Como en el memorable cuento de Rodolfo Walsh, hoy el kirchnerismo festejó su “oscuro día de justicia”. La muerte del juez federal Claudio Bonadio fue interpretada en las redes de opinión oficialista como una especie de reparación simbólica por todos los padecimientos de Cristina Fernández y asociados, a manos del magistrado que pasó de amigo peronista a verdugo al servicio de los gorilas.
En un “país normal” -como definió Néstor Kirchner a su proyecto para la Argentina-, el fallecimiento de un juez no implicaría necesariamente la decrepitud de las causas que tenía a cargo. Pero como en estas tierras sureñas nunca se sabe, los sacapresos cristinistas gozaron de esta jornada mortuoria con niveles de necrofilia en sangre solo comparables al que mostró otra parte del país cuando se supo del infarto irreversible del ex presidente patagónico.
Puede ser fantasiosa la sensación de que sin Bonadio ya nada será igual. Pero el kirchnerismo ha demostrado de sobra su tenacidad para armar profecías autocumplidas, tanto a favor como en contra de sus intereses. Y a partir de hoy, la idea de que el viento puede cambiar pronto de dirección en Comodoro Py gana suficiente peso en sectores del oficialismo como para reevaluar los tiempos tiempos y la magnitud de la reforma judicial que anunció Alberto Fernández en su discurso de asunción.
Después de todo, quizá no haga falta dinamitar el organigrama judicial vigente para garantizar la libertad de la Jefa y su entorno. Al contrario: acaso podría resultar contraproducente, poniendo excesivamente a la defensiva a jueces y fiscales que acaso no tengan intención de entrar en la guerra del Lawfare.
Si la amenaza K de desatar un tsunami tribunalicio empieza a demostrar su poder disuasivo, las deudas de la Vicepresidenta & Co. con la Justicia podrían entrar en un largo proceso dilatorio, una especie de reperfilamiento procesal muy parecido a un pagadiós. Y todos contentos.
Galería de imágenes
Comentarios