A un año de su nacimiento, la criatura política bifronte, ideada por Cristina y apadrinada por Alberto, todavía no camina. Si bien en 2019 tuvo un período de gestación electoral óptimo, el bebé de Les Fernández tuvo su bautismo de fuego recién cuando salió de la incubadora del Instituto Patria para ser depositado en la Casa Rosada. Desde entonces, se la pasó llorando, pataleando, haciendo sus necesidades en cualquier lado y llevándose a la boca todo lo que pudo. A pesar del complejísimo primer año de vida que le tocó atravesar, sus signos vitales y reflejos siguen intactos, mostrando la resiliencia de las especies genéticamente peronistas. Sin embargo, todavía no queda claro si su alta resistencia para tolerar los embates de la realidad externa tiene su contrapartida en la capacidad de adaptarse al mundo real, más allá de su pulsión insistente de cambiarlo a imagen y semejanza de sus deseos y fantasías. En definitiva, al engendro experimental de Les Fernández le falta desarrollar -o demostrar- su habilidad y voluntad de aprender.
Hasta ahora, ninguno de los dos dio señales de reconocer sus propios errores y tratar de corregirlos. Más bien se entretuvieron señalando y quejándose de los fallos del otro: Cristina lo hizo públicamente sin demasiados eufemismos, y Alberto optó por filtrar su fastidio mediante terceros de su entorno y de periodistas confidentes.
Aunque les repugne la comparación de su alianza con un matrimonio por conveniencia, la pareja presidencial no pudo esquivar el cliché de las relaciones tóxicas, donde uno siente que entrega demasiado pero el otro cree que recibe demasiado poco. Si cambiamos de metáfora y comparamos a Les Fernández con una empresa, donde ella es dueña, heredera y fundadora, y él es el CEO de confianza, tampoco lograron crear valor juntos en lo que va de la gestión: la potencia política y electoral del Frente de Todos sigue siendo grande, pero el todo no ha superado la suma de sus partes asociadas. El peronismo, el massismo, el sindicalismo, el neocamporismo, el cristinismo íntimo y el abortado albertismo continúan aportando como socios diferenciados al proyecto, pero todavía muy pero muy lejos de una síntesis superadora y creativa. La tradicional bolsa de gatos del peronismo ha chillado y arañado mucho más de lo que, a esta altura del mandato, se ha reproducido.
Este síndrome de balcanización que hasta ahora no logró suturar la coalición gobernante tendrá un rebrote antes de que termine el verano, a medida que el baile de las lapiceras y las listas sábanas adquiera velocidad. Sería duro para la imagen de autoridad presidencial que la sociedad vuelva a escucharlo decir, como lo hizo en las elecciones de 2019, que no le interesaba manejar la lapicera de las candidaturas, lo cual dejó la sensación de que Máximo Kirchner es el auténtico depositario del poder delegado en parte por la autonominada Vicepresidenta. En el medio de ese tira y afloja por cargos electivos en todo el país, se verá claro el empoderamiento acumulado -o derrochado- por el Presidente hacia adentro de la alianza oficialista. Y, con el debate oportunista sobre la conveniencia de las PASO, el Gobierno seguirá manchando, durante la primera mitad del año, sus ya desprolijos modales republicanos.
En ese manoseado protocolo institucional, la relación del Poder Ejecutivo con el Judicial será todavía más explosiva en el 2021 de lo que fue en este primer año. Aquí también sigue el empate tenso entre el reformismo albertista, la disrupción cristinista y el continuismo del Palacio y Comodoro Py. La diferencia es que el tiempo se acaba para los oficialistas ansiosos que quieren dar vuelta las causas anti K, antes de que lleguen las elecciones de medio término, que pueden abrir una Caja de Pandora política con demasiada influencia en los tribunales de la nación. Si esa cuenta regresiva impacienta a Cristina, directamente enloquece a los “presos políticos” del anterior kirchnerismo, que ya le reclaman abiertamente un indulto presidencial a Alberto Fernández. Aquí se ubica la gran cuenta pendiente del Frente de Todos y de la fórmula presidencial, que todavía no puede ni se anima a decidir qué piezas de su rompecabezas tendrá que inmolarse para esquivar la espada de Damocles judicial con la que asumió el kirchnerismo. Con optimismo negador y bastante soberbia, el oficialismo apostó -y acaso todavía apuesta- a que se salven todos, incluso la dignidad institucional del profesor de Derecho Alberto Fernández. Pero ya pasó un año, y la Reforma Judicial que vertebra el plan de Gobierno desde el día cero arroja pocas alegrías por las que brindar. Si a eso le sumamos más de 40 mil muertos por la pandemia, un año de escuelas cerradas y medio país hundido en la pobreza, la única alternativa para que la extraña criatura de apellido Fernández se ponga de pie de una buena vez es que vuelva a nacer.
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