La grieta histórica en la discusión económica en Argentina fue si el contexto internacional era un lastre o una corriente que empuja al país hacia el bienestar a pesar de sus conflictos internos. Era la discusión, casi a muerte, de la relevancia de los términos de intercambio en la capacidad de crecimiento de los países no desarrollados. El dilema deja de ser tema de conversación en círculos académicos por la vulnerabilidad de la economía argentina: altísima inflación, niveles de pobreza estructural inéditos, sin reservas, con precios relativos distorsionados y, como consecuencia, una economía estacada en la última década. En una estimación realizada por Robin Brooks, economista jefe del Institute of International Finance, Argentina quedó al fondo de la tabla regional en el aumento del PBI total en la década 2011-2021: -3%; cerca de Brasil (+3%) y muy lejos del podio de Perú (+39%), Chile y Colombia (+33%).
Alzas y bajas. Desde el 2001, las evidencias marcaron fases bien nítidas: de los precios deprimidos de los commodities a los precios récord que se iniciaron poco tiempo después y duraron hasta la crisis financiera global de 2008. El otro ciclo, a la baja, implicó volver a la época de vacas flacas y restricción externa, duró hasta el inicio de la pandemia. La paradoja fue que, en medio de un escenario hostil generalizado, nacía otro marco que se vino prolongando en el tiempo: el boom de los precios de productos primarios que benefició no sólo al país sino al resto de productores de bienes primarios. Para Argentina significó que aún en una campaña con sequía, obtuviera el segundo registro histórico de exportaciones agropecuarias. Pero también llegaron otras huellas que dejó la pandemia la economía global y cómo terminará afectando a una economía con bases tan endebles como la nuestra.
“Es un ciclo extraordinariamente positivo”, enfatiza Jorge Castro, presidente del Instituto de Planeamiento Estratégico. El analista explica que estamos frente a un nuevo súperciclo de los bienes primarios motorizado por la explosión de la demanda de China, cuya economía sobrevivió a la pandemia en 2020 (+2,1% del PBI) y se creció un 8% durante 2021.
El protagonista. El gigante asiático es una verdadera aspiradora de energía y alimentos y se convirtió en el primer exportador neto de capitales (tuvo un superávit comercial de US$ 650.000 millones en 2021), superando a los Estados Unidos en el inversor mundial por excelencia. El tema no sólo afecta al mercado agropecuario global, con precios sostenidos, sino también a los exportadores mineros y energéticos. Chile, por ejemplo, vive un boom del cobre, que toca los US$10.000 la tonelada y hasta se proyecta un techo aún mayor para 2025. El barril de petróleo subió 60% y gas natural, creció 45% en los últimos doce meses. Para Castro este es sólo el emergente de un nuevo ciclo largo que podría durar más que el anterior y que surge como fruto del brutal crecimiento de la productividad.
¿Modelo argentino? Para el economista Roberto Vassolo, investigador del IAE, la pregunta que da vueltas en el mundo es si la inflación será un fenómeno temporario, o si esta reversión será más lenta. “Tiendo a creer que al mundo le costará bastante más de lo que estiman hoy los mercados volver a valores pre-pandemia.
La razón está en los incentivos de quienes definen la política monetaria”, explica. En el caso de la Reserva Federal, por ejemplo, Vassolo proyecta que subir la tasa de interés y retirar el estímulo monetario, impactará negativamente en el precio de las acciones (que concentra casi la mitad del stock de ahorro de las personas y los fondos previsionales) y terminará pegando fuerte en los objetivos de empleo. Otra incertidumbre que impide proyectar las mismas soluciones que antes.
El Banco Mundial ya proyectó un crecimiento global menor para este año (+4,1%) por el impacto del Omnicrom, que en el caso de los Estados Unidos implica un aumento del PBI del 3,7%. Cualquier volantazo monetario afectaría drásticamente esta previsión por lo que se espera que tampoco haya una caída brusca en la tasa de inflación, que apuesta a ser controlada a medida que las finanzas públicas se terminen de recomponer y la demanda de dinero pueda digerir el tsunami monetario de 2020.
Impacto cercano. Para la economía argentina, hay tres variables externas que afectan decididamente su vitalidad durante este año: un horizonte financiero internacional despejado, saldos exportables sostenidos y el precio de la energía.
Llegar a buen puerto la larga negociación con el Fondo Monetario Internacional tendrá tres efectos inmediatos: oxígeno para el marco institucional, un programa explícito con metas para cumplir y el desahogo de no tener que hacer desembolsos por los próximos dos años. Una de ellas sería la de acrecentar el nivel de las actuales exiguas reservas del Banco Central para tener “poder de fuego” en el mercado de cambios. Y con mercados cerrados al crédito, la única aguja que puede moverse es la de incrementar los saldos exportables, ya sea mediante una devaluación acelerada o mejores precios de los productos. Aquí la novedad es que, pese al mal clima con el que empezó el año, la cosecha “sólo” se perjudicaría en no más de US$ 2.900 millones y US$ 4.800 millones (1% del PBI) en su impacto final en toda la cadena. Dante Romaro, gerente de Análisis de Mercado de la firma FyO, estima que el pico de precios que se dio en la última semana par la soja (rozó los US$600 la tonelada) está descontando la mala producción de Brasil, también por factores climáticos. “La ventaja para Argentina este año, es que acá la producción caería como máximo 10%, y los precios subieron casi 30%”, aclara.
Cuenta que los fondos especulativos actuaron apuntalando esta suba y podrían seguir comprando hasta que el impacto climático en Sudamérica esté definido. “Una vez que China haya armado su aprovisionamiento, los ojos pasan a la nueva cosecha de EE.UU y con los márgenes que hay deberíamos ir a fuerte aumento de producción”, concluye.
Del subsuelo. Finalmente, la otra parte de la ecuación es el precio de la energía, que tiene un impacto doble en la economía argentina. A corto plazo, aumentará la presión importadora con los precios del gas en ascenso (casi US$ 5.000 millones en 2021) y la reticencia del Gobierno a racionalizar su consumo mediante las tarifas. En los últimos tres años, aumentaron 9% y los expertos calculan que con una suba del 130% recién tendrían un efecto. Lo mismo ocurre con la electricidad, cuya matriz sigue dependiendo para la generación del fuel-oil y el gas.
Pero también impulsará el sueño adormecido de Vaca Muerta, la cuenca petrolera y sobre todo gasífera con más proyección del país. Los únicos cuellos de botella que podría enfrentar el sector para un boom productivo es la escasez de fondos para acelerar las inversiones y el sinceramiento interno y sostenible de los precios internos.
El compromiso con el FMI de recortar el drenaje de fondos para cubrir la brecha entre los costos crecientes y las tarifas congeladas con inflación corriendo al 50% anual, tuvo una salida de compromiso en el mapa de los castigados con la quieta de subsidios en el área metropolitana. Por su acotado impacto (se estima que habrá 500.000 medidores en esta situación) no se espera que corrija el desequilibrio que arrastra el sector desde que la inflación reapareció con toda su furia y las tarifas se volvieron sensibles al humor político. Un rompecabezas para armar donde, esta vez, no todo depende de la estrategia de cabotaje. Los demás, también juegan.
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