Pasó hace una década, pero todo era muy distinto en aquella Argentina. Néstor Kirchner venía de ser derrotado en las elecciones del 2009 frente a Francisco de Nárvaez, en lo que había sido un durísimo golpe al entonces Gobierno, y el oficialismo buceaba para intentar relanzar su gestión. Jorge Bergoglio estaba a tres años de ser Papa, y en aquel entonces no sólo se llevaba pésimo con el kirchnerismo –sentimiento que era compartido- sino que estaba lejos de ser el cura sonriente y bonachón de la sotana blanca y que hoy maravilla a millones a través de las superproducciones de Netflix. Ese otro costado suyo, el más sombrío, fue el que apareció durante la votación de la ley del Matrimonio Igualitario en el 2010.
Cuando el kirchnerismo tomó e impulsó el proyecto de Vilma Ibarra, Bergoglio se encontraba en una posición muy delicada. Tenía una pésima relación con el Gobierno, estaba cruzado con la “línea Roma”, el ala más conservadora de la Iglesia local, y además sentía la presión de muchos fieles que le pedían a él, arzobispo de Buenos Aires y hombre al mando de la Conferencia Episcopal, que liderara la resistencia contra la ley.
Encima no podía buscar apoyos en la oposición: luego de que el entonces jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, no apelara a fines del 2009 una sentencia judicial que permitía el casamiento de la primera pareja homosexual en la Ciudad -contrariando a la sugerencia bergogliana- el vínculo había quedado muy tenso. De hecho, luego de ese primer matrimonio, Macri fue a visitar a Bergoglio al arzobispado porteño. La reunión fue catastrófica. “Usted faltó gravemente a su deber de gobernante y de custodio de la ley”, le espetó el cura. Después el futuro Presidente hizo trascender a los medios que no le había gustado para nada que lo retara “tres veces seguidas”, y además se difundió que Macri se había retirado antes de lo pactado de aquel encuentro. Dicen que los jesuitas guardan un particular sentido del humor, y muchos se acordaron de este cruce en el 2016, cuando Francisco hizo que el encuentro con el entonces Presidente, el famoso del rostro largo en el Vaticano, durara literalmente lo mismo que el del 2009: 22 minutos. Mensaje divino.
Luego de que Bergoglio no pudiera imponer su posición frente al primer casamiento homosexual en la Ciudad, el ala dura de la Iglesia lo empezó a torear abiertamente. El cura debía responder, y lo hizo con un texto a fines de ese año. “La crisis de valores que hoy afecta a nuestra sociedad hace olvidar que el origen de la palabra ‘matrimonio´ proviene del derecho romano de toda mujer a tener hijos reconocidos en el seno de la legalidad. La palabra alude justamente a esa calidad legítima de `madre´ que la mujer adquiere a través del matrimonio”, dijo Bergoglio, en lo que con el diario del lunes parece un anticipo de la dura batalla que libraría al año siguiente.
Aunque quedó como el malo de la película, es curioso que el actual Papa era el más moderado del clero local, y de hecho estaba empezando a barajar la idea de que podía “aceptar” una unión civil entre personas del mismo sexo. Sin embargo, lo apretaba la interna, con Héctor Aguer, el obispo benémerito de La Plata y su histórico enemigo –el único cardenal argentino que se negó a hacer sonar las campanas en marzo del 2013, cuando Bergoglio se transformó en Francisco- a la cabeza. “Me extraña el silencio de Bergoglio, tiene que defender a la sociedad de leyes nefastas”, le había espetado antes Esteban Caselli, ex secretario de Culto del menemismo y uno de los hombres fuertes del ala más dura del Vaticano. Aguer, por su parte, hacía lobby para lograr que la Iglesia impulsara protestas callejeras, como había pasado antes en España cuando se había intentado aprobar una ley similar. Quería ir a la guerra santa, trampa en la que luego caería Bergoglio.
Los distintos puntos de vista llegaron a un enfrentamiento abierto en abril del 2010. La Conferencia Episcopal se reunió para definir su postura y, llamativamente, la idea que impulsaba Bergoglio perdió: ganó por %60 de los votos la del rechazo pleno a la ley. Fue un golpe profundo para Bergoglio: no podía imponer su liderazgo ni siquiera en la agrupación que en los papeles comandaba.
Quizás ese duro resultado lo haya llevado a cometer uno de sus mayores traspiés de toda su vida: se filtró, misteriosamente, una carta que le envió Bergoglio a monjas carmelitas en la que pedía hacer “la guerra de Dios” contra el proyecto de ley. “Aquí está en juego la identidad y la supervivencia de la familia: papa, mamá e hijos. Está en juego la vida de tantos niños que serán discriminados de antemano privándolos de la maduración humana que Dios quiso se diera con un padre y una madre. Está en juego un rechazo frontal a la ley de Dios, grabada además en nuestros corazones. No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política; es la pretensión destructiva al plan de Dios. No se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una ´movida´ del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”, decía Bergoglio.
Ese mensaje resultó ser un grosero error estratégico. Lo criticó gran parte de la dirigencia política, la sociedad civil despolitizada y hasta la “línea Roma”. El kirchnerismo usó esa carta para terminar de convencer a los que tenían dudas, y dejó una frase para la posteridad, como cuenta el periodista Mariano De Vedia en su libro “En el nombre del Papa”. Es de Néstor Kirchner, que, según lo que reconstruye el periodista, dijo en aquellos momentos que “no le importaban nada los gays, sino romperle el orto a Bergoglio”. Poesías de la época.
Aún así, el 15 de julio, día de la votación, en donde hubo marchas a favor y en contra del proyecto, el obispo de Buenos Aires hizo llegar un mensaje para que la leyeran en la movilización de 25 mil personas que no compartía la ley. “No se puede igualar lo que no es diverso. No es lo mismo un padre que una madre, tengamos cuidado”, decía.
La aprobación final de esa ley lo puso contra las cuerdas, y además es llamativo porque luego, ya en su época vaticana, Francisco se convertiría en uno de los más avanzados de la Iglesia en cuanto a la relación con el mundo homosexual. “Quien descarta a los homosexuales no tiene corazón, somos todos seres humanos y todos tenemos dignidad”, es una frase cabecera del Sumo Pontífice, que le ha traído varios dolores de cabeza por parte de la Iglesia más conservadora. Pero en julio del 2010 Bergoglio vivió sus horas más oscuras.
Comentarios