Inspirada en textos de Jorge Luis Borges, la exposición “Breve historia de la eternidad” en el Centro Cultural Recoleta, permite recorrer nuevamente un espacio con una larga historia de buenos proyectos, que constituyó para los artistas un terreno de consagración. Hablamos de la sala Cronopios y sus adyacentes, las salas J y C, que a instancias del curador, Daniel Fisher, se modificaron para dejar libre un centro de atención que colaborara con el ensayo curatorial.
La muestra alberga a más de 40 artistas de distintas trayectorias y poéticas, que abordan el tema del tiempo desde miradas propias. Están distribuidos en las salas 15 proyectos específicos, a los que se suman una veintena de obras emblemáticas, cedidas por importantes coleccionistas como José Luis Lorenzo y Gustavo Vidal, la Galería Oda y otros.
Filosófico
Abordar un tema tan complejo como el tiempo, definido por Hegel como la mera forma del devenir intuido, y jugar con los conceptos de brevedad y eternidad presentes en el título; apunta desde el inicio a una búsqueda que atraviesa la mirada del curador. En el texto de presentación, Daniel Fisher declara que “Breve historia de la eternidad”, “es una exposición poética política que aborda la idea de permanente 'plenitud' frente a los continuos e inacabados ideales de una sociedad que en ocasiones, se expresa tiránica, intolerante y opresiva”.
Si consideramos la eternidad como un concepto con más posibilidades de definir que de experimentar, toda muestra que explore el tema requiere de un espectador atento. Hay algunos guiños evidentes, porque es una temática presente en escritores como Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. El tiempo es definido como simultáneo y en expansión y también tensionado por esplendores y decadencias.
La lista de artistas es larga. Apenas se ingresa, es posible visualizar técnicas como la fotografía o el bordado, en la obra de artistas como Chiachio & Giannone o en la icónica fotografía de Alejandro Kuropatwa, donde se evidencia que la continuidad de la vida depende de una medicación que frene el SIDA.
La gran sala de instalaciones, a continuación, promueve un contrapunto de experiencias visuales o activadas por el visitante. Un manto dorado de papel hecho a mano sobre el que se proyecta humo en “No demasiado lejos” de Matilde Marín, es un señalamiento de la artista para hablar de lo que se desvanece en el fuego. Esta instalación dialoga con “Prueba de tensión”, una obra de Luciana Lamothe, construida por estructuras tubulares transitables que luce sólida, pero que al caminarla obliga al cuerpo a encontrar la estabilidad.
Una pared semicircular alberga el enorme calado “Tapiz de las atribuciones eternas” de Pablo Lehmann, en colaboración con Jéssica Sandoval, realizado sobre un material que resiste mejor que el papel que normalmente usa y dando un marco que obliga a dirigirse hacia los laterales, donde destacan dos grandes espacios. Uno es “Arqueología de mi cuerpo” de Nushi Muntaabski, que deconstruye un cuerpo femenino en enormes bloques cubiertos de teselas. Otro es un gran vacío apenas iluminado, que deja ver uno de esos muebles clausurados por arneses de hierro de Eugenia Calvo, en la instalación “Fortuna material” que, en la penumbra, se percibe como una imagen onírica.
Dos espacios se contraponen. Uno es interior y delimitado por un segmento circular que contiene la instalación en video de Gabriela Golder, “Rebeliones”. Allí, el gesto y los movimientos quedan acotados a cambios apenas perceptibles. Esta obra se contrapone con un círculo completo, exterior a las proyecciones, donde Catalina León propone “¿Qué podemos construir juntxs? Lluvia, astrología impredictiva”. Se trata de un piso trabajado con la idea de la predicción, central en el uso de horóscopos y runas, que posibilita un juego lúdico de los visitantes, obligados a leer con la cabeza inclinada mientras se desplazan. Como marco, colgada en la pared, la pieza “Circa” de Gabriel Valansi, una obra construida por 102 placas madre de computadoras en desuso, transmite una geografía dura y gris, sin atisbos de vida humana.
Todas las obras
Dos instalaciones de Ana Gallardo describen los métodos usados para abortar tales como el perejil y las agujas de tejer en “Material descartable”. De Pablo Peisino, “Darth Vader de la serie Fan boys”, es una réplica construida en tela de paño polar, con apliques y costuras visibles, que se acomoda en un hueco vaciando la potencia mortal y vengativa del personaje de Star Wars. La serie “La culpa es de las flores”, con los enhebrados de cuentas de colores de Román Vitali, se asocia a “Colección Pluma” de Sara Goldman, hecha con accesorios y joyería de antiguas plumas y plumines metálicos. La fugacidad del esplendor de la juventud habita en la foto “Ken Moody” de Robert Mapplethorpe y en una de la serie de Nan Goldin “Valerie in the taxi, Paris”, artista que durante un largo período documentó su cotidianeidad plagada de momentos fugaces e interminables. El cuerpo y sus apariencias vuelve a visitarse en Nicola Constantino y su “Dangerous Beauty” de la serie Peletería, quien junto a “Pelota de fútbol de tetillas masculinas” y “Tapado de tetillas masculinas” tienen un espacio en la muestra. También es curiosa la fotografía tomada en los setenta por Leandro Katz, “Lola Pashalinski and Bob Sargent. Charles Ludlam´s 'The Grand Tarot', the Gothan Theatre”, o el video de Graciela Taquini “El mundo de”. Y también uno de los collages emblemáticos de Grete Stern, “Sueño Nº 11. Un sueño de peligro". Temática que también engloba las dos fotografías de Asseff Ananké, “Antonella I y II”.
El paisaje y los modos de representarlo, tanto urbano como abierto en la naturaleza, tiene destellos interesantes en las fotos de Hiroshi Sugimoto, o en Paula Toto Blake y “Cruces en el Río de La Plata”. Pero se expande en la gran instalación de Santiago Viale, “La tierra más lejana”, un proyecto que permite accionarlo para verlo en movimiento. Se contrapone a la instalación fotográfica de Andrea Alkalay, que describe un contrapunto entre lo fijo y lo móvil de un paisaje poshumano.
Con un señalamiento más político, el tiempo es memoria urbana de una lucha en la foto de Adriana Lestido, o las fugaces piruetas de unos muñecos a cuerda de Liliana Porter. También el tiempo se extingue, con la implosión de la fábrica de rollos de fotografía Kodak, que conserva el momento una y otra vez en Matilde Marín. Se trata de descubrir una trama múltiple de sentidos y vivencias que integran al visitante en un juego de experiencia y reflexión.
Pilar Altilio
por Pilar Altilio
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