Wednesday 3 de July, 2024

ESPACIO NO EDITORIAL | 04-06-2024 06:30

Ansiedad, falta de concentración, y la posibilidad de la espera. Columna de la Lic. Luciana Comerci

La ansiedad como señal de alarma frente a la inmediatez e imperativo de tener que poder con todo, nos permite pensar en las características de la época y otro síntoma frecuente: la falta de concentración.

Hace unas semanas, revisando unos papeles, encontré la carta de una amiga que me escribía desde la costa uruguaya cuando teníamos dieciséis años. Hablar por teléfono internacional era impensado para dos adolescentes en aquel entonces. Su carta trataba sobre su encuentro con el chico que le gustaba y cómo necesitaba contármelo todo terminando con la frase “¡y ahora tengo que esperar a que te llegue la carta y me respondas!”. De eso fue hace poco más de veinte años. Veinte años redujeron el tiempo de espera de 5 días -el ir y venir de las cartas- al ínfimo lapso que implica un intercambio por WhatsApp.

Cabe preguntarse cómo es que, si todo es tanto más rápido, la ansiedad -definida por la RAE como “angustia o inquietud por algo que va a suceder o que se teme que suceda”, sea uno de los síntomas más frecuentes en la actualidad, conllevando dificultad para concentrarse, malestar físico, pensamientos intrusivos, etc.

Corrientemente se escucha en el consultorio, o hablando con estudiantes, cómo el espectro de atención y concentración se nota afectado. ¿Por qué pensar que esto pueda tener que ver con la ansiedad generalizada que se da en la sociedad actual?

La ilusoria posibilidad de la inmediatez temporal de todo, sumado a la lógica del discurso capitalista de “tener todo lo que se quiere”, y el “poder con todo” -que muchas veces se vuelve casi orden venida desde afuera bajo el lema “vos podés”, prolífero en las redes sociales- contrario a lo que podría pensarse, abruma. Esta inminente, y falaz, posibilidad de alcanzar el Todo, no da espacio a la aparición del otro, del intercambio y enriquecimiento, que el otro -par y asimétrico- pueden ofrecer al sujeto. La cercanía al “Todo”, se vuelve así fuente del padecimiento ansioso, porque son muchas cosas que atender, es el absoluto, y ¿cómo hacer todo a la vez? No se trata de desconcentración tal vez, sino de la presión de deber estar atentos por demás, sin posibilidad de orden, porque todo es “para antes de ayer”.

Para decirlo de otra forma, es tal la fantasía de que todo se puede hacer, tener y ser, “más rápido” y sobre todo “en soledad” que pareciera descartarse así la necesaria presencia de los otros para alcanzar los propios deseos. “Tengo que saber hacer esto, en tiempo y forma, porque -se supone- que debo poder, porque soy capaz, puedo con todo”. Esas autoexigencias se vuelven ordenes que aplastan el deseo -que no existe sin hiancia, sin espacio, sin espera- y entonces cualquier variable externa que pueda poner esto en duda, no hace más que socavar la subjetividad. Allí pues aparece la ansiedad, como señal de alarma para indicar que algo puede ir mal, y claramente con esta lógica, algo siempre saldrá mal.

La frase “me quedé hablando como loco malo” ejemplifica la importancia de la palabra, propia, dirigida al otro, siendo escuchada por ese mismo, como rescate de la locura que provoca estar solos en el mundo; así como la palabra del entorno social dirigida hacia uno. Es condición de posibilidad del ser, la espera que conlleva inevitablemente el encuentro con el otro. Ese encuentro supone siempre un espacio en el que hay que tolerar el no todo y el no ya. ¡A veces no recibir una respuesta inmediata por WhatsApp se vuelve terrible!

Hay una temporalidad cronológica, pero también de otra índole, que se requiere para que aparezca otro que de sentido, en el lenguaje sobre todo, a la propia subjetividad, conllevando esto el efecto pacificador, incluso para concluir en que “no era necesario poder con todo solo”.

En el mundo actual, donde se suele hablar del individualismo como característica de la época, saber reconocerse limitado, con cosas por aprender -de y con los otros- no solo nos da la chance de bajar la exigencia desmedida sobre uno mismo, sino también la oportunidad de reencontrarnos con los demás y sus efectos. Porque nadie nació sabiendo, y nadie aprendió a hablar sin otros. Aún más, nadie fue hablado en soledad, sin las palabras de los otros significativos -para bien, y para mal-.

Datos:

Lic. Luciana Comerci Pinella

Te acompaño a concretar tu proyecto universitario.

@cmotivacionestudiantil

Cel: 1154551648

por CEDOC

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