“Bioy no acostumbraba a despertarse después de las 7:30 de la mañana. A las 8, puntual, tomaba el desayuno. Le gustaba el té oscuro y muy caliente, con tostadas bien quemadas. Su preferido era el Twinings, negro, en hebras, o el té príncipe de Gales. Siempre tan oscuro que parecía tinta”.
La que habla es Lidia Benitez, la enfermera que acompañó a Adolfo Bioy Casares durante la última década de su vida y fue su confidente y amiga.
Sus recuerdos fueron recogidos por el escritor Javier Fernández Paupy en un volumen llamado “El último Bioy”, publicado por el sello Leteo. Allí, un magnífico trabajo de escritura hilvana con puntadas invisibles el relato de 12 años de experiencias de Lidia junto a “Adolfito”. Una ventana privilegiada a la intimidad del escritor, que recorre los días luminosos y las noches oscuras de su vejez. Desde la muerte de Silvina Ocampo y su hija, Marta Bioy Ocampo, hasta los viajes por el mundo; los últimos años del autor de “La invención de Morel” son recorridos en las memorias de Lidia, al ritmo de sus dolencias pero también de los importantes homenajes que le brindaron las principales universidades de Europa.
Historia. “Bioy, a veces, se preguntaba si no había sido muy cruel con Silvina. Decía que por ella no se había privado de otras mujeres. Un día -me contó- cuando le dije que la quería mucho, ella exclamó: 'Lo sé. Has tenido una infinidad de mujeres pero siempre has vuelto a mí. Creo que eso es una prueba de amor'”.
Las largas horas que Adolfo y Lidia pasaron juntos dieron paso a las confesiones y las confidencias. Algunas de las amantes del escritor todavía pasaban por el departamento de Posadas y, como muchos otros visitantes, se llevaban algunas de las valiosas piezas de arte o libros que abundaban en la casa. “Entraba mucha gente sin pedir permiso y a veces se llevaban lo que querían: cuadros, porcelanas, adornos y cristalería, y muchas cosas más. Incluso desapareció hasta la cama de bronce de Silvina”, cuenta Lidia.
Las famosas amantes de Adolfito (supo tener una por cada día de la semana) eran todavía una presencia, compartiendo el ritual de sus almuerzos en Lola o el té de la tarde en su casa.
Lidia recuerda también a sus grandes amigos, como Enrique Drago Mitre, escritoras como Vlady Kociancich y María Esther Vazquez y hasta personajes como Daniel Tinayre hijo, que compartía en Posadas, las tradicionales cenas de los sábados.
La preocupación por el dinero es un tema recurrente también en estas memorias. Lidia describe a un Bioy acostumbrado a “despilfarrar” con problemas económicos a partir de la muerte de Silvina y Marta, una cuestión que atribulaba al escritor. También el libro le dedica un capítulo muy claro a la intrincada herencia de Bioy, cuya obra (así como la mitad de la de Silvina) quedó en manos de Fina Demaría, madre de Fabián Bioy Demaría, el hijo tardíamente reconocido del autor. El escritor, además, legó el 20 por ciento de su fortuna a Lidia, que fue una de las partes en litigio en el largo juicio sucesorio de la familia. La enfermera aclara también, que Adolfo le propuso casarse varias veces, pero ella lo rechazó.
Escritura. “Conocí a Lidia cuando firmamos un contrato de alquiler. Entre los años 2016 y 2018 viví en un departamento de su propiedad. Después, cuando empezamos a juntarnos para pensar el libro, nos hicimos más amigos”, cuenta Javier Fernández Paupy, el autor y traductor que escribió junto a Benítez, “El último Bioy”.
Para darle protagonismo a la voz de la enfermera, Fernández Paupy se inspiró en “Monsieur Proust” de Celeste Albaret, la mujer que cuidó del gran escritor francés en los últimos años de su vida. “La estructura de la narración apareció de manera natural a medida que Lidia Benítez refería sus recuerdos. Es su voz la que cuenta cómo se conocieron, qué hábitos compartían, qué pasaba en los viajes. Son mérito del editor del libro, Christian Kupchnik, los anexos de la biblioteca, de Posadas y del testamento”, explica el autor.
El trabajo se completa con citas en notas al pie, que amplían el testimonio de Benítez recurriendo a los libros autobiográficos de Bioy, como “Descanso de caminantes”, a entrevistas y a textos de autores como Noemí Ulla o Mariana Enríquez, que escribió la biografía “La hermana menor. Un retrato de Silvina Ocampo” (Anagrama).
“Disfruté mucho la experiencia de escritura del libro así como el tiempo que compartimos con Lidia en la conversación y reconstrucción de esos años. Sus anécdotas tienen algo del detalle específico del que está hecha la literatura. Lidia aportó su memoria generosa. Yo busqué la cohesión, el sentido y la homogeneidad de su recuerdo en esas historias”.
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