“Los pibes ya saben lo que es la libertad”. Con esas palabras y mirando a la cámara cierra Javier Milei un spot subido a su canal de Youtube. El calendario marca que faltan seis días para el momento en el cual mueren las palabras y se cuentan los votos. Es la recta final de una campaña electoral deslucida, que parece rutinaria y superficial en los contenidos que aborda (más allá de efímeros hits como el sexo, el porro o la foto en Olivos), pero también en los formatos que ofrece. Hay algo de racional y algo de desesperación en este último puñado de spots que buscan instalar temas mediante la polémica o la sátira. Pocas veces se ha registrado este nivel de desinterés y falta de motivación de la sociedad frente a un proceso electoral. Llegamos al final y la campaña no atrae la atención del público. Ante el contexto, las estrategias buscan hacer lo imposible, establecer una agenda pública con golpes de impacto publicitario.
La última víctima de estos sucesivos intentos ha sido el electorado joven. Se trata de un grupo numeroso para las elecciones (la franja de 16 a 25 años compone aproximadamente el 20% del padrón electoral), con consumos culturales y mediáticos diferentes a las previas generaciones y, principalmente, con poca identificación partidaria. Este “mercado desregulado” de las ofertas partidarias tradicionales es un segmento tentador para todo frente que pretenda renovar su audiencia.
Los intentos de las campañas por cautivar este segmento han sido, por el momento, poco efectivos. Pasando de la mimesis con las nuevas redes a formatos pretendidamente descontracturados, el resultado ha sido, para el deleite del público, una gran cantidad de memes sobre esos mismos candidatos.
Los propios jóvenes supieron conceptualizar bien este ruido comunicacional: el cringe, con su significado fluido por ser un neologismo, dando cuenta de esta mezcla de humor incómodo y vergüenza ajena que generaron muchas piezas comunicacionales. Después de todo, se trata de jóvenes adultos a quienes los políticos tratan como niños. Quizás en un tributo inconsciente a McLuhan (quien señalaba que el medio es el mensaje), suponen que el formato acotado en tiempo y espacio que ven en sus pantallas no da para más que el bailecito y el pancho en San Martín.
¿De la juventud maravillosa a los pibes libertarios? Cuando Cristina Fernández de Kirchner fue reelecta en el 2011 por el 54% de los votos, se instaló una idea con fuerte asidero en los datos sobre la opinión pública: los jóvenes se inclinaban masivamente hacia el kirchnerismo. En septiembre de 2010, en un acto de la Juventud Peronista, la propia Cristina le puso el mote de “juventud maravillosa”. Tras un proceso de estabilización a caballo del viento de cola, políticas de redistribución, el avance de causas de derechos humanos y el paulatino reconocimiento y puesta en agenda de reclamos sentidos, lograron politizar a las franjas más jóvenes de la ciudadanía.
Efectivamente, esos jóvenes fueron socializados durante la etapa ascendente del kirchnerismo y solidificaron una identidad en torno a esa identidad política. Pero los años pasan y al proceso político se lo lleva por delante el proceso biológico. La renovación del respaldo social no es automática para ninguna fuerza y la adhesión de los jóvenes al kirchnerismo parece estar en una merma lenta. Al mismo tiempo, la otra gran coalición de nuestro país (Juntos por el Cambio) no logró hacer pie en esta franja ni siquiera en sus mejores años.
El entusiasmo de los nuevos libertarios se debe, justamente, a que creen haber podido hacer pie en ese electorado tan elusivo. Esto parece ser cierto en los grandes centros urbanos, donde han logrado tener volumen a fuerza de una impronta anti-política, recreando una liturgia política rebelde a los formatos tradicionales. Pero no se trata, en cualquier caso, de una ola nacional sino apenas el comienzo de una trayectoria. Los números definitivos dirán quién está en carrera para ocupar este nicho. En cualquier caso, la moneda estará en el aire por unos días más.
*Por Augusto Reina y Marcos Doudtchitzky.
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