El resumen para algún despistado podría ser así: la final de “Bake off”, el reality de pastelería, se había grabado en 2019 y había consagrado ganadora a Samanta Casais. El programa se emitió por Telefé en los últimos meses y, casi en la final del show, los televidentes denunciaron a través de redes sociales que la ganadora no era pastelera amateur, el requisito fundamental para jugar. La producción del programa resolvió, entonces, dar un giro sorpresivo: le quitó el premio de $ 600.000 y se lo adjudicó a Damián Betular, quien había quedado en segundo lugar. Sin embargo, es prácticamente imposible que exista algún argentino que no se haya enterado del escándalo de los cocineros. El ciclo, que alcanzó el pico más alto del rating de 2020 de la televisión, fue uno de los temas más conversados en la agenda pública y puso en la mira a un género que genera tanta atracción como suspicacias. Personas comunes que deciden convertirse en protagonistas del espectáculo se combinan con profesionales que saben que los conflictos son fundamentales en una buena historia y que incluso aquellos inesperados como la mentira de Samanta tienen que ser aprovechados para que el debate nunca termine.
El reality show es un género propio del siglo XXI. Aunque “El Aprendiz”, el programa que condujo Donald Trump en Estados Unidos durante los ‘90, es el antecedente reconocido por todos los teóricos de la industria audiovisual, fue recién con el nuevo milenio que estos ciclos explotaron. Con “Gran Hermano” a la cabeza a nivel internacional, con el correr de los años fueron apareciendo nuevos formatos siempre exitosos. En los últimos años, los “reality show profesionales”, aquellos en los que las personas llegan básicamente para mostrar alguna habilidad y conseguir trabajo, son los que más funcionaron, y “Bake off” es la máxima expresión nacional de esta tendencia.
La idea de que personas comunes y no vinculadas al espectáculo abran las puertas de su intimidad genera identificación y televidentes comprometidos con las historias. Y el auge de las redes sociales intensificó ese vínculo entre espectadores y show al punto de que, en el caso de Samanta, fueron los propios tuiteros los que “investigaron” su currículum y expusieron que, lejos de ser una principiante, había trabajado en cafeterías de renombre como Café San Juan y que hasta había tenido un emprendimiento de pastelería. El fantasma de que el premio había sido arreglado cobró fuerza y hasta las máximas autoridades de la producción tuvieron que pronunciarse al respecto y cambiar el final.
Televidentes fans. Las denuncias virtuales contra Samanta aparecieron tres semanas antes del episodio final. Cada domingo, en las horas previas al inicio del programa, en redes sociales no hubo otro tema de conversación: se filtraban audios de otros participantes enojados con la situación, se especulaba sobre el rol de los jurados y se generaban discusiones tan insólitas como interminables entre los defensores de la falsa pastelera amateur y sus detractores.
“Ese es el aporte de los realitys a la televisión: generan conversación. Antes uno llegaba a la oficina y charlaba sobre lo que había sucedido la noche anterior con 'Gran Hermano'. Tan motivado estabas a ‘conversar’, que hasta pagabas por llamar y votar. Ahora, en las redes, la conversación está más ordenada y los realitys dan lugar a un fenómeno que se llama ‘fan activism’ (activismo fan), que hace que los espectadores se organicen para promover algo a favor o en contra de un participante. Acá lo vimos con Samanta”, explica la analista de medios Adriana Amado. Según ella, la producción del show capitalizó bien la situación denunciada por los televidentes: “Le dieron una resolución elegante porque, básicamente, nos mantuvo a todos en vilo esperando el final”, agrega.
Marcos Gorban, el productor de los primeros ciclos de “Gran Hermano”, coincide con que el rol de los espectadores es fundamental: “Yo, por ejemplo, me enteré de que en la primera edición dos participantes, Gastón y Eleonora, habían planeado un complot porque explotaron las líneas telefónicas con llamados de personas que nos querían avisar que él le había dicho algo en el oído a ella”, recuerda.
Las peleas, estrategias y emociones de los participante no hacen más que alimentar este vínculo con los espectadores. Según Amado, en los realitys profesionales, lo que sucede es que se potencia la identificación entre quien está en su casa y lo que ve en las pantallas: “El conflicto y las intrigas son cosas con las que vive cualquiera en su propio trabajo. Entonces, lo que podría haber sido un supuesto problema para el programa, terminó siendo la confirmación de que esas actitudes son parte de la vida misma”, reflexiona.
Realidad editada. La parte más “oscura” apareció cuando llegaron las suspicacias acerca de cómo podía haber llegado a la final Samanta y que nadie lo hubiera notado. La idea de “arreglo” también es una constante en los realitys. En Argentina, en las redes también hubo acusaciones de “fraude” en la final de “Los dueños de la cocina” en 2016, y unos meses antes se había viralizado un video de los participantes de “Gran Hermano” en el que parecía verse que alguien de la producción les indicaba cómo debían comportarse. Lo mismo sucede en cada edición de “Bailando por un sueño”, donde los mismos participantes se meten en esas polémicas.
“Lo digo claramente: hice realitys en muchos países. Siempre aparece la idea conspiranoide de ‘está arreglado’. Pero a la producción no le importa quién gana. Lo que le interesa es tener un buen programa y una buena historia para contar”, insiste Gorban.
En la búsqueda de una buena historia aparece una pieza fundamental: el guionista. Sin embargo, los especialistas subrayan que su función está lejos de ser igual que en las ficciones. “En los castings, por ejemplo, son los que ven si el personaje es adecuado, si va a ser interesante, si tiene carisma. Al principio de ‘Bake Off’, por ejemplo, hubo un venezolano que después no funcionó, pero se nota que la idea era poner un inmigrante. El asunto es que después la gente puede no conectar con él”, cuenta Amado. “Tiene el mismo rol que un editor periodístico: el periodista recoge la información pero el editor seleccionará cuál es el título, cómo va a jerarquizar los datos o qué foto va a poner”, agrega Gorban. Los guionistas serán también quienes seleccionen qué se emitirá después de horas y horas de filmaciones.
El escándalo de Samanta llegó para reforzar que el reality es un género más vivo que nunca, que despierta emociones e identificación. Hasta el último momento, el mundo virtual se dividió entre samantistas y antisamantistas. No es casual. En todo caso, ¿quién no sintió alguna vez que un compañero de trabajo ascendía con una trampita o quién no mintió alguna vez en su propio CV?
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