frase, puede acelerar otra, puede acompañar más dramáticamente algo que no parece dramático si vos solamente lo leés. Entonces es cierto que no es exactamente lo mismo analizar una letra de canción que un poema. Un poema es un todo en sí mismo”.
Polvo de estrellas. Otra de las conclusiones que el autor consigna en su libro está ligada a la originalidad del rock autóctono. “Cuando grupos argentinos tocan en otros países de América o de Europa, llevan un rock con sello propio, ya se trate de Soda Stereo, de Calamaro o de Babasónicos. Musicalmente, el rock argentino llegó a construir un lenguaje único”. Una matriz en la que mucho incidió la impronta de García, a quien el autor ubica, tal vez, como la única y verdadera estrella: “Spinetta es otro prócer y su música es originalísima, pero él se ocupó de no tener la talla de estrella, mientras que Charly anhelaba ocupar ese lugar, ser un superstar, y evidentemente lo logró. Cerati (Gustavo) fue una gran estrella, Fito Páez es una gran estrella, Calamaro en su momento también, pero fIjate que te estoy hablando de tipos mayores de 50 años”.
Asumiendo que el rock va cediendo como lenguaje artístico de las nuevas generaciones, Oscar Conde descubre en el rap, el freestyle y sus derivados posibles herederos de aquella fuerza poética y contestataria, con carácter de movimiento, en la que ardió el rock durante sus años dorados. “Algo quizás parecido a la aparición de Fito, en toneladas de talento y en sorpresa, puede ser la aparición de Wos. El pibe tiene 21 años y ahora editó un disco. Me parece que tiene idéntica cantidad de talento. Creo que la música juvenil argentina va a ir más bien por ese lado”, concluye.
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