Muchos lo recuerdan como el hombre de negro que encabezó las marchas para reclamar justicia por Alberto Nisman, en febrero de 2016. Y otros, los que como él transitaron durante años los pasillos de Comodoro Py, como uno de los hombres más poderosos del entramado judicial argentino, controvertido fiscal general ante la Cámara Federal porteña por 22 años. Se trata de Germán Moldes (73) que, en noviembre de 2019, presentó la renuncia a su cargo, luego de sufrir un grave ACV por el que tuvo que someterse a una intervención tres meses antes.
Ya jubilado y recuperado tuvo tiempo para dedicarse a su otra pasión, desconocida por la mayoría de los argentinos: la historia y arqueología de la antigua civilización romana. Pocos días antes del inicio de la cuarentena, su libro “Roma, un día hace 2000 años” (Crítica) se publicó con prólogo de Santiago Kovadloff. Allí recorre con estilo ameno, aspectos desconocidos de la vida cotidiana en la península itálica, en los primeros siglos de nuestra era; desde la moda hasta los deportes, la educación, el amor, la esclavitud y la diferencia de clases.
Pero esta no es la primera vez que el ex fiscal se interna en temáticas ajenas al derecho. “Maquiavelo ayer, hoy y mañana” fue su primer libro, al que siguió “Cuarenta iglesias romanas”, un texto de culto para todo aquel quiera recorrer a conciencia los más bellos templos italianos.
Desde su aislamiento, vía email, contestó las preguntas de NOTICIAS sobre la lección de Roma, y lo mejor y lo peor que heredamos de los padres del derecho occidental.
Noticias: ¿Cómo empezó su interés por Roma?
Germán Moldes: Yo no había pasado de la situación de ocasional y superficial turista, de esos de Coliseo y terrazas de Via Veneto, hasta que a fines de 1990 me relacioné con diversos proyectos de PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) y OIM (Organización Internacional de Migraciones) así como con diversas ONG y programas internacionales que hacían hincapié en la relación entre Argentina e Italia. Lo cierto es que me enamoré de Roma con una pasión que no encontraba más cauce ni freno que el de la razón y la investigación histórica.
Noticias: ¿Cómo se formó en la cultura romana? ¿Es un autodidacta? ¿Aprendió latín?
Moldes: El latín lo traigo a cuestas de mi educación secundaria en un colegio público de barrio, conforme los programas educativos de la época (¡qué tiempos aquellos!). Realmente no ha sido mucho lo que aprendí de tan elementales fuentes pero, con todas esas limitaciones, siempre me pareció fascinante porque me permitía aproximarme, bien que a los tumbos, a “De bello gálico” de César o a “La Eneida” de Virgilio, no porque alguien me lo impusiera o porque me hicieran creer que me sería útil laboralmente en mi vida profesional adulta, sino simplemente porque yo deseaba hacerlo, porque me gustaba y ya está. Y, sin embargo, sí que me resultó útil. En primer lugar, para internarme hasta donde pude en los vericuetos del Derecho Romano. En segundo lugar porque gracias a ese balbuceo de latinajos elementales y escolásticos, al llegar a Roma, yo podía, si bien dificultosamente, leer el zócalo de un friso, el pedestal de un monumento, el arquitrabe de un templo o el epitafio de un sepulcro.
Noticias: ¿Cuál es el aspecto de la sociedad romana que a usted más le fascina?
Moldes: Para mí en ese campo sobresale la “virtus”. Esa virtud romana asentada en una religiosidad que sacralizó los vínculos entre los hombres, aseguró el orden civil, afianzó la unidad latina y dotó de una organización solida a la sociedad. También el patriotismo, para los romanos una suerte de segunda religión. Hasta San Agustín creía que la Providencia había destinado a Roma para que gobernara el mundo por sus virtudes cívicas.
Todo el cuerpo social se estructuraba en torno a la tradición, al “mos maiorum”, las costumbres de los antepasados. Cada una de las grandes familias se jactaba de algún rasgo que los distinguía del resto: el orgullo indomable de los Claudios, el carácter y la flexibilidad ante los desafíos de los Junios, la austeridad de los Quintos. Fueron los romanos un pueblo esencialmente práctico. Cuando el historiador griego Polibio fue llevado a Roma como prisionero e instructor de la familia de los Escipiones después de la batalla de Pidna, comentó asombrado que los egipcios habían construido pirámides gigantescas y colosos de piedra para honrar a sus faraones, los griegos habían levantado templos formidables como el de Zeus en Olimpia o el de Ártemis en Éfeso, pero los romanos habían diseñado y ejecutado una obra mucho más monumental e impresionante: la cloaca, apenas visible en la superficie de la ciudad pero que por debajo de ella arrastra hasta el Tiber todas las inmundicias que segrega y deyecta un centro urbano más de un millón de habitantes.
Noticias: ¿Cuáles eran los peores aspectos de la sociedad romana? ¿Cuáles de esos pecados de la vida privada, el poder, la política, heredamos hasta hoy?
Moldes: En los vicios y defectos más vale no detenerse pero al menos digamos que entre los que perduran hasta nuestros días, además del clientelismo y del favoritismo, el tráfico de influencias y favores, en Roma también reinaba la extorsión, la corrupción y las coimas desde los más simples funcionarios hasta el emperador.
Noticias: ¿Qué actividades y objetos de la vida cotidiana romana continúan en la actualidad?
Moldes: Piense en la cloaca, en los acueductos, en el concreto u hormigón, sin el cual no hubiera podido construirse el Coliseo o el Panteón, en las carreteras y autopistas que cruzaban el Imperio en todas las direcciones para asegurar el traslado de las legiones, las comunicaciones y el comercio. En los techos abovedados, los arcos, las cúpulas, y hasta en la circulación de noticias a través de un periódico (el “Acta Diurna”) o los programas de asistencia social llamados “Annona”, que aseguraban a todo ciudadano un saco de trigo, un ánfora de vino y una vasija de aceite diarios.
Noticias: Estamos en tiempos de pandemia, ¿vivieron los romanos alguna circunstancia similar? ¿Cómo enfrentaban esta clase de catástrofes?
Moldes: Como a casi todos los pueblos a lo largo de la historia, les tocó también esa bolilla envenenada. Yo recuerdo ahora especialmente dos, por su altísima letalidad y la orfandad de medicamentos y sistemas de prevención de la época. La primera es llamada “peste antonina” no sólo porque se enseñoreó de Roma durante el reinado de esa dinastía, la Antonina, que se extiende entre Trajano y Marco Aurelio; sino porque se llevó, entre muchas otras, la vida de ese último emperador. El médico griego Galeno de Pérgamo fue testigo directo del brote y describió las fiebres, diarrea, inflamación de faringe y erupciones en la piel que eran sus síntomas visibles. Hoy se cree, a partir de su testimonio, que se trató de una epidemia de viruela o tal vez de sarampión. La segunda (70 años después) fue llamada “peste Cipriana” por el obispo de Cartago, Cipriano, quien en sus sermones relataba que, como un castigo divino a la ciudad pecadora, unos cinco mil romanos morían diariamente sólo en la ciudad. Por sus palabras, el mal parece aproximarse a la sintomatología de la “gripe española” de 1918, con las limitaciones que supone el carecer de fuentes confiables para arriesgar un diagnóstico.
Noticias: ¿Qué lecciones sociales y políticas pueden darnos los romanos a los habitantes del mundo de hoy?
Moldes: Me gustaría contestarle con algo que, siendo yo muy joven (que aunque parezca increíble, también lo fui) me marcó para toda la vida. Es de Indro Montanelli y su formidable “Storia di Roma”. Cuando trataba de explicar las razones por las que los romanos dominaron al mundo conocido y sentaron las bases de muchos aspectos de la civilización occidental, enumeraba las que desde siempre enhebran casi mecánicamente los autores y analistas históricos, pero agregaba una perla personal; la “gravitas”, porque a diferencia de los romanos de hoy, decía, “que todo lo hacen en broma, los romanos de entonces todo lo hacían en serio”.
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