En el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires acaba de inaugurarse la muestra “Esto es Teatro. Once escenas experimentales: del Di Tella al Parakultural”, un exhaustivo recorrido que transita la escena teatral porteña desde las vanguardias de los años sesenta hasta el fervor experimental de principios de los noventa.
Con curaduría del director escénico Alejandro Tantanian, el dramaturgo Andrés Gallina y la crítica en artes visuales Florencia Qualina, la exhibición está articulada en once estaciones que representan verdaderos hitos de renovación en el teatro local. Las diferentes postas comprenden las experiencias llevadas a cabo en el Centro de Experimentación Audiovisual (CEA) del Instituto Di Tella, conducido por Roberto Villanueva entre 1963 y 1970. Hace hincapié en algunos hitos renovadores, como el estreno de “El desatino” de Griselda Gambaro, dirigida por Jorge Petraglia, obra que origina una polémica de aquellos años: los que enarbolaban un teatro realista frente a los que bregaban por el absurdo.
Además, se recuerda a figuras trascendentales como la cantante y actriz Nacha Guevara, el director tucumano Víctor García y los registros fotográficos sugerentes que Gianni Mestichelli realizó con la compañía del mimo Ángel Elizondo. También pueden verse los fascinantes dibujos de estética andrógina de Renata Schussheim inspirados en el artista Jean-François Casanovas, más el registro de las actividades del Parakultural, esa especie de caverna creada por Omar Viola y Horacio Gabin, que fue el semillero donde se dieron a conocer artistas como Batato Barea, Alejandro Urdapilleta o Las Gambas al Ajillo, entre otros.
Todo culmina con fotos de Pompi Gutnisky y el documental de Ezequiel Ábalos sobre “UORC”, una de las creaciones centrales de La Organización Negra, el grupo liderado por Manuel Hermelo y Pichón Baldinu que se estrenó en 1986, en Cemento. Por entonces, esa agrupación desconcertó al público con sus intervenciones en espacios públicos donde performers eran encadenados en los semáforos, vomitando yogur o cayendo desplomados arriba de los autos.
Arte efímero
La naturaleza misma del teatro lo transforma en un arte efímero. Es único e irrepetible, cada función es diferente y, salvo en el recuerdo de los espectadores, a diferencia de la pintura o la escultura, no deja un registro tangible. Por eso resulta importante tener en cuenta que tanto el video como la fotografía son evocativos y contribuyen a activar la memoria afectiva del evento. En opinión de Rebecca Schneider, destacada académica y teórica de las artes escénicas norteamericana, especializada en estudios de performance, las fotografías “pueden ser agentes vivos de memoria, que mantienen latente el acto y permiten su reaparición en otros cuerpos, tiempos y miradas”.
Precisamente, en el segundo piso del amplio museo, se pueden apreciar imágenes fotográficas, posters de difusión, videos, objetos, vestuario, audios, dibujos y hasta cuadernos que pertenecieron a Urdapilleta y que documentan aquellos años efervescentes.
“La exposición es importante porque pone en valor la idea del archivo, de la memoria y además el trabajo de investigadores sobre los cuales trabajamos un montón como Lorena Verzero, María Fernanda Pinta y Malala González. También por la posibilidad de la preservación que, en el caso de las artes escénicas, no tiene una fuerte tradición de archivismo en la Argentina. Respecto a la época es interesante pensar en el Di Tella y en el Parakultural, como espacios en los que había una voluntad de ensayo y error. Tener la posibilidad como artistas de equivocarse y de que ese equívoco descubriese nuevas formas de expresar, de comunicar, de contactarse con el público. Es además una invitación a las generaciones presentes. Para algunos volver a mirar y para otros descubrir algo que, con la aceleración de los tiempos en la plataformización de la mirada, también complica mirar un poco qué fue aquello que nos precedió. La suma de todas estas cosas creo que hacen que la exposición sea un espacio importante y poco común. Es impensable el teatro, desde sus orígenes, sin una vinculación con las artes visuales”, afirma Tantanián.
Del Di Tella al Parakultural
Nos vamos a detener especialmente en los espacios que abren y cierran el recorrido: el Di Tella y el Parakultural.
La recreación de la escalera de “El Timón de Atenas” de Shakespeare en el Di Tella bajo la dirección del visionario Roberto Villanueva. Afiches, fotografías de algunas obras y la voz del director, nos trasladan a la agitación creativa de ese epicentro de la avanzada artística de su tiempo. Allí, Alfredo Arias, Ángel Elizondo, Norman Briski, Jorge Bonino, Grupo Lobo, Kado Kostzer, Les Luthiers, Marilú Marini, Mario Trejo, entre muchos otros, participaron en experiencias que buscaban disolver los límites entre disciplinas creativas como la performance, el happening, lo multimedial y la danza. Financiado por la empresa Siam Di Tella, en una especie de mecenazgo o patrocinio cultural, tomado del modelo norteamericano, fue un espacio ubicado en la calle Florida 936 y sobrevivió hasta que la guadaña de la dictadura encabezada por Juan Carlos Onganía lo clausuró debido a su “carácter subversivo y apoyo a las vanguardias artísticas”.
El Parakultural, por su parte, era autogestivo, un espacio de exploración y reunión, casi un lugar de trinchera donde se podía encontrar a Alejandro Urdapilleta envuelto en una cortina de voile que lucía como si se tratara de seda, a Batato Barea con su largo cabello rojizo y a un escuálido Humberto Tortonese que siempre terminaba sufriendo los embates de Urdapilleta. Los tres, en opinión del prestigioso crítico y escritor Ernesto Schoo: “Venían a demoler el mundo para construir uno mejor”. Allí pudo verse, por ejemplo, “Las poetisas”, donde encarnaban a mujeres decadentes y grotescas que, a través del humor absurdo, por momentos despiadado, realizaban una crítica social.
En ese sótano de la calle Venezuela 336 también nacieron Las Gambas al Ajillo, del que formaban parte Verónica Llinás, Alejandra Flechner, María José Gabin y Laura Market. Su estilo feroz hincaba el diente en el machismo, el militarismo, el consumo y el estereotipo de género con una estética punk, casi carnavalesca que incluía vestuarios exagerados y maquillaje excesivo.
En una sociedad como la nuestra, tan esquiva a ejercitar la memoria de tiempos idos, esta oportunidad que nos brinda el Museo de Arte Moderno debería aprovecharse para replantear la generación de un archivo sobre la actividad escénica argentina. Ojalá, así sea.
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