Friday 19 de December, 2025

ESPACIO NO EDITORIAL | 17-09-2025 16:16

La corrupción no es “viveza”: es el síntoma de cerebros traumatizados

Durante años se creyó que la corrupción era parte de la “viveza criolla”, un rasgo cultural casi folklórico. Pero nuevas miradas desde la neurociencia y la fenomenología humana muestran algo más profundo: corromper, engañar o abusar no es inteligencia, es repetir un trauma no sanado. Desde esta perspectiva, la especialista en fenomenología y procesos de transformación social, Luisa Andreoli, responde preguntas clave sobre cómo los traumas individuales constituyen la base sobre la que más tarde se gesta la corrupción, y cómo la transformación de la conciencia personal puede generar un efecto dominó capaz de impulsar cambios colectivos.

El abusado abusa: la cadena oculta de la corrupción

—¿La corrupción es cultural o de dónde nace?

—La mayoría de las conductas corruptas nacen de cerebros dañados, abusados o humillados en algún momento. La “viveza” es solo una máscara que oculta dolor.

—Entonces, ¿no hay astucia?

—No. Lo que parece astucia es un eco del abuso sufrido.

Ejemplos claros:

   •          Quien fue abusado, abusa.

   •          A quien lo engañaron, engaña.

   •          A quien no lo respetaron, no respeta.

   •          A quien le mintieron, miente.

—¿Por qué pasa esto?

—Cuando el trauma permanece invisible o negado, se integra silenciosamente en la identidad de la persona. Todo lo que queda atrapado dentro busca salir. Si no se transforma con amor y conciencia, se transfiere a otros. No es maldad: es ceguera, es dolor buscando una salida, aunque sea destructiva.

Pasa como mecanismo en las familias y, a escalas mayores, también con dirigentes de nuestra sociedad. Aunque se lo intente ignorar o rechazar, se manifestará de manera inconsciente en cómo la persona se relaciona consigo misma y con los demás. Es como un guion invisible que termina dirigiéndoles la vida sin que la persona siquiera se dé cuenta.

El espejismo del alivio: “sacarse el saco” del trauma

—¿Cómo funciona este mecanismo?

—El proceso es como un espejismo psicológico. La persona siente que, si le hace a otro lo mismo que alguna vez le hicieron —mentir, robar, atropellar—, se “saca de encima” el peso del dolor. Cree que al repetir la herida la transfiere: “ya no la cargo yo, ahora la carga otro”.

—¿Y realmente lo logra?

—No. Ese aparente alivio es apenas una ilusión. Dura segundos, porque el cerebro interpreta momentáneamente que “la carga cambió de dueño”. Pero luego, lejos de liberar, ocurre lo contrario: el dolor se refuerza. Cada abuso, cada mentira, reactiva las zonas cerebrales de la herida original, fortaleciendo la memoria traumática. El ego cree que ganó, pero en realidad el trauma se multiplica.

—Lo que nadie dice

Ese ciclo genera una adicción psicológica: breve alivio seguido de refuerzo del sufrimiento. La persona cree que encontró una salida, pero está atrapada en el mismo mecanismo que la daña.

La libertad nunca llega dañando, sino mirando hacia adentro, tomando coraje y reeditando esa memoria. El efecto: sentirte de una manera que nunca antes habías logrado sentir; es el famoso ave fénix resurgiendo de las cenizas. Solo así te das cuenta de que tu pasado ya no domina tu presente.

Neurociencia del victimario

—¿Qué diferencias tiene el cerebro de una persona corrupta?

Las neuroimágenes muestran que el trauma no reparado deja marcas en tres áreas clave:

   •          Amígdala hiperactiva: alerta constante, miedo que no se apaga.

   •          Hipocampo distorsionado: recuerdos de peligro que confunden la realidad.

   •          Corteza prefrontal debilitada: menos empatía, menos regulación de culpa.

—¿Cómo se traduce esto en la corrupción?

—El otro deja de ser un semejante: se convierte en un objeto sobre el cual descargar tensión. La persona lo usa para repetir lo que no pudo procesar y, de alguna manera, recrear su trauma.

—¿Qué hay detrás de esa necesidad de dañar?

—Muchos crecieron sin ser vistos, reconocidos ni amados. Hoy se desprecia a sí mismo y proyecta ese vacío. Solo podemos dar lo que tenemos. Por eso manipula, engaña o humilla: está mostrando el dolor que alguna vez recibió.

Ejemplos cotidianos:

   •          Jefe que interrumpe y silencia a sus empleados, imponiéndose o sometiéndolos.

   •          Político desinteresado por las necesidades de los ciudadanos.

   •          Persona que humilla a otros para sentirse fuerte.

Al no poder reconocerse su propio valor, tampoco reconoce el valor ajeno. En esa incapacidad de verse y de ver, se instala la corrupción.

Placer al dañar: el lado oscuro del narcisismo

—¿Por qué algunos sienten placer al dañar?

—En narcisistas y personas antisociales, el núcleo accumbens libera dopamina al manipular o dominar al otro. El cerebro aprende a asociar daño con recompensa química. Donde hay luchas por poder, no hay amor. Por eso uno de nuestros problemas como sociedad es haber tenido durante tanto tiempo dirigentes desinteresados en el servicio, que no quieren a su gente.

—¿No sienten culpa ni empatía?

—La amígdala y la ínsula, que nos permiten resonar con el sufrimiento ajeno, funcionan débilmente. La corteza prefrontal apenas regula la culpa. Resultado: mínima incomodidad frente al daño y cero remordimiento.

—¿Qué hay detrás de esa forma de placer?

—Lo que parece poder es en realidad una carencia profunda de dignidad y de amor propio. Estas personas no tienen acceso al verdadero poder interior —ese que nace de la autoestima, la coherencia y nuestro centro cardiaco— y por eso su único poder posible son los “sustitutos del ego”, construidos desde máscaras, apariencias, manipulación y sometimiento de otros.

No es poder real: es vacío disfrazado. Incapaces de amarse o reconocerse, buscan controlar a otros y tratarlos como títeres. Se creen audaces, pero están perdidos en su propia sombra.

Y esa es la peor de las tragedias: morir sin haber construido relaciones genuinas con nadie. Son víctimas, pero también cargan con un enorme karma por el daño colectivo que generan. Cumpliéndose así el “cosecharás lo que siembras”, la ley más básica de causa y efecto que rige nuestro planeta, y que deberíamos enseñar en las escuelas.

La corrupción como desprecio a la madre y a la tierra

—¿Dañar al país tiene relación con nuestra historia personal?

—Sí. Según la psicología sistémica, la patria y la tierra son extensiones de la madre. Quien no honra ni agradece a la madre, inconscientemente desprecia su vida, su entorno y su patria.

—¿Qué ayudaría?

—Reconocer que la vida es un regalo y que cuidar la tierra y el país es también cuidarse a uno mismo.

De la cultura a la reparación

—¿Cómo se combate la corrupción?

—Pensar la corrupción como producto del trauma no significa justificarla, pero sí comprender que detrás de los grandes sistemas abusivos hay historias marcadas por el dolor y la desconexión.

Una sociedad que naturaliza el maltrato, la desigualdad y el silencio frente a los abusos cotidianos sigue fabricando cerebros traumatizados y, por lo tanto, conductas corruptas.

La salida no está en la burla ni en la condena moralista, sino en abrir espacios de reparación:

   •          Educación emocional desde la infancia.

   •          Acompañamiento psicológico accesible.

   •          Conversaciones fundamentales en los centros educativos.

   •          Políticas públicas y programas que trabajen la memoria del trauma.

El gran problema de una sociedad —como también de una familia— es cuando las personas están tan sobreadaptadas al abuso que ni siquiera lo reconocen. Y si no lo reconocen, ¿cómo podrían diseñar planes para cambiarlo?

Una reflexión final

La corrupción no es astucia ni “viveza”: es el síntoma de heridas profundas que atraviesan individuos y sociedades. Mientras la mentira, el engaño, el abuso, la manipulación y la falta de empatía sigan presentes incluso dentro de nuestras familias, jamás veremos un cambio real en las cientos de miles de personas que conducen un país. En definitiva, ellos son el reflejo de lo que ocurre abajo, en nuestra sociedad y en nuestras familias. Seguiremos atrapados de crisis en crisis, repitiendo los mismos patrones como en un loop interminable.

El primer paso es ocuparnos de nuestro propio “metro cuadrado”: asumir conciencia individual, reparar lo que está dentro y cultivar compasión, honestidad y responsabilidad. Desde allí, como un efecto dominó, nuestro cambio puede irradiar hacia lo colectivo, transformando comunidades, instituciones y, finalmente, la realidad de todo un país. Solo así la corrupción irá perdiendo fuerza.

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