Si la negatividad es un activo filosófico que en el mercado transnacional de las ideas cotiza en baja, entonces Byung-Chul Han resulta ser un curioso inversor de riesgo en un territorio donde lo que cotiza en alza y convoca a los mejores inversores (a través de las TED Talks, por ejemplo) son las apuestas seguras a la positividad. A distancia y a resguardo de cualquier asomo de ira, ahí están el optimismo y la alegría, palabras para, como hace Facebook, remitirnos bajo sus reglas a lo que “nos gusta” en lugar de lo que “no” nos gusta.
El detalle es que cuando las redes nos preguntan qué pensamos, en realidad lo que nos preguntan es qué es lo que sentimos —motivo por el que la respuesta suele tener la forma automática de un emoji, un pulgar arriba, una sonrisa o un corazón—, aunque sentir, nos recuerda Han, no es lo mismo que pensar. Sin embargo, los sentimientos, eso que nos “afecta”, se rige bajo una rapidez perfectamente compatible con la instantaneidad de la comunicación digital. De manera tal que si estamos desprovistos del tiempo necesario para pensar, las redes solo parecen favorecer nuestra circulación instantánea por lo afectivo y desentendernos de lo reflexivo. Desde ya, cualquiera que conozca Twitter, Instagram o Facebook sabe de qué se trata. Basta sentir algo y comunicarlo ‒para lo cual, por otro lado, solo es necesario estar apenas vivo y tener una clave de wifi‒ para convertirse en un interlocutor válido. Y si vamos a regirnos bajo un sistema del afecto en estos términos, entonces tampoco hay ninguna jerarquía que distinga a emisores de receptores: todos los “afectos” se expresan al unísono y valen por igual. Esta, dice Han, es la lógica democratizante y a la vez alienante del afecto.
A partir de esta premisa, para entender cómo la política tradicional se convierte en psicopolítica digital, la pregunta primordial es si los sentimientos pueden ser medidos. Es decir, ¿pueden cuantificarse los afectos? ¿Puede aquello que es de naturaleza irracional someterse a un cálculo racional? ¿Es posible que una serie de búsquedas en Google definan lo que somos? Y además, ¿son nuestras afinidades y elecciones el resultado de procesos impulsivos y atolondrados o son, en realidad, el resultado de procesos prudentes y previsores?
Ante estas incógnitas, es importante no olvidar que una de las paradojas de la política liberal actual es que, al tiempo que parece entregarse a la eficiencia ciega de los recursos técnicos para interpretar y medir los hechos sociales, insiste en repetir que las lealtades históricas, los grandes relatos ideológicos y las pertenencias partidarias deben desaparecer en favor del cálculo instantáneo de ventajas individuales.
Nacida del vínculo entre el poder y la sociedad, la psicopolítica digital, señala Han, desnuda el modo en que esta acción pública requiere, en mayor o menor escala, de un plebiscito —bajo la forma de una encuesta, un sondeo de opinión o un indicador de tendencias en las redes— para volverse posible. Pero la pregunta continúa siendo la misma: ¿significa esto que pueden medirse las emociones? ¿Significa que puede racionalizarse lo irracional? Y en ese caso, ¿cómo se puede hacer política si la imaginación se subordina a la estadística?
De acuerdo con Byung-Chul Han, el poder que rige nuestras vidas ya ha dejado de ser, como explicaba Michel Foucault, un poder que se pronunciaba soberano a través del control de los cuerpos de los súbditos: ya no se trata de un biopoder. De lo que se trata, en cambio, es de una reivindicación de la transparencia de los datos y las acciones, algo mediante lo cual el poder se pronuncia soberano entre sus súbditos mediante el control de la información que ellos mismos publican de manera voluntaria en todas las redes sociales a cada instante.
Esta es la “crisis de la libertad” diseñada a partir del uso “transparente” de nuestra información. Al avanzar sobre estas coordenadas, en su momento más especulativo y apocalíptico, Han ofrece una breve historia de la dominación: si la biopolítica recurría a la estadística para conocer y dominar a la población, a partir del uso de Big Data es posible construir no solo el “psicoprograma individual” sino el “psicoprograma colectivo”, y quizás, incluso, el “psicoprograma de lo inconsciente”.
-Nicolás Mavrakis es escritor y periodista. Autor de “Byung-Chul Han y lo político” (Prometeo).
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por Nicolás Mavrakis
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