Que el Frente de Todos está roto en pedazos es una realidad tan clara como que el sol sale a la mañana y la luna a la noche. Pero detrás de la ruptura de la coalición gobernante hay otro fenómeno que está sucediendo, que tiene que ver con el primero pero es mucho más profundo y tiene consecuencias imprevisibles. Es que no solo se parte el Frente: lo que también cruje es el kirchnerismo, gastado por dos años de una gestión de resultados pobres y cuestionado por las decisiones unilaterales de Cristina y Máximo que ya no todos comparten. Se acerca el fin de una era histórica en la Argentina.
A veces la mejor manera de entender un proceso político es acercarlo a personajes individuales. Lo que es una tesis se transforma, cuando baja al llano, en discusiones subidas de tono, broncas que arrastran años, acusaciones cruzadas que llevan a relaciones largas como una vida a un punto de no retorno, o simplemente miradas de la realidad que se dejan de compartir. Es lo que le viene sucediendo a Aníbal Fernández, Luis D'Elía, Jorge Ferraresi, Sergio Berni, Agustín Rossi y también a varios intelectuales y periodistas, todos cristinistas de la primera hora que hoy muestran sus diferencias en público y en privado. También pasa algo parecido en “Wado” De Pedro, que está lejos de criticar al kirchnerismo pero que ahora se anima a mostrar un juego propio y con olor electoral.
Los pibes para la liberación. Lo que está sucediendo en el kirchnerismo lo definió, un siglo atrás, el filósofo marxista Antonio Gramsci. Se llama “crisis de hegemonía” y sucede cuando “lo nuevo no termina de nacer y lo viejo no termina de morir”. En esta versión argentinizada de la teoría gramsciana lo que está agonizando es el liderazgo vertical de Cristina Kirchner, y por lo tanto el de su hijo y el de La Cámpora. La decisión de no acompañar el acuerdo con el Fondo, después de la cual varios de los protagonistas de esta nota exteriorizaron malestares que venían desde antes, fue solo la gota que rebalsó el vaso.
Está claro que es imposible generalizar y que cada caso es distinto. Jorge Ferraresi, ministro de Hábitat y nada menos que el vicepresidente del Instituto Patria, todavía hace fuerzas por la unidad. En la semana en que se votó el acuerdo en el Senado fue hasta el recinto de CFK para intentar aplacar los ánimos de la vice, y el fin de semana que le siguió mantuvo un encuentro reservado con Máximo Kirchner. Ferraresi, en privado, insiste en que romper el Frente sería un error político de consecuencias catastróficas y, aunque jamás lo diría en público, no comparte el rumbo que está tomando el kirchnerismo. “Falta pragmatismo, algunos parecen que viven adentro de un termo”, es una frase que se escucha por su ministerio. Pero, a diferencia de otros que todavía mantienen sus críticas en privado, Ferraresi, con la espalda que dan sus once años como intendente de Avellaneda, un histórico bastión del kirchnerismo en el Conurbano, ha sentado postura ante la vista de todos. A mediados de agosto, cuando el escándalo por la fiesta en Olivos atravesaba al país y enervaba los ánimos del kirchnerismo en especial, el ministro salió a declarar que Fernández debería estar “ocho años” en el cargo. Luego redobló la apuesta: aunque habló en privado con el Presidente y le dijo que su renuncia estaba a disposición, Ferraresi, sorpresivamente, fue de los que no se plegaron a la ola de renunciamientos masivos luego de las PASO. “O reeligen Alberto y Axel o perdemos todos. No hay otra opción, hay que fortalecer al Presidente”, es un razonamiento que suele repetir, incluso ante CFK.
Agustín Rossi, que era ministro de Defensa hasta que Alberto lo alentó a competir en Santa Fe -acción de la cual, cuando el gobernador Perotti puso a su propio candidato, se arrepintió y lo abandonó a su suerte-, está en un carril similar al de Ferraresi. Aunque la relación con el mandatario se resintió por el episodio de las PASO santafesinas -desgaste que fue mucho más evidente en el caso de CFK que directamente militó al candidato rival-, hoy Rossi dice que hay que “empoderar” al Presidente, porque “él es quien tiene la lapicera”. “Mi militancia está muy clara, yo me siento kirchnerista y como tal creo que lo correcto era votar el acuerdo. Es difícil de entender qué era lo otro que proponían, hacia dónde quieren ir y hacia dónde quieren llevar la fuerza política. Hay que mirar para adelante”, le dice a NOTICIAS. Rossi recuperó el vínculo con Alberto y de hecho, cada vez que hay un tembladeral político, se menciona su nombre para sumarse al Gabinete. “Eso me molesta mucho, porque no estoy operando ni trabajando para eso y no sé quién lo inventa”, dice.
En cambio, para otros es más difícil separar lo personal de lo político. Aníbal Fernández, por ejemplo, viene de años de sufrir desgastes en su relación con una parte del kirchnerismo -de quienes, cree él, no militaron como deberían su candidatura bonaerense en el 2015-, y llegó al punto de haber estado todo un año, el 2018, sin hablar con Cristina. El ministro de Seguridad es de los que están convencidos de que varios en La Cámpora hace rato perdieron la brújula -“Máximo no entiende nada de política”, es una máxima de Fernández- y que se equivocan en su método de construcción endogámico. Pero en los últimos días esas diferencias escalaron quizás a un punto de no retorno. Las dudas que vertió el líder camporista Andrés Larroque sobre el Presidente y Aníbal en cuanto su accionar antes y después del ataque al despacho de la vicepresidenta cruzaron un límite. “Nos llama mucho la atención su silencio”, dijo el líder camporista, alguien que no se suele mover sin la venia de CFK y menos en temas tan trascendentales. Los que hablaron con Aníbal en esos días lo sintieron enojado como nunca: para él, un cristinista de la primera hora que la acompañó en momentos difíciles, que duden de que la descuidó de manera intencional es bastante más de lo que puede tolerar.
A Luis D'Elía y Sergio Berni les pasa algo parecido. El primero se sintió abandonado en los más de mil días que pasó detenido -“ni una vez me llamó CFK”-, distancia que se acrecentó cuando el camporismo, según dice él, impidió que Miles, su partido, se sumara oficialmente al Frente de Todos en el 2019. Pero el debate por el acuerdo con el FMI fue un punto de inflexión. “Cristina se tiene que calmar, está tratando de delarruizar a Alberto. No es momento de hacer troskokirchnerismo”, fueron algunos de los dardos que le envió al espacio y en especial a la jefa. El ministro de Seguridad bonaerense directamente “se fue” del kirchnerismo. “Es raro, por primera vez en 30 años no hablo con Cristina”, contó en su intimidad. Las diferencias de Berni son sobre todo con Máximo, con el que tuvo varios encontronazos antes y después de las PASO. “Se pensaban que poniendo a Agustina en la lista (Propato, su esposa, que ahora es diputada nacional) nos arreglaban, cuando nosotros militamos en la Segunda Sección desde hace décadas. Máximo no entiende nada”, se sigue quejando Berni, a quien La Cámpora no le dio lugar en el armado de las listas en Zárate, su localidad. El episodio final fue la pelea física que tuvo con Máximo en el día de la votación, que no llegó a mayores porque lograron separarlos. “Si no me separaban, todavía está en el piso”, lo escucharon decir al ministro. Los presentes dicen que, peor que lo de Berni, fue la discusión que tuvo luego Propato con el hijo de CFK. Desde entonces el ministro resiste en su cargo solo por insistencia del gobernador, que no quiere entregarlo, sobre todo, porque no sabe si después podrá poner a uno propio o se lo designará a dedo Máximo, como ocurrió con el copamiento de su gabinete luego de las PASO.
Final abierto. “Te das cuenta de que algo anda mal cuando los nuestros insultan a históricos, pero históricos en serio, tipos que bancaron cuando perdimos en el 2015 y cuando todos estaban cayendo en cana. Estamos sobregirados y en el primer anillo de Cristina son todos olfas, nadie se anima a decirle nada”, dice un funcionario que tiene llegada a ambos lados de la grieta oficial. La fuente da en la tecla: lo que cuenta esta nota es ni más ni menos que la desintegración del kirchnerismo, derrumbe que se pone muy en evidencia cuando hasta los “soldados” de la primera hora se cambian de trinchera antes de que sea demasiado tarde. La batalla todavía no está perdida pero, parece, es una cuestión de tiempo.
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