Claudio "Chiqui" Tapia y Pablo Toviggino forman hoy la sociedad que ordena la AFA. Tapia ocupa el sillón principal, administra la relación con los clubes grandes, la Selección campeona del mundo y la representación internacional que incluye su lugar en FIFA por decisión de Conmebol. Desde ahí marca el rumbo político del fútbol y reparte cargos en el Comité Ejecutivo.
Toviggino es el ejecutor. Maneja la caja como tesorero y, desde el Consejo Federal, el vínculo con más de 200 ligas y miles de clubes de todo el país. En términos políticos, funciona como una especie de ministro del Interior. Habla con gobernadores, intendentes y dirigentes de todo el territorio.
El vínculo entre ambos se consolidó cuando Toviggino llegó a la estructura de AFA y ocupó lugares clave en la comisión normalizadora y luego en el comité que llevó a Tapia a la presidencia. En 2016 sumó un gesto extra: aceptó la vicepresidencia de Barracas Central mientras ya presidía el Consejo Federal, puente entre el ascenso porteño y el interior profundo.
En la práctica, Tapia conserva la firma y la legitimidad formal. Toviggino mueve los resortes: arbitrajes señalados, sanciones, premios, favores de calendario y respuestas públicas a cada cruce que hubo con jugadores, dirigentes y políticos. Este año tuvo una polémica con Patricia Bullrich y Guillermo Francos. Es un actvo tuitero y fanático de los caballos de equitación. Su poder territorial está en Santiago del Estero, donde tiene inversiones hoteleras y excelente relación con el gobernador Zamora.
Tapia y Toviggino construyeron un poder que combina una selección exitosa, clubes dependientes y un círculo mínimo donde todo se decide. El juego, por ahora, les funciona.














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