Cristina Kirchner es omnipresente en Juntos por el Cambio. Pero nunca, como ahora, había logrado crear una fisura dentro de la oposición. Por sus desplantes en las sesiones virtuales del Senado, que van desde apagar el micrófono de legisladores a enseñarles a viva voz el reglamento de la Cámara, dividió al bloque en dos: están los que creen que deben dejar de lado la virtualidad y volver al recinto para no darle el gusto de que siga con el show, y los que aducen que no están en condiciones de regresar, y que a pesar de todo deben tolerarla. Los debates que se dan a través de WhatsApp y Zoom son tan acalorados como los que producen los proyectos de ley. La vicepresidenta se regocija con el dato y tira bidones de nafta para que en la bancada de Juntos por el Cambio no cesen las divisiones.
Como presidenta del Senado, Cristina Kirchner se reencontró a sí misma en un papel que le calza a la perfección: bastonera del debate político, conductora del show y docente de sus pares. Nada mal. En pocos meses al frente de la Cámara alta, zanjó los interrogantes que había acerca de cómo sería su rol en la política. Otra vez, consiguió ser el centro de atención.
Desplantes a la oposición.
La última polémica sucedió hace una semana, cuando Esteban Bullrich, ex ministro de Educación de la gestión de Mauricio Macri, quiso defenderse de los dichos del oficialista José Mayans. Llevaba 30 segundos de alocución cuando Cristina lo interrumpió. “Perdón, perdón, espere. Cortale el micrófono”, dijo antes de indicarle que, según el reglamento, no podía argumentar más que aquello por lo que había sido mencionado. Le dio la palabra otra vez, aunque no por mucho tiempo. Apenas 10 segundos después lo frenó nuevamente: “Cortale, no está haciendo uso del derecho que le corresponde. Parece que no lo entiende”. Bullrich se cargó de bronca, pero tuvo que descargarla recién en programas de televisión de los que participó luego. En Juntos por el Cambio creen que fue una vendetta contra el hombre que le ganó las elecciones de 2017, mano a mano. Entienden, además, que es parte del show que montó la ex presidenta: una forma de demostrarles quién manda.
Lo cierto es que el inconveniente con Bullrich no fue el primero. Ya había probado silenciando a Luis Naidenoff y discutiendo con Martín Lousteau.
Al senador por Formosa lo dejó con ganas de expresarse durante la discusión por Vicentin. Naidenoff denunció que pidió la palabra, pero que nunca se la dieron. Tras la votación, dio por concluida la sesión y lo dejó con las ganas. “Creo que se siente muy a gusto con esta especie de decir ‘el Senado soy yo’. La virtualidad tiene estas cosas y la personalidad de la vicepresidente ayuda”, explica a NOTICIAS el legislador.
En la misma sesión, Cristina ya se había cruzado fuerte con Lousteau. El senador, uno de los pocos presentes en el recinto, se acercó a reprocharle su actitud cuando las cámaras no los estaban tomando y la vicepresidenta lo frenó: “Distancia reglamentaria”, adujo. “Yo mantengo la distancia, pero hay que usar el barbijo y acá no todos lo están usando”, contestó el de Juntos por el Cambio. “Mirá”, llegó a decir la ex presidenta antes de que Lousteau la parara en seco: “A mí no me tutee, porque yo la estoy tratando de usted”.
En el bloque oficialista cada intervención de Cristina se festeja como un gol. Saben que la vice tiene a la oposición en jaque, porque la única forma de terminar con el show que creó es volviendo al recinto, pero están lejos de hacerlo. El 4 de julio, renovaron por 60 días la virtualidad. Por lo menos hasta septiembre seguirán condenados a este método.
Pero incluso en Juntos por el Cambio le dan la derecha a Cristina en un aspecto: no fue ella la que apostó por las sesiones remotas. En las reuniones para fijar un protocolo de actuación, la vicepresidenta puso a consideración diferentes modelos y, por la imposibilidad de viajar desde el interior y por haber muchas personas en zona de riesgo, los senadores eligieron trabajar por Zoom. La ex mandataria se sometió a la decisión de la mayoría. Ella no creó las condiciones, solo las aprovechó para empoderarse. Otra vez.
En la Justicia.
La ex presidenta no da entrevistas. Le alcanza con sus filosos tuits y sus intervenciones en la Cámara alta para mostrarle el camino al Frente de Todos. Ni siquiera se hizo presente en la audiencia virtual en la que se reanudó el juicio por el direccionamiento de la obra pública en Santa Cruz a favor del empresario Lázaro Báez, el martes 4.
De los trece acusados estuvieron presentes sólo cuatro: José López, Abel Fatala, Raúl Daruich y Nelson Periotti. No había obligación de estar, por lo tanto la vicepresidenta eligió que su abogado, Carlos Beraldi, la represente.
Mientras tanto, el debate en el Senado ahora es qué harán con la reforma judicial. Juntos por el Cambio sabe que no tiene oportunidad para frenar la ley. El Frente de Todos tiene mayoría simple y por eso, más allá de las acaloradas discusiones virtuales, los proyectos de ley pasan casi de manera automática. Pero la oposición tiene una bala en la recámara: si la norma que buscaría aumentar el número de jueces de la Corte Suprema es aprobada, el oficialismo no podrá nombrar a los nuevos ministros, porque para eso necesita los dos tercios. Ese es el freno más importante que podrían ponerle a la vicepresidenta, que para muchos opositores es la instigadora real de la reforma en la Justicia.
Tan poco creen los opositores en la autonomía del Presidente que en la última denuncia que desde el retiro hizo Elisa Carrió, habla del “gobierno de Cristina y Alberto Fernández”. La ex legisladora, que se retiró de la política en marzo pero ya planea volver, acusó a la fórmula de ser “traidores a la patria” por haber dictado un DNU en el que se prohibía a todo el país a hacer reuniones familiares por 14 días.
Cristina hizo caso omiso. Su negocio, sabe, no está en prenderse en debates ajenos, sino en manejar los hilos de la discusión política desde el Senado. A su alrededor, muchos temían que se desdibuje en un rol casi burocrático, pero su habilidad política la llevó a resaltar otra vez. Cristina solo sabe ser protagonista.
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