Silvina Bullrich fue una de las escritoras más vendidas de la segunda mitad del siglo XX argentino. Pero si bien fue una autora exitosa y admirada por los lectores de sus novelas, en las que se exhibían los brillos y las miserias de la clase alta - a la cual pertenecía - fue también una mujer cuestionada por sus malos modos, su narcisismo y su indiscreción. Y una de las víctimas de su compulsión por divulgar intimidades fue nada menos que Jorge Luís Borges, con quien (según sus dichos) mantuvo un romance en los años cuarenta.
Bullrich provenía de una familia de diplomáticos y el medio en el que se crió le brindó los temas que volcó en casi todas sus obras: viejas casonas tradicionales, herencias, viajes a París, amantes y las desgracias que sufre una mujer en una sociedad hecha por y para hombres. La escritora María Esther Vázquez la recuerda, “graciosa, alegre e inteligente”, y la televisión pronto supo aprovechar su llamativo perfil: la invitaban a programas para mostrar a ese personaje que por fuera se veía como una hermosa y fina señora de la alta burguesía, aunque su actitud provocadora y su inconfundible voz eran lo más atractivo de su personalidad avasallante. Algo de ese fulgor es lo que enamoró a Borges, quien la conoció en reuniones frecuentadas por escritores de la época como Manuel Mujica Lainez, amigo en común de ambos, Adolfo Bioy Casares o Silvina Ocampo. Borges comenzó a llamarla insistentemente, casi desesperado, hasta que ella cedió a la seducción del autor de “El Aleph” e inició el idilio con él.
Pero Bullrich, quien se encontraba en pleno proceso de separación de su marido Arturo Palenque, tenía por esa época muchos amantes, al igual que algunas de las protagonistas de sus novelas. A punto tal que Bioy Casares cuenta en sus diarios íntimos que un día Borges le dijo a Silvina: “Anoche, a las doce, pasé frente a tu casa, y pensé que estarías en tu cuarto”. Y Silvina le contestó: “Estaba en mi cuarto, pero no hubiera podido estar con vos, porque estaba con fulano de tal, en la cama”.
Pero a pesar de la exclusividad negada, Borges continuó embelesado por Silvina. En 1945 publicó junto a ella “El compadrito”, una compilación de textos de diversos autores. En el prólogo a una de sus reediciones, Silvina reconoció que la idea madre fue de Borges, y que el autor de “Las ruinas circulares” fue quien había hecho la mayoría del trabajo. “Yo era muy joven entonces, aún hoy le agradezco a Borges el honor de haberme ofrecido esta colaboración. Su nombre, que es ahora mundialmente conocido, ya era célebre. El mío, que hoy cuenta un poco, brillaba entonces como una luciérnaga en la niebla”, declaró más tarde Bullrich. Ambos continuarían colaborando en otros escritos.
Sin embargo, a pesar de la pasión y del interés común por la literatura, los dos terminarían peleados y, en palabras de María Esther Vázquez, les quedó “un sentimiento de mutuo desagrado, que conservaron hasta el final”. A pesar de eso, cuando coincidían en reuniones sociales se trataban con cordialidad, aunque de forma “un poco lejana”, como contaría más tarde Bullrich.
Incluso luego, con la distancia que da el paso del tiempo, Borges se animó a criticar la literatura de su antigua amante, señalando que era “más conocida que Silvina Ocampo pero infinitamente inferior”. Aunque Bullrich admiraba mucho a Borges, no perdía oportunidad de criticarlo, diciendo que los escritores recibían “menos de lo que merecían” pero que Borges “había recibido más”. Del fragor de la pasión se había pasado casi a una guerra fría.
Pero en una de las tantas oportunidades en las que fue invitada al programa “Tiempo nuevo”, conducido por el periodista Bernardo Neustadt, Bullrich daría rienda suelta a su otra pasión: hablar de su intimidad sexual. Y su víctima sería Borges, de quien contó que padecía impotencia y eyaculación precoz.
Según declaró más tarde el hijo de Silvina, Daniel Palenque Bullrich, se trató de una emboscada que Neustadt le tendió a Silvina para que hablara de su intimidad con el autor de “Ficciones”. “Ella entraba enseguida porque era una mujer muy frontal y agresiva”, la justificó Daniel, quien tuvo, por lo demás, una muy difícil relación con su madre.
Poco después de las confesiones de Bullrich, Borges falleció. Si bien Silvina reconoció que había sido indiscreta con lo que había contado sobre él, ensayó una elocuente justificación de sus actos. Según contó el periodista y crítico Ernesto Schoo, durante una comida Bioy le reprochó a Silvina haber contado las intimidades de su gran amigo, y ella contestó: ‘Bueno mirá, qué sé yo, che, como a uno se le escapa un pedo, uno dice cualquier cosa que se le pasa por la cabeza’”. “Era muy maleducada, tenía un modo muy feo de comunicarse con la gente”, contó Schoo.
Silvina Bullrich murió en Suiza en 1990, debido a una enfermedad pulmonar. Tenía 74 años y había dejado una vasta cantidad de novelas, casi todas grandes éxitos de ventas: “Los burgueses”, “Mañana digo basta”, “Los pasajeros del jardín” (que fue llevada a cine en 1982 y que ficcionaliza mucha de su relación con el empresario Marcelo Dupont, su gran amor) y “Teléfono ocupado” (reeditada hace unos años por la editorial Mardulce). Sin embargo, aunque marcó una época con sus bestsellers, hoy es una autora olvidada, cuyos libros rara vez son reeditados.
La historia de este romance tan intelectual es parte de “Las olvidadas” el libro de la periodista cultural Cristina Mucci que recientemente reeditó Penguin Random House. En él se narran las vidas de tres escritoras muy famosos en los '70 que hoy pocos recuerdan: Silvina Bullrich, Marta Lynch y Beatriz Guido. Tres mujeres que provenían de la alta burguesía argentina y lograron convertir sus nombres en grandes fenómenos editoriales.
Comentarios