Convertir un espacio vacío en un escenario que emocione no es una tarea sencilla. Para Giselle Lázzari, escenógrafa y diseñadora de ambientaciones, ese es el punto de partida de cada proyecto: provocar sensaciones, construir relatos visuales y hacer que cada elemento dialogue con el todo.
Con una formación sólida y una impronta personal marcada por el equilibrio entre lo clásico y lo contemporáneo, Lázzari se ha convertido en una de las creadoras más solicitadas en el mundo de los eventos, la moda y el diseño de experiencias inmersivas. Su filosofía es clara: el diseño no es solo estética, es emoción. “Hoy el diseño se piensa desde lo inmersivo, para que el recuerdo movilice internamente al espectador y logre una experiencia que se torne inolvidable”, afirma.

Su método combina un exhaustivo estudio del entorno arquitectónico con la elección precisa de colores, texturas y recursos visuales que potencien —y nunca opaquen— a quienes protagonizan la escena. “La escenografía debe acompañar al acto artístico. Cuando adquiere más protagonismo que el propio artista, deja de cumplir su función”, explica, defendiendo un enfoque colaborativo que pone en valor el trabajo en equipo entre ambientadores, iluminadores, sonidistas y creativos.
Además de su talento técnico, Lázzari se distingue por su capacidad de sintetizar conceptos complejos en imágenes potentes y memorables. Sus ambientaciones buscan impactar de forma inmediata pero perdurar en el recuerdo, algo que logra gracias a un uso inteligente del color, la línea y el ritmo espacial. “Me gusta trabajar sobre colores que generen contraste, monocromías que queden grabadas en la memoria visual de quien atraviesa ese espacio”, resume.

En un contexto donde la industria creativa exige cada vez más propuestas innovadoras, Giselle Lázzari emerge como una figura que entiende que la escenografía no solo viste un lugar: le da alma.














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