Cuando Leonardo Padura escribió su novela más famosa, “El hombre que amaba a los perros”, volvió la atención sobre uno de los grandes escándalos internacionales del siglo XX: el asesinato de León Trotsky, a manos de Ramón Mercader, un mercenario preparado por los servicios de inteligencia soviéticos, para matar al gran enemigo de Stalin.
La casa donde se perpetró el crimen sigue intacta en el barrio de Coyoacán, en Ciudad de México, como si el revolucionario ruso se hubiera ido hace sólo unos instantes. Su cuerpo está enterrado en medio del patio y su escritorio, su máquina de escribir, su cama y la mesa de cocina donde comía, parece dispuestos a recibirlo en cualquier momento.
El año pasado, en un volumen que reúne ensayos diversos (“Agua por todas partes”), el sello Tusquets, publicó “La novela que no se escribió”, un artículo cuyo subtítulo es “Apostilla a El hombre que amaba a los perros”. El texto narra las peripecias de Padura para saber más sobre ese hombre que terminó con la vida de Trotsky y que es todo un símbolo del derrotero de las luchas políticas del siglo XX.
Historia
Mucho antes de que la idea de escribir “El hombre que amaba a los perros” se instalara en su cabeza, Padura visitó la Casa Museo de Trosky en Coyoacán.
La noticia de que Ramón Mercader, bajo el alias de Ramón López, había vivido en La Habana los últimos años de su vida (murió en 1978), terminó de encender la obsesión de Padura. Justamente, éste era el personaje más difícil de perfilar porque las virtudes de su oficio lo obligaban para siempre al anonimato. De hecho, en Moscú, adonde vivió al salir de la cárcel mexicana, sus días transcurrieron en silencio. Él mismo consideraba que para los soviéticos era una “papa caliente”.
Padura se entera durante la investigación que podría haber sido Fidel Castro, personalmente, quien intercedió para que se le permitiera a Mercader afincarse en Cuba. Y es la casualidad también, en muchos casos, la que lo acerca a los testigos directos de la historia: los hijos y hermanos vivos de Mercader y a Esteban Volkov, el nieto de Trotsky -el único sobreviviente de la familia- ya nonagenario.
“El problema en esta historia es que todos mienten”, le explicó un día el escritor español José Manuel Fajardo. Y Padura lo vivió en carne propia mientras trataba de llevar de mentira a verdad las zonas más oscuras de esta trama de muerte y política. ¿Su satisfacción? Que muchos sintieron que la historia merecía ser contada nuevamente. Para el nieto de Trotsky, directo interesado en el hecho, se trató de un “acto de justicia histórica”. “Mejor opinión, imposible”, sintió Padura.
“El hombre que amaba a los perros” le valió a Padura el reconocimiento internacional y la novela se convirtió en uno de los grandes clásicos de la literatura latinoamericana. Sus “apostillas” revelan una investigación atrapante, tan intensa como las páginas de la novela.
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