A fines del año pasado, el país pareció alcanzar uno de esos consensos etéreos (por lo inconsecuentes) que repitieron como un mantra los referentes de todos los espacios políticos: “hay que cambiar los planes sociales por trabajo genuino”. Nadie dijo, claro, que se trataba de un deseo tan loable como inasible porque para lograrlo hay que superar, al menos, dos desafíos mayúsculos. El primero, que las personas que se incorporan al mercado laboral oferten servicios competitivos. El segundo, incluso más improbable, que haya demanda de trabajadores en el mercado. Cada uno de estos puntos amerita un artículo independiente.
Trabajo. Enfoquémonos en el segundo obstáculo dando por sentado, en un ejercicio que supone mucha y esperanzada imaginación: que el grueso de los beneficiarios de los planes sociales tiene las habilidades y conocimientos suficientes como para ser incluidos en el mercado laboral formal. La pregunta es…¿quién los contrataría? Según los datos del Sistema Integrado Previsional Argentino (SIPA), el empleo formal crece impulsado fundamentalmente por el boom del cuentapropismo y del trabajo en el estado. Lejos de la postura romántica emprendedora, para la gran mayoría de las personas el trabajo independiente equivale a condiciones de (auto)empleo sin vacaciones, aguinaldos ni aportes, en un contexto de irregularidad en el ingreso, inestabilidad e incertidumbre. En el otro extremo, hay un estado con salarios de pobreza, monotributo eterno, baja profesionalización y que, por ende, profundiza la insostenibilidad de un modelo agotado.
Un atajo. Ante este escenario, el camino más rápido y seguro pareciera ser el de aumentar fuertemente el número de empresas formales. Pero Argentina conduce a contramano: desde el año 2011, el número de empresas registradas se mantiene estancado alrededor de las 600.000, a pesar del sostenido crecimiento de la población. Lo que significa que la cantidad de empresas per cápita decrece de manera constante. Para colmo, durante la pandemia, ese número se redujo aproximadamente un 10% según el estudio de CLAVES, basado en el reporte de CUIT.
Según los datos del GPS de Empresas del Ministerio de Producción, en 2018 en Argentina sólo había 14 empresas cada 1.000 habitantes. En términos relativos, Uruguay tiene tres veces más empresas, mientras que Chile nos cuadriplica. Post pandemia estamos peor. No sólo son pocas, sino que están mal distribuidas ya que en CABA hay 42 cada 1.000 pero en el norte hay sólo 7. Saliendo de la región, en países como Australia el número de empresas cada 1.000 habitantes más que sextuplica el de nuestro país.
Surge el interrogante: ¿por qué hay tan pocas empresas en la Argentina? Pero mirando los datos, la pregunta debería ser la inversa: ¿quién querría tener una empresa en Argentina, de manera honesta, en blanco y sin regímenes especiales ni condiciones de mercado tan excepcionales como artificiales creadas por el Estado?
Entre las muchas cosas que atentan contra la creación de empresas en Argentina, la primera es la inestabilidad macroeconómica, que es un espejo que refleja las variaciones que sufrirá la demanda de productos y servicios de las organizaciones. Basta comparar la variación anual del PBI de Argentina con el de España en los últimos 60 años, uno de los destinos predilectos de los argentinos para emprender.
La inestabilidad impide planificar, ya que los cambios constantes suponen continuos ajustes en la estructura. Para peor, la contracara de un contexto de alta incertidumbre es un marco jurídico rígido e inflexible, que impide que las empresas puedan adaptarse con velocidad a los cambios y tengan que afrontar costos extraordinarios para acomodarse a la realidad -o quebrar-.
Tradición argentina. Siguiendo con “la macro”, aparece el primer impuesto: la inflación extraordinariamente alta de Argentina, solo comparable con países atravesados por guerras y catástrofes naturales. El país tiene más inflación que el 97% de los países del mundo. Como los precios cambian todos los días, las empresas usan muchas horas de su día negociando y renegociando contratos (y buena parte de su negocio va a depender de su capacidad de hacerlo bien). Entre cláusulas gatillo y renegociaciones, llegamos al absurdo de tener 3 o 4 paritarias anuales. Más allá de los costos de transacción, un error marginal en el cálculo inflacionario puede no sólo aniquilar la rentabilidad, sino provocar el cierre.
Pero la inflación no es el único impuesto… Si bien 11 impuestos representan el 90% de la recaudación tributaria, la maraña superpuesta de tasas, cargas e impuestos municipales, provinciales y nacionales alcanza el dislate de prácticamente 170. En algunas industrias, una empresa tiene que pagar más de 40 impuestos diferentes para poder operar. No sólo son muchos, sino que son pesados, siendo Argentina uno de los países con mayor carga tributaria formal sobre la empresa a nivel mundial, llegando al absurdo de tener una tasa de imposición total (una especie de suma de impuestos que calcula el reporte Doing Business, del Banco Mundial), del 106%, lo que significa que los impuestos se llevan una suma equivalente a toda la ganancia y parte del capital. Es tan grosero este valor que invalidaría el artículo 17 de la Constitución Nacional que garantiza la propiedad privada – en la práctica, no aplica para quien es dueño de los medios de producción. Para comparar: en España esto sería algo superior al 45% y en Uruguay es cercana al 40%. ¿Dónde preferiría Ud. tener una empresa, en Argentina o en Uruguay?
La apuesta. Asumiendo que alguien todavía quiera emprender en el país, hablemos de “trabajo genuino”. Según el BID, en prepandemia, Argentina tenía el costo laboral no salarial más alto de Latinoamérica. Después, vinieron la doble indemnización y la prohibición de despidos. En el contexto de una macroeconomía caótica (volátil, inestable e incierta), una mochila fiscal enorme, donde una empresa paga ingresos por actividad, además de por rentabilidad (utilidad prevista), tampoco hay flexibilidad para ajustar la planta de trabajadores. ¿Qué puede hacer un empresario en Argentina? Esto, claro, sin mencionar la industria del juicio laboral y los -cada vez más comunes- bloqueos extorsivos a las plantas. ¿Tomaría Ud. un empleado para generar “trabajo genuino”, en estas condiciones?
Como en la fábula de las ranas que hierven a fuego lento, nos hemos acostumbrado a que todo esto sea “normal”, pero es tan inverosímil que resulta prácticamente inexplicable para los extranjeros que consultan por Argentina para decidirse a invertir. ¿Cómo hace una mujer o un hombre de empresa para navegar a través de esta locura? ¿Qué sostiene los sueños y la energía creadora de los emprendedores argentinos? No es infrecuente escuchar que jóvenes empresarios y empresarias tengan enormes problemas de ansiedad o eventos cardíacos.
El futuro. ¿Cómo aumentar el número de empresas y generar condiciones de demanda de trabajo? No se necesitan más políticas activas ni promociones específicas. Basta de Ahora 12 y del Previaje. Es tanto más fácil: no maltratar constantemente a la empresa, dejemos de querer reinventar la economía con controles de precios, de cambios y más regulaciones inútiles. Dejemos de intentar cobrar a las empresas impuestos distorsivos, innumerables y burdamente superpuestos. Dejemos de sostener leyes laborales desarrolladas para la segunda revolución industrial cuando estamos en el medio de la cuarta, y que sólo sostienen privilegios de algunos sindicalistas y de algunos abogados, dejando a los trabajadores cada vez más pobres. Urge ajustar el marco regulativo de un país inviable. No hay nada nuevo bajo el sol, hay que seguir el camino que recorrieron la mayor parte de los países del mundo que han prosperado en las últimas décadas.
Roberto Vassolo, Economista y Profesor Titular del IAE Business School, Universidad Austral
Santiago Sena, Licenciado en Filosofía, PhD en Dirección de Empresas y profesor en el IEEM, Escuela de Negocios de la Universidad de Montevideo.
por Roberto Vassolo y Santiago Sena
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