Mientras El Irlandés, la película de más de tres horas de Martín Scorsese con Robert De Niro, Al Pacino y Joe Pesci, abría una grieta en el mundo de los cinéfilos sobre si es una obra maestra o algo que no se puede ni mirar, Netflix lanzó un segundo golpe que sorprendió a todos: Historia de un matrimonio, de Noah Baumbach. Con Scarlett Johansson y Adam Driver como protagonistas, el amor se viste de siglo XXI sin perder su rol desolador, hermoso y trágico.
Así como El Irlandés fue considerada por muchos como una reversión de Buenos Muchachos, Historia de un matrimonio no tardó en equipararse con Kramer vs Kramer (1979) protagonizada por Dustin Hoffman y Meryl Streep. Lo cierto es que el film estrenado por el gigante del contenido online hace una reversión más equitativa de esa historia, actualizada a los tiempos que corren en donde muchas prácticas y situaciones de poder están en jaque: un relato más igualitario en donde no hay buenos ni malos, sino personajes imperfectos que, por esa misma condición, despiertan la empatía de los espectadores.
“Al decidir renunciar al estado amoroso, el sujeto se ve con tristeza exiliado de su Imaginario”, escribe Roland Barthes en su célebre libro Fragmentos de un discurso amoroso en donde analiza el amor a partir de las grandes obras literarias. Esa cita bien podría servir para hablar de lo que sucede entre los protagonistas de esta película de Baumbach, un especialista en hablar de problemas de pareja: el desorden que funciona como un orden hasta que ya no funciona y se ve como un caos. En el medio, un pequeño hijo que es tratado como un objeto o una mercancía tanto por sus padres como por el sistema, quizás para quitarle su verdadero rol en medio de la desolación: ser aquello que sobrevive del desamor. En eso la película acierta, ya que en ningún momento se cae en el lugar común de llevar al espectador a empatizar con el chico, sino adentrarse en el lado oscuro del desasosiego amoroso.
El pasaje del amor al dolor se da en Historia de un matrimonio al igual que en la vida misma: sin escalas, sin matices, en varias direcciones.
Así, una pareja conformada por un director y una actriz, que parecía la combinación perfecta de romance y talento, estaba en realidad tan llena de pliegues y sombras como todo vínculo que se desarrolla en profundidad y sobrevive al paso del tiempo. El pasaje del amor al dolor se da en Historia de un matrimonio al igual que en la vida misma: sin escalas, sin matices, en varias direcciones. Abandonar el Imaginario amoroso, en términos de Barthes, es ser una extranjero en los propios sentimientos y, al mismo tiempo, emprender el camino del cariño desde cero, aprendiendo sus nuevas normas que se acaban de modificar.
Los desastres cotidianos. Más allá de moverse en un mundo que puede parecer distante y lejano, en el que los problemas económicos no existen y todos los personajes tienen empleos lejos de cualquier grisura, la película logra quedarse dentro del terreno de lo cotidiano para llegar a su punto. Las escenas y los diálogos del film no están forzados por ninguna pretensión más que vehiculizar una idea: el amor no está muerto, simplemente se encuentra mutando su forma.
En cierto punto, el amor ya no es como la guerra: no todo se vale.
En una época en la que los ideales románticos y el deseo mismo están puestos en juego - en eso Netflix es especialista en producir contenidos-, la aparición de Historia de un matrimonio ocupa un lugar que hasta ahora aparecía con cuentagotas: mostrar la profundidad que puede existir en un vínculo y cómo las personalidades se modifican cuando se emprende una relación de pareja, más allá de que lo queramos o no. La presencia de un otro, al fin y al cabo, siempre va a llegar a dar vuelta todos los planes. Pensar lo contrario sería absurdo: lo que está en disputa en el siglo XXI es definir qué se pone en juego en ese momento y desnaturalizar pagar cualquier precio. En cierto punto, el amor ya no es como la guerra: no todo se vale.
Los desastres cotidianos de esta película son la materialización de aquello que Barthes va a a definir “Lo incognosible” de cualquier ser amado. Al principio del film, cada personaje describe al otro y parece que se conocieran hasta el más mínimo detalle. A lo largo de la película comprendemos que eso, por supuesto, es una fantasía. Escribe Barthes: “Estoy aprisionado en esta contradicción: por una parte, creo conocer al otro mejor que cualquiera (...) y, por otra parte, a menudo me embarga una evidencia: el otro es impenetrable, inhallable, irreductible”.
Se puede decir, entonces, que Historia de un matrimonio vuelve a poner al amor y sus contradicciones en disputa, lejos de las puntas redondeadas que se le quiere aplicar en la actualidad: nunca vamos a conocer al otro del otro, porque simplemente nunca nos conocemos a nosotros mismos del todo -algo que ambos personajes dejan en claro en los momentos más centrales del relato.
Si algo evidencia esta película es que el amor no murió, sino que se vuelve a pensar, se critica y se reinventa a lo largo de las distintas generaciones y eso va a seguir pasando. Pero para eso necesitamos mirarlo de frente y no negar sus costados amargos, en donde podemos encontrar el desamor. El gran impacto -y acierto- de Historia de un matrimonio es lograr sentirnos atraídos por lo que muchas veces preferimos ignorar. "Poesía es conflicto; se atiene uno al conflicto", escribió el poeta cordobés Vicente Luy. Parafraseándolo, amor es conflicto; se atiene uno al conflicto.
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