Alberto Fernández y su equipo más íntimo estaban terminando de almorzar cuando se les acercó el dueño del restaurante. El local es una coqueta parrilla argentina ubicada en el corazón de Nueva York, y el presidente y su comitiva habían pasado a comer en el primer día de su gira por Estados Unidos. El empresario se presentó y, sabiendo que al mandatario le gusta la música y el rock en particular, les contó que por en la misma cuadra estaba ubicado un famoso estudio discográfico.
Alberto no lo dudó, y después de comer pasó a conocer a Mark Plati, el histórico productor de David Bowie. La escena, que se viralizó luego de que el músico posteara la foto junto al argentino al día siguiente, desnuda el particular momento político de Fernández. Es el efecto casi mágico que genera la pérdida de poder: en Argentina circuló más la imagen suya sosteniendo una guitarra que el discurso que dio en la ONU, o que sus encuentros con la titular del FMI o los mandatarios de Francia y España. El rey, parece, está desnudo.
Millas
Por esto es que la parte del oficialismo que aún le guarda simpatía al presidente, masticó bronca durante estos días. “La gira estuvo muy buena, Alberto dio un discurso muy importante en la ONU, se llevó el visto bueno de Georgieva y del Fondo, se juntó con varios mandatarios de primer nivel, pero va y se manda esta cagada”, dice uno de sus colaboradores. Atrás de la resignación aparece una idea que ya es figurita repetida a esta altura: que Fernández no termina de entender la dinámica de lo que significa la investidura presidencial. “Es una estupidez, es obvio que una foto así va a rebotar por todos lados, no importa si estuvo dos minutos. No da el momento del país para esto”, apuntaba otro, desde la Casa Rosada.
El viaje en sí venía cargado de varias inquietudes. La primera fue la lista de integrantes. Al oficialismo entero le sorprendió la presencia de Aníbal Fernández. No fue para nada causalidad que el ministro de Seguridad se sumara por primera vez a los viajes de Fernández: el presidente quería mostrar en público el respaldo a su funcionario, en pleno tironeo por el rol de la Policía Federal en el fallido intento de asesinato de la vicepresidenta. La relación entre Aníbal y el camporismo, que siempre fue mala, atraviesa el peor momento.
Son muchos los que están en el círculo de Cristina Kirchner que lo apuntan por el malogrado operativo de seguridad. Como cualquier decisión en un partido dividido, la presencia del otro Fernández se procesó según el lente con que se lo mire: los albertistas lo sintieron un respaldo necesario -en esta tribu varias veces le reprocharon al mandatario soltarle la mano a los propios en los momentos difíciles- y para el resto fue una innecesaria mojada de oreja. Hay ahí un conflicto en puerta.
Sin embargo, el tema más delicado no podía ser otro que las elecciones del 2023, cada vez más cerca. Es que en su última gira, que fue por Europa, Alberto había dicho que “definitivamente” iba a ir por la reelección. Esa declaración había tenido el mismo efecto llamativo que ocurrió luego de su foto con el músico estadounidense: a pesar de que sus dichos causaron un tembladeral en el Frente de Todos, sólo un gobernador -Gustavo Melella, de Tierra del Fuego- salió a respaldar las intenciones políticas de Alberto. Si el Presidente había intentado iniciar un operativo clamor, le salió mal.
Por eso es que en el oficialismo había cierto temor por lo que pudiera suceder en este viaje. Se ve que al Presidente le llegaron esos recelos. En la conferencia de prensa que hizo antes de regresar a la Argentina, Alberto habló de la reelección cuando en verdad le habían hecho una pregunta sobre las PASO. “No estoy pensando en las PASO ni en reelecciones”, dijo, queriendo enviar una señal para descomprimir. Algunos también la interpretaron como una expresión real de resignación.
Visitante
En la sede de Gobierno se viven, desde la traumática salida de Martín Guzmán y la llegada de Sergio Massa, días de una monotonía preocupante. “El Patio de las Palmeras parece el cementerio de la Chacarita”, dice un ministro, que se fue preocupado luego de ver en su última visita la parsimonia que se vive en la Rosada.
El presidente, que solía llegar a su lugar de trabajo en la primera mañana, ahora espació sus estadías en la Quinta de Olivos y se presenta más cerca del mediodía, y algunos días incluso después. En general tiene una agenda liviana: un acto por jornada, a veces dos, casi siempre de presentación de obras o promulgación de leyes, aunque a mediados de septiembre se tomó un rato para acompañar en una visita guiada a alumnos de una escuela, en un video que se viralizó y que se tomó en chiste.
Un intendente cuenta una anécdota que grafica el momento: el hombre se iba a reunir con unos empresarios extranjeros que decidieron invertir en su localidad, pero cuando Presidencia se enteró los invitaron a todos a Olivos, en un evento que luego promocionó la propia Casa Rosada. Hasta en la propia intendencia se mostraron sorprendidos con tamaño recibimiento, para algo que en otra circunstancia -o en otro momento político del mandatario- no llamaría demasiado la atención. “Es que Alberto está intentando recuperar presencia de donde pueda”, es el razonamiento que hacen, y que comparten muchos en el oficialismo.
Este es el clima que recibió a Fernández a su regreso. El mandatario aguarda otra reunión con la vicepresidenta -la última vez que la vio fue el día siguiente del atentado, aunque mantiene contactos esporádicos con ella- mientras que sigue con preocupación el frente económico: la inflación de septiembre fue más alta de lo que esperaba, mientras que las tensiones entre Massa (ver recuadro) y su histórico amigo, el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, van en aumento. Parece que no es momento para sacar la guitarra.
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